viernes, 30 de junio de 2017

A mis valientes niños de allá

No es justo que sean mis niños los que defiendan la paz que otros hemos descuidado.

No es justo que sean ángeles los que expongan sus alas ante el tirano que se las viene a cortar.

No es justo que sean ellos los que se vayan volando alto, diciendo adiós al sueño blanco que los llevó a ponerse al frente y gritar ¡ya basta! ante malvados tiranos con sus macabras ideas.

Mis niños sufren, sus padres lloran, un país se deshidrata, los violines cantan, el fuego los arrasa, los quema y ellos siguen luchando.  Con impotencia y dolor los veo desde este país prestado.

¿Alguien conoció valientes? No hay que ir a bibliotecas ni hurgar libros de historia. Ellos están allí. Los valientes existen. Usan franelas y escudos de cartón. Usan guantes blancos y zapatos de correr, los de correr hacia adelante. Se pintan la cara de estrellas y con ellas iluminan el cielo que otros ya han apagado.

viernes, 23 de junio de 2017

El destino y los muertos vivientes

Había una vez un señor llamado Destino, que nació no se sabe si de día o de noche y tampoco se sabe muy bien cuándo, que vivió no se sabe si contento o amargado, que nadie sabe si murió o se escondió, que hacía su trabajo y era crear destinos, que tenía pajes que le servían, a quienes enseñó la forma de hacer destinos.  Se sabe que los imaginaba, los proyectaba, los construía, los guiaba y los cuidaba para que ocurrieran como estaba escrito.  Los pajes se encargaban de que su legado permaneciera por todas las generaciones.

Ocurrió un día que uno de los pajes, a quien había sido encargado el destino de una nación entera, se quedó dormido y las cosas comenzaron a funcionar como no debían.  Ese día se convirtió en semanas y luego en meses… más tarde en años. El paje no despertaba, el destino estaba equivocado y a toda una generación le tocó morir, en lugar de nacer.  Sí, es que nacieron muertos, desde que nacieron estaban muertos.

sábado, 17 de junio de 2017

La vida en pocos pasos


Todos los días era el mismo despertar, el mismo sonido del reloj, sólo cambiaba el momento del instante menos deseado, pues un día avanzaba el despertador dos minutos, otro día lo adelantaba uno, otro lo atrasaba tres… y así, jugaba con los minutos para tratar de escapar por instantes de la costumbre.
Dejó lista el agua para su café mientras tensaba su piel y sus neuronas con agua fría, evitando el aspecto de zanahoria hervida que la acompañaba en las mañanas. Preparó su café muy caliente en la taza de siempre, en el rincón de siempre y lo acompañó con la tostada de siempre. Se vistió con la combinación de los lunes, era un día lleno de fuerza y los colores debían ser fuertes: azul intenso, negro, violeta, verde oscuro.  Eligió el vestido violeta y con la intensidad de ese color salió de casa a devorarse la semana. Treinta y cinco pasos hasta la esquina, doce para cruzar la calle y dos mil trescientos cincuenta y cinco más hasta llegar a su trabajo.  Decidió contarlos un día de esos en los que las preocupaciones la absorbían de tal manera, que se abstraía del mundo real que la circundaba y perdía el contacto con el asfalto y las aceras.  Y así, cada vez que su mente comenzaba a alejarse del mundo terrenal, comenzaba a contar los pasos.

sábado, 10 de junio de 2017

Mientras matan a mis hijos

- ¡Levántate!
- No puedo.
- ¡Vamos, despierta ya!
- No estoy dormido, está pasando.
- Tranquilo, es sólo un sueño.
- No estoy soñando, no es una pesadilla y no puedo estar tranquilo.
- Deja ya de llorar y levántate.
- Que no es un sueño. ¡Que los están matando!
- ¿A quiénes? 
- A mis hijos, son mis hijos.
- ¿Y quién los mata?
- Ellos, los que destruyen el arcoíris para quedarse con las ollas.
- ¿Con las ollas, cuáles ollas?
- Las de la leyenda, las que están repletas de oro al final del arcoíris.