jueves, 10 de agosto de 2017

El vuelo del halcón

Vuela el halcón, vuela lejos sin mirar atrás.  Se va y su amada no lo ve marchar.  No hubo tiempo de flores, ni de perfumes, no hubo tiempo para una mirada más.
Hubo un poema que se quedó atascado en un atardecer.  Hubo olas, hubo aleteos, hubo gorriones escondidos detrás de los arbustos, husmeando el gorgoteo de sus corazones húmedos, buscando entender en ellos el andar peregrino que alejó sus picos y separó sus alas.
Tan inesperada fue su partida, como ansiados fueron sus besos.  Tan desconsolada quedó su amada, como impregnados de alas abrazadas quedaron sus recuerdos.
Se llevó su cortesía al marchar y sólo dejó un derroche de palabras sin estrenar y un montón de “te quiero” bordados en la espuma de aquel mar.
No sintió el frescor de los suspiros que lo llamaban, o quizás le sirvieron de impulso para empujar su vuelo.  No escuchó el susurro silencioso que pronunciaba su nombre mientras dormía, o quizás fue el ruido que perturbó su sueño.
Le robó un par de besos… quizás más de un par, y entonces voló y voló.  Y las nubes nublaron su vuelo y la luna lo espero en la noche y embrujó con su plata la punta de su corazón. Y embrujado se quedó, mientras siguió su vuelo y no supo mirar atrás. 
Sigue el halcón su vuelo sin saber a dónde va.  Sigue perfumando corazones con el embrujo de la luna que lo atrae a su desván.  Se esconde, juega, aterriza y vuelve a volar.  Se inventa mil excusas para no volver atrás, pues no se atreve a enfrentar la mirada de su verdad.

¡Que soy verdad!, le gritaron desde allá y el halcón no supo hacia dónde mirar.  Entonces hizo lo que sabía hacer, y voló sin retorno, sin mirar atrás.  Se llevó en sus alas el final de un beso que no pudo acabar, que se quedó dormido y ya no pudo despertar.  Y dejó en su partida la soledad de un abrazo roto, olvidado en una esquina de la tarde que una vez los hizo soñar.

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