Allí están, aferrados a lo que parece un último aliento. Sus gestos muestran
falta de voluntad, como quien ha perdido autenticidad. No creen en sus propias
fuerzas y se cuelgan a las de aquel que presume tenerlas. Aparentan un rigor
que no tienen y se excusan tácitamente al estar del lado del poder que los
protege y acoraza. Ha sido mucho el
tiempo sintiéndose blindados y sus cuerpos se han acostumbrado a esa rara paz
impuesta a la fuerza. No sé si es pena lo que dan, no creo que den para más, tampoco
creo que den para menos. Dan lo que un
mortal súbdito puede dar cuando ya no tiene voluntad.
¿Valientes? Tal vez. Una valentía extraña. Quizás ellos se sientan así.
Quienes no han conocido la libertad quizás puedan sentirse valientes cuando
defienden filosofías aprendidas, da igual si encerradas y de único
criterio. Pero quienes han vivido en
libertad alguna vez, ¿cómo pueden sentirse valientes para defender encierros
mentales y límites conductuales? ¿Tan incapaces se sienten de poder vivir
por su cuenta, que son capaces de deslucir sus habilidades y ponerlas al
servicio de quien dice ser más que ellos? Y todo por transitar por el
camino fácil.
Si pudieran sentir la satisfacción de labrar caminos propios, si alguna vez
pudieran entender que la tierra no produce sola y que es insensato vivir a
expensas de lo que el repartidor de canastas regale cada día, avanzarían sin
darse cuenta y arrastrarían con su apero a su generación hasta recoger una gran
cosecha. Pero andan a tientas, esperando
encontrar una sombra que los acobije, los mime, les haga su horario, les
organice la vida, les diga qué hacer, cómo y cuándo, y hasta les riña de vez en
cuando.
Por eso los veo repitiendo frases que corean como secuaces moribundos,
mutilados de conciencia y rociados de incapacidad. ¡Cuánta absurda sumisión! ¿Habrá espejos en
su conciencia? ¿Habrá recuerdos? ¿Habrá al menos un mínimo de vergüenza?
La historia suele tener muchos lados. Seguramente me he equivocado muchas
veces, seguramente muchos lo hemos hecho. Lo que sí tengo claro es el lado de
la historia en el que me he colocado y en el que, con matices, aromas y
colores, seguiré estando.
Que lo entienda quien lo quiera entender. Quien no, que siga husmeando en
los ideales de otro y entregue su autenticidad a esa absurda fidelidad a los
humos envolventes de los timadores de oficio, esos que se fuman la inteligencia
ajena y usan la que les queda para alimentar hogueras con las que queman la
historia, la verdad, la valentía, hasta su propio futuro.
Porque las cosas cambian, porque nada es eterno, porque los que antes
encendían hogueras, hoy queman sus manos, porque la justicia llega y la prisión
existe.
No sé si serán capaces de seguir coreando sus insólitas consignas. Tampoco sé si olvidarán el nefasto papel que
sumisamente han asumido. Yo los sigo
viendo, aferrados a ese último aliento, jugando a su doble papel de arrogantes y
resueltos en su vida de puertas afuera y de sumisos abatidos en su patético rol
de puertas adentro.
Lo siento por ellos… ¡Qué desperdicio!...
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