-Tranquila - me susurró en el oído – tranquila – me susurró
de nuevo, sin que yo pudiera verlo.
Busqué a mi alrededor y no estaba. Una vez más comprendí que
todo tiene un tiempo. Yo tengo un tiempo
y estoy en él, aunque a veces se transforma en viento y sopla mi cara hasta
hacer cerrar mis ojos. Me empuja y me
hace caer, pero también me refresca y alivia el calor de mi piel. Yo lo dejo que sople, que cante en mis oídos,
que me llene de polvo y de tierra, que me haga respirar turbulencias. No importa, yo lo respiro porque es mi tiempo.
Me siento a ver pasar tu tiempo y el tiempo del otro y el de
aquél. Y nuestros tiempos se revuelven,
son como el mar embravecido que cuando toca la arena se calma y perece. Y es
que el mar también perece, se rinde a los pies de la playa y perece. Corre hasta la orilla, empujado por su afán
de perecer. Pero no lo sabe, o tal vez
olvida que el tiempo también existe para él.
Como a tantos se nos olvida…