-¿Quién eres, qué haces aquí?- Le preguntó él sorprendido de
su presencia en aquel lugar. Y continuó: –Éste es mi espacio, me lo he
inventado yo. No
deberías estar aquí-.
Ella se disculpó, no supo qué contestar, sólo había salido un
rato cuando él la encontró. Aún
confundida aceleró su paso y se alejó de allí. Regresó en un instante que no
supo medir. Estaba en la esquina de
siempre, reposada, pensativa, después de terminar de decorar la rutina de ese
día, con los accesorios de tres días después y con los argumentos de otros
tantos días atrás. Daba igual cuáles… eran los de siempre. Antes o después era
igual. Cerraba sus ojos intentando
escapar y cuando al fin lo había
logrado, aquel desconocido la había echado del lugar.
Mientras tanto, él seguía caminando en la misma
ausencia. Siempre tan torpe. Solitario y errante, pero errante de
equivocado, de aquel que practica el error.
Y también errante de transeúnte sin destino. Es que así solía andar entre decisión y
decisión, sin encajar nada en su lugar, o más bien, desencajando todo a su
paso. Así, como cuando la echó a ella,
sin saber por qué, simplemente le pareció que ocupaba un lugar ajeno.
¡Ajeno!, he dicho ajeno.
Como si de pertenencias se tratara.
No sé cómo describir eso que pasaba ante mis ojos. Él y ella, un desafortunado encuentro o un
afortunado desencuentro. Quizás lo
segundo les quede mejor. Regresaré a ver
qué pasa…
De nuevo ella cerró sus ojos.
Estaba en su esquina solitaria de siempre. Cansada de tantos paisajes descoloridos,
llenos de trazos perfectos y de imágenes demasiado pensadas antes de ser
colocadas en su lienzo aburrido y casi desteñido.
De nuevo él bajó su mirada, hasta abrazar con ella sus deseos
menos dibujados y torpemente imaginados.
Sin saber qué pensar, regresó al lugar de siempre.
Él sin saber por qué, casi nunca lo sabía. Ella sin saber hacia dónde, sólo quería irse
de su propia identidad. Salieron, cada
uno de su casilla, cada uno hacia un sueño.
Y allí se volvieron a encontrar.
Era un lugar tranquilo, solitario, pero no misterioso. No había nada cierto, todo era temporal,
imaginario. A veces luces, a veces
sombras. A veces sonoro, a veces
callado. Él solía llevar sus canciones y
ella, sus emociones. Él mezclaba
recuerdos con deseos. Ella inventaba
escenas y enredaba desenlaces. Cada uno
ausente en su esquina favorita. Cada uno
presente en su sueño que creían para otros vetado. Dos presencias solitarias encontradas sin
querer en un sueño robado a la inconciencia.
-¿Eres tú otra vez?- Preguntó él mientras la observaba.
Ella, nuevamente sorprendida, se quedó esta
vez pensativa. Lo miró intentando
entender qué ocurría. –Yo no te busqué- fue lo que atinó decir –Sólo escapaba
de mí y creo que me quedé dormida. Has
sido tú el que vino hasta aquí. Aunque
no sé si estoy despierta. ¿Lo estás tú?
-Yo estaba escuchando mis canciones –respondió él-, no quería
estar más allí, pero no sé cómo he llegado hasta aquí, aunque creo que suelo
venir. No sé si duermo, parece que sí.
Pero entonces, ¿qué haces aquí?, ¿qué hacemos aquí?
-No sé si mi respuesta importa, porque igual no lo quiero
pensar –le dijo ella con absoluta seguridad-.
Así que si no te importa, me quedo aquí y si te importa, también me
quedo. Yo no elegí venir, pero me gusta estar
aquí.
Sin darse cuenta se fueron de allí y sin darse cuenta
volvieron a llegar. Iban y venían, ya no
cuestionaban su presencia ni extrañaban las respuestas. Se miraban, se pensaban, allí y en cualquier
lugar. Soñando sin saber, viviendo sin
pensar, buscando sin querer. Una y otra vez, mientras se acostumbraban a ese ir
y venir. Un azar, un destino, un sueño,
una vida…
No encontraron culpables, no hubo culpas, sólo un existir que
los unió desde un sueño. Eso fue lo que
vi, eso dejaron sentir. Pero un día se
escondieron de mí. Tal vez presintieron
mi pasión por su historia, tal vez porque sin querer los descubrí. Es que yo también suelo ir a ese lugar cuando
escapo de mí y busco algo ajeno y a la
vez tan mío. Su sueño es el mío y hace
que lo ajeno se llene de mí. Sé que lo
impregno de tanto insistir y lo vuelvo yo y lo hago mío. Una errante más, eso
soy yo, como ellos, como todos.
Aún sigo despierta y no me he ido de allí. Los espero, quiero que me cuenten más. No sé si alguien más me observa. Tal vez no me he dado cuenta por estar
buscando los cabos que atan otras historias, mientras los míos siguen allí sin
que me decida ordenarlos y hacer o deshacer mis propios nudos.
No estoy sola, sé que por eso me gusta estar allí, aunque la
verdad, no sé cómo llegar y tampoco cómo salir. Entonces, mejor me quedo, tal
vez sea parte de un nudo errante, en un sueño que aunque sale de mí, sigue esperando
por mí.