Lo
escuchaba atentamente mientras su verborrea comenzaba a inquietarme. Sonreía muy seguro de lo que hablaba,
fácilmente dejó al descubierto su perfil. Él dirigía la conversación hacia sus
intereses, quería saber de mí, mientras yo esquivaba sus pretensiones y él
seguía mostrando su cara más abierta. No
le dije mucho, no contrarié su exposición, quería saber qué hay detrás de la
gente que se pone siempre del lado del merecer. Es que eso fue precisamente lo
que identifiqué en él: se sentía el gran merecedor.
Todo
lo merecía, todo le tocaba, todo le convenía, se lo asignaban, le correspondía. Se sabía todas las leyes, sin ser abogado…
Bueno, más bien se sabía todas aquéllas que le generaban alguna
correspondencia, algún beneficio: social, económico, jurídico, espacial,
existencial, terrenal, universal, estelar…