Era tímida y muy sencilla. Rigurosa en sus convicciones, temerosa al hablar. Siempre vestía impecable, pero tal vez algo
anticuada. Le gustaba tener amigas, pero
se alejaba de los amigos. Con sus amigas
era sincera y juguetona. Admiraba la
espontaneidad de Sara, la picardía de Adriana, la inteligencia de Amanda. De Sofía, su buen vestir, de Beatriz su
belleza y simpatía, de Maira, su alegría y su sonrisa, de Mariana, ese
atractivo especial que llamaba la atención de todos los chicos de su edad y de
Alejandra su tímido coqueteo convertido en su gran encanto. Era buena amiga, le gustaba estudiar y
compartir. Siempre llevaba su cabello
recogido. Le encantaba ver el movimiento
de las cabelleras de sus amigas cuando corrían y jugaban. Pero prefería recoger la suya. Siempre tan vergonzosa, prefería estar en
segundo plano, o en tercero, o en cuarto, qué más da.
Y es que la dulce joven, tan
soñadora, tan ingenua, tenía una magia tan especial en su trato, que hacía que
los amigos que la conocían, de tanto quererla,
no se atreviesen a acercarse un poco más a ella para no correr el riesgo
de quebrar su sentir que parecía de porcelana. Y por eso, aunque la admiraban,
la apreciaban y la querían, guardaban prudencia y distancia.
Un día le contó una amiga que uno
de sus amigos la había visto varias veces y la quería conocer. No se lo creía. Es que a sus amigas les pasaba tantas veces,
había escuchado tantas historias simpáticas y picarescas y había disfrutado
tanto con ellas, pero siempre eran historias ajenas. Ella lo había visto, supo de quién le
hablaba, pero no lo conocía. No podía
creerse que aquel muchacho tan mozo, con aquellos ojos oscuros y profundos, que
lucía tan serio y discreto, que mostraba gentileza en sus gestos y familiaridad
en su trato, se había fijado en ella.
Tanta fue su sorpresa que esa
noche su mente inquieta no la dejaba dormir, pues sólo quería pensar en aquel
joven apuesto que la quería conocer.
Por fin, en un encuentro
planificado por sus amigas, aquellos jóvenes se conocieron. Hubo magia, atracción, sensación de admiración
en ella, inquietud por descubrir en él.
Y comenzó una pequeña historia de amor juvenil. Para él, una historia
más, aunque inolvidable; para ella, su primera gran historia.
Poco tiempo duró esa magia, o al
menos, poco tiempo fue compartida.
Conversaban, se conocían, se adivinaban.
Él fue descubriendo la inocencia, simpatía e inteligencia de aquella
hermosa joven; y ella, admirando la madurez y caballerosidad de aquel apuesto
joven de trato amable y cordial. Nunca
discutieron, apenas se conocieron, se miraban con dulzura, se tomaban de la mano y un centellar de
ilusiones se transmitía a sus corazones.
Un beso, destellos chispeantes.
El segundo, dulzura y suspiros.
Otro más, sentimiento y pasión.
Pero así como comenzó, sin
pensarlo, sin esperarlo, sin tiempo para suspirar, así mismo terminó. Él se alejó sin preguntar, sin explicar, sin
despedirse. Ella lo vio alejarse sin
llorar, sin pensar, sin esperar. Él bajó
su mirada y caminó hacia otra dirección.
Ella lo dejó ir sin reclamos, sin rencor. Como si un telón hubiese declarado el final
de aquella breve historia y hubiera marcado distancias a dos amores que se
fueron sin luchar, que se apagaron sin viento que los soplara. Una llama que no quiso arder. Un deseo que no quiso ser pasión. Una flor que nunca llegó a perfumar.
De vez en cuando la casualidad
les hacía encontrarse, bajaban la mirada, sin atreverse a dejar que el corazón
gritara algún desespero apagado.
Nadie supo qué pasó. Él guardó sus ansias y ocultó el brillo que
sus ojos guardaban. No supo si la quiso, no supo si la magia que sentía podía
ser el inicio de un gran amor o de una fatal decepción. No se dio oportunidad. Ella recibió serena el adiós de una ilusión,
no quiso pensar si aquello podía haber sido un amor especial. Como si los hilos del destino hubiesen
querido mostrar sublimes destellos de amor a dos corazones nobles que no se
podían amar, como si en algún lugar estuviera escrito que aquella magia se
podía equivocar y antes de que el error los hundiera, los hizo separar. Porque merecían amar y ser amados hasta el
final, pero no ahora, tal vez después. Y
como el amor trasciende, el amor no tiene límites, no conoce de vida o muerte,
supera lo banal de los cuerpos que lo sienten, tal vez esa fuerza
incomprensible del amor se haya ido a esperarlos en otra estación de sus vidas
o de sus almas.
Lo cierto es que esos dos
corazones siguieron caminos distintos, pero nunca se olvidaron, y es que no
hubo nada triste que recordar, entonces cómo olvidar aquella breve magia con
olor a inocencia, a delirio y a despertar.
Aquel apuesto joven caminó sin
descuido los andares de su vida. Cultivó en su corazón el mejor recuerdo de
aquella dulce emoción que jamás esperó encontrar. No miró hacia atrás, buscó hacia adelante los
mejores encuentros, las mejores sonrisas, y no quiso pensar para no hallar
morada a un arrepentimiento que podía resultar inútil. ¿Temor?, ¿orgullo?... quizás certero al
aceptar lo que nunca entendió, quizás con un corazón demasiado débil para
luchar…
Y aquella tímida joven lanzó al
viento el desconcierto y empezó a alejar sus temores a lo imposible, empezó a
abrir su corazón al mundo con valentía, con simpatía, con sencillez y picardía,
con el cabello suelto, como siempre debió dejarlo, para que se despeinara con
el viento, para que de vez en cuando le cubriera los ojos y la vergüenza. Como si aquel tímido amor se hubiese
presentado para hacerla despertar a la vida, a la pasión, al amor sin
preguntas, sin explicaciones, al amor sin límites. Sólo para dispersar los miedos, para hacerla
creer en sus virtudes.
Llama encendida que no se volvió
a apagar. Amor de prueba, amor de
juventud, amor de soledad, amor de cambios, amor fugaz, amor de aceptación,
amor de triunfos, amor de despertar, amor de volar, de suspirar, de crecer, de
aprender, de enfrentar. Amor capaz de perdonar,
de olvidar y de volver a amar.
Tal vez sus caminos se vuelvan a
encontrar. Quizás para continuar aquella
historia, quizás para recordar, quizás para añorar lo que no fue.
Lo que sí es cierto es que
aquella ilusión abrió la puerta a dos amores dispersos, que empezaron a volar
para saborear al mundo y gritar a los caminos que el amor sí tiene un principio,
que crece en cada despertar, pero de tanto crecer, no se puede apagar, no sabe
volver a empezar, no sabe de pequeñeces y no sabe cómo terminar, porque para el
amor no hay final triste ni feliz, porque simplemente no conoce el final.
El se alejó sin preguntar.........quizás el pensó "La única victoria sobre el amor es la huida", como siempre bonita reflexión.
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