jueves, 7 de abril de 2016

Saliendo de la tumba del miedo

Se cansó de tenerle miedo y de esconder tras sus cortinas las ganas de besar sólo porque sí, porque amanece, porque anochece, o porque la luna se fue a bailar. Se cansó de los cojines rotos soportando su espalda herida.  Se cansó de los sueños en blanco y negro, mientras su paleta de colores se opaca y se derrite en el fogón que a fuego lento va quemando su alegría.
Su sonrisa se hizo intermitente.
Se cansó del café amargo y sin azúcar, de las miradas huecas que traspasan los cuerpos y llegan a las paredes, mientras la invisibilidad arruga el corazón.
Se cansó de compartir con el sofá las lecturas de sus libros, de ser su propio anafre cuando desea quemar sus penas.
Se cansó de las manos vacías, de las tardes sin compañía, de las conversaciones a medias, de los desprecios a la hora del té, a la hora de empezar, a la hora de luchar, a la hora de llorar, a la hora de vivir.
Lanzó al cesto del olvido el disfraz de para siempre y la máscara de no importa. Se quitó todo el maquillaje que ocultaba su verdad. Allí estaba ella, muy escondida bajo el barro que la sepultaba, muy llena de vida a pesar de las pisadas. Decidió no mirar atrás y echar a correr.  Sacudió el sucio que manchaba su falda y miró erguida el horizonte que señalaba su camino. Con la muñeca de sus sueños atrapada entre sus manos sintió el valor que le faltaba a sus pasos. La vi volar, la vi flotar, la vi tocar las estrellas.  Por fin era ella, encima del mundo, más nunca enterrada, más nunca bajo las pisadas.  Demasiada valentía atrapada entre los miedos, demasiadas ganas que ahora explotan y dejan su brillo en las estrellas.  Ahora es ella, aprendiendo a vivir, amasando sus sueños y dibujando de nuevo en colores.

Su sonrisa apareció de nuevo. Era ella, la de antes, la que no debió dejar de ser. 

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