jueves, 31 de marzo de 2016

Las Pepitas. Un relato muy curioso

Eran dos señoritas muy divertidas, que estudiaban y querían ser muy listas.  Escribían y escribían, y llenaban las hojas de palabras, aunque no estaban muy seguras de para qué les servían.  Se reían y conversaban.  Querían ser agradables, querían impresionarlos a todos.  Iban a clases todos los días, aunque de vez en cuando se les olvidaba entrar al aula, más importante eran los comentarios con los grupos con los que se encontraban al llegar.  ¡Cómo se reían estas dos señoritas risueñas!  ¡Cuánta gracia les hacían los chistes de los recesos! Sin darse cuenta se les olvidaba que querían ser muy listas, de tanto afanarse en ser populares y divertidas.


La tecnología no era su mejor amiga, aunque ellas presumían de los aparatos que guardaban en sus bolsos, con sus estuches decorados con lentejuelas y figuritas llenas de flores y corazones.

Estudiaban mientras decoraban su aspecto.  Demasiado impecables para soportar tantas horas de estudio.  Más bien, demasiado tiempo empleado en jugar con el tiempo, el de ellas y el de los demás.  ¿Los resultados?, se veían mejor en el espejo o en una pasarela, que en su aprendizaje formal.

A estas dos señoritas se les enfermó un día su ordenador.  Tanto que escribían en él los trabajos que entregaban a sus profesores y ahora, ¡qué podrían hacer! Nunca supieron de qué se trataba aquella amenaza que se insertaba en su pantalla.  Resulta que las letras que escribían comenzaban a caerse y se acumulaban en la base de la pantalla. De tanto luchar con su teclado descubrieron que si escribían más rápido, al pulsar las letras caídas, éstas volvían a su lugar. Sus manos se convirtieron en las más rápidas en escribir, pero claro, ahora menos tiempo tenían para pensar, sólo podían transcribir.  Empezó una lucha entre ellas y el desorden de la pantalla y cuando creían que iban victoriosas, apareció lo que ellas llamaban “la pepita”.  Mientras ellas escribían, una pepita se deslizaba errante por la pantalla, chocaba con las letras, rebotaba entre ellas y las tumbaba.  Se les formaban cerros de letras amontonadas en la base de su pantalla. El desorden era más rápido que ellas, apenas les daba tiempo a transcribir una página a la velocidad que ahora manejaban, antes de que la pepita empezara a hacer de las suyas.  Su estrategia se centraba en ganarle a la pepita, tenían que transcribir y a la vez pulsar las letras que eran tumbadas por la pepita.  Todo era muy rápido, pero como descubrieron que podían imprimir sin que la pepita les saltara a través de la impresora,  decidieron terminar cada página, imprimirla y borrarla.  Total, la pepita no se imprimía, se quedaba en la pantalla.  Habían logrado escapar de ella.

Menuda faena la de estas astutas y divertidas señoritas.  Sin darse cuenta, se convirtieron en transcriptoras de material sin analizar, sin posibilidad de mejorar ni cambiar, porque ni siquiera les quedaba guardado lo que transcribían.  Pero se sentían victoriosas, habían burlado a la pepita.  Nunca se dieron cuenta de que era más fácil fotocopiar las páginas que transcribían, en lugar de luchar con una pepita que desde la pantalla se burlaba de ellas.

Llegaron presumiendo a contar su interesante anécdota.  Hasta los más desinteresados se asombraban con aquella historia.  “¿Cómo que una pepita? ¡Eso es un virus, así no se puede trabajar, eso es absurdo!”, comentaban los demás.  Pero ellas en su afán de impresionar y llamar la atención, se sentían estupendas contando sus logros.


Las Pepitas las comenzaron a llamar, aunque ellas nunca se enteraron.  Así quedaron para el recuerdo de una época como todas, en las que siempre hay un protagonista de una historia que aunque parezca ficticia tiene mucho de verdad.

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