Demasiadas horas pensando,
demasiadas horas esperando, demasiadas hojas en el suelo, muchos otoños
desnudando ramas, muchos inviernos arropando frías tormentas, muchas primaveras
viendo crecer las flores, muchos veranos esperando la puesta del sol...
Y los otoños pasando y dejando alfombras mezcladas de verde olivo, amarillo y marrón, y los inviernos cargados de blanco, entre destellos de gris, de violeta, de azul celeste, de plata y rosados amaneceres. Y la primavera repartiendo aromas y colores, aire claro, viento fresco; y de nuevo el verano, persiguiendo las cuentas que van quedando atrás. Y así, viendo pasar los esquemas, que se repiten y envejecen, que adornan las escenas, que dan asiento a los pensamientos, a las alegrías y a los sufrimientos, así llegan los momentos que se regalan a sí mismos buscando albergue en vidas llenas de rutina, de costumbres, de cansancio.
Pero el corazón despierta y dice
que tiene ganas de jugar, de vivir, de dejar de contar las estaciones que pasan. Jugar a empezar de nuevo, entre primaveras
que sonríen y dicen que el juego apenas empieza. Jugar a ser importantes, a ser
grandes. Jugar como niños que van a la escuela y descubren amigos. Jugar a
tener una casa, un hogar bonito. Jugar al papá y la mamá, a las muñecas, a
lanzar la pelota, aunque rompa cristales, jugar al amor, jugar a vivir así, sin
tormentos, sin angustias, sin mañana. Hacer de la rutina un juego, y jugar a la
cocina, al doctor, jugar a los compromisos, jugar al trabajo, a los problemas,
a las fiestas, a volver a la escuela. Y esperar con ansias la hora del recreo,
y salir a correr y bailar.
Reír y jugar. Es la hora de
vivir, pero vivir jugando, o jugando a vivir. Sin pensar en el tiempo, en las
esperas o en lo que falta para llegar a la meta. Pero, ¿cuál meta? Si es que
tal vez la meta nos espera en la próxima estación, y ya se nos han ido tantos
veranos. Y el sol sigue saliendo, aunque
no sea verano, y las flores siguen existiendo, aunque no sea primavera, y las
hojas siguen cayendo, aunque no sea otoño y el frío se cuela de vez en cuando,
aunque no haya invierno.
Entonces, ¿a qué esperar? Si es
que se puede jugar todos los días, sin esperar que el tiempo sea perfecto. Jugar a vivir, mientras las estaciones van
cambiando. Porque aunque el cabello se
vuelva otoño, la sonrisa y la caricia siempre pueden ser de primavera. Tomar una mano que se anime a jugar la vida,
y hacerle trampas a la rutina. Jugar a
repartir abrazos olvidando la cordura. Jugar a soñar despiertos volando por encima
de la vida, restando importancia a lo banal, a las palabras rotas, a la
insolente perfección.
Y mientras más se juega, más se
vive. Jugar sonriendo mientras se
afrontan los problemas, dar cara a los conflictos sabiendo que si no se
solucionan, ésa es sólo una de las dos opciones, pero siempre hay otra y es
lograr victorias propias. Encontrar la
fama en uno mismo, sí claro, ser famoso, en la propia vida, para sí mismo. Y escuchar aplausos en los rincones y
apoderarse de los besos que se lanzan y quedan vagando en el aire, y de los
piropos que otro no escuchó y tomarlos para uno mismo. Como estar en un teatro
y ser a la vez actor y público, actuando para luego aplaudir las propias
hazañas y reírse de sí mismo, de los errores, pero también de los logros.
Y lo más importante, reír por
estar jugando, porque no hay niño que juegue sin reír, porque no hay sonrisa
que no contagie a otra, porque la vida se puede vivir jugando. La vida empieza y termina cuando el tablero
está dispuesto y las fichas hacen su papel siguiendo los saltos que indican los
dados, y las manos van siguiendo las estrategias señaladas por la experiencia,
adivinando el próximo salto mientras se desean profundamente los pasos que van
viniendo, mientras se desfallece ante las pausas que imponen los corazones
cuando se agrietan, mientras se sigue apostando a ganar, a brillar, a sonreír y
apretar las manos que sostienen las bases de los puentes.
Así, pasando de un color a otro,
sonriendo a la picardía de quien compite por llegar a una meta, saltando
obstáculos, jugando a iniciar, jugando a seguir, jugando a llegar, jugando a vivir, sin importar en cuál estación
la vida dé un giro para volver a empezar.
Lo importante es seguir, sin parar de jugar, sin parar de sonreír, sin
dejar de vivir.
Aprovecha siempre las oportunidades que te da el día a día para jugar, procura no lastimarte con la diversión, porque es dantesco el juego del amor, en el cual es preciso que uno de ambos jugadores pierda el gobierno de sí mismo. Como siempre bonita reflexión.
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