Se cansó de tenerle miedo y de
esconder tras sus cortinas las ganas de besar sólo porque sí, porque amanece,
porque anochece, o porque la luna se fue a bailar. Se cansó de los cojines
rotos soportando su espalda herida. Se cansó
de los sueños en blanco y negro, mientras su paleta de colores se opaca y se
derrite en el fogón que a fuego lento va quemando su alegría.
Su sonrisa se hizo intermitente.
Se cansó del café amargo y sin
azúcar, de las miradas huecas que traspasan los cuerpos y llegan a las paredes,
mientras la invisibilidad arruga el corazón.
Se cansó de compartir con el sofá
las lecturas de sus libros, de ser su propio anafre cuando desea quemar sus
penas.
Se cansó de las manos vacías, de
las tardes sin compañía, de las conversaciones a medias, de los desprecios a la
hora del té, a la hora de empezar, a la hora de luchar, a la hora de llorar, a
la hora de vivir.
Su sonrisa apareció de nuevo. Era
ella, la de antes, la que no debió dejar de ser.
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