Allí están, aferrados a lo que parece un último aliento. Sus gestos muestran
falta de voluntad, como quien ha perdido autenticidad. No creen en sus propias
fuerzas y se cuelgan a las de aquel que presume tenerlas. Aparentan un rigor
que no tienen y se excusan tácitamente al estar del lado del poder que los
protege y acoraza. Ha sido mucho el
tiempo sintiéndose blindados y sus cuerpos se han acostumbrado a esa rara paz
impuesta a la fuerza. No sé si es pena lo que dan, no creo que den para más, tampoco
creo que den para menos. Dan lo que un
mortal súbdito puede dar cuando ya no tiene voluntad.
¿Valientes? Tal vez. Una valentía extraña. Quizás ellos se sientan así.
Quienes no han conocido la libertad quizás puedan sentirse valientes cuando
defienden filosofías aprendidas, da igual si encerradas y de único
criterio. Pero quienes han vivido en
libertad alguna vez, ¿cómo pueden sentirse valientes para defender encierros
mentales y límites conductuales? ¿Tan incapaces se sienten de poder vivir
por su cuenta, que son capaces de deslucir sus habilidades y ponerlas al
servicio de quien dice ser más que ellos? Y todo por transitar por el
camino fácil.