viernes, 23 de octubre de 2015

Relato surrealista

Caracoles patinando sobre alfombras blancas en noches de luna adormecida.  Pinceles bailando sobre paredes mustias haciéndolas parecer cantarinas de tanto color y brillo.  Monumentos aburridos que se cansan de esperar a los transeúntes distraídos, mientras que las miradas los traspasan.  Una mano sin guantes que espera paciente que otra mano la toque para sentir compañía.  Niños jugando mientras la niña saltando mueve distraída sus coletas.  La paloma alza su vuelo y deja caer destellos que no son luz, solo son su marca, su presencia innoble que desluce en aquel parque extraño y lleno de faros que no alumbran, sólo decoran el andar del caminante que se pierde en las sombras de su conciencia.


Así se veía la noche en ese lugar, sin estrellas, además de sentirse tibia y serena; y allí estaba ella, un poco inconsciente de los pasos que daba. Sus ojos estaban en medio de aquel escenario trastornado y todo hacía juego. Ella también, mientras caminaba en círculos alrededor de cualquier cosa que llamara su atención.  Se veía nostalgia en su rostro.

Apareció de nuevo el espejo invertido.  Un espejo como los que usan las princesas en los cuentos, una especie de óvalo mayor donde se capturan los reflejos, unido a otro menor que lo sostiene. Pero estaba invertido: el óvalo mayor hacia abajo y además de espaldas a quien lo observaba. Era blanco y unas gotas de un líquido perlino y espeso bajaban por su contorno, saliendo quién sabe de dónde, porque estaba suspendido en el espacio.  La velocidad de caída de las gotas se alteraba en sintonía con el estado anímico de la mujer.  Eran pausadas, lentas, dominaban su conducta, la hacían caminar lentamente y sus pensamientos no podían avanzar, se quedaban atascados mientras las gotas decidían en qué momento caer, para dar paso a otro pensamiento.

Su mente estaba ofuscada.  Cuando se aproximaba la siguiente gota, ya la idea anterior se había esfumado. Ya no podía pensar.  Pero de repente, las gotas aceleraban su caída, a la vez que corrían las ideas por su mente.  Todo era simultáneo, como si aquellas gotas dominaran su pensamiento y capacidad de respuesta.  Se aceleraban de manera incontrolable, una tras otra y a esa velocidad se empezaban a mover sus piernas, tenía que andar más deprisa, tenía que pensar y resolver, sin saber ni qué, pero había que pensar, rápido, muy rápido.  Las gotas del espejo blanco eran la batuta para la orquesta sembrada en su cuerpo.

El parque sin sentido, con los faros que decoran y guían el caminar del distraído seguía en el mismo lugar, pero era cada vez más extraño, aunque para ella era su mundo.  Y empezaron a aparecer espejos invertidos por todas partes, cada uno tenía su dueño, cada uno era independiente y cada uno dominaba la velocidad en la caída de sus gotas.  Espejos que dominaban el actuar de cada quien.  Espejos que ocultaban el reflejo, para que nadie supiese quien era quien.  Nadie se conocía, nadie se veía a sí mismo. Los espejos se tragaban la imagen, mientras las gotas perlinas, cada una a una velocidad distinta, dirigían la vida y las respuestas de cada quien a las situaciones que se presentaban.

Parece que fue un sueño, porque ella estaba y no estaba.  Ese recuerdo la acompañó por muchos años.  Dominaba sus respuestas, siempre estaban el parque, la luna, los caracoles, las sombras de los faros que no alumbran, la conciencia enrarecida.  Y ese espejo invertido tragándose la imagen, haciéndola pensar más rápido, haciéndola caminar despacio, dominando sus manos, sus movimientos, sus respuestas.  Una lentitud que la desesperaba cuando quería avanzar, seguida de prisas que la perseguían cuando quería encontrar calma. Todo al revés, complicado de enderezar.  La vida siguiendo a su manera y ella queriéndola abrazar.

No sé si despertó, no sé si los espejos eran reales.  Pasaba el tiempo y los reflejos se confundían entre sí.  Las prisas se atoraban en su carrera, mientras la calma se espesaba en el mar que soportaba su barca.  Pasos desbocados aguantados por los frenos de la aburrida sensatez.  Una vida de deseos y de pensamientos, de avances y retrocesos, de querer y no querer.  Una vida dominada por espejos del todo y de la nada, de lo que es y lo que deja de ser, de lo que pasó y se fue, de lo que vino y no vendrá.  Reflejos que huyen del absurdo y buscan la cordura.  Instantes que no quieren saber de la razón, sino de la locura.  Un relato de verdad y de mentira.  Un libro abierto con sus páginas al revés.


Una vida, simplemente una vida, con sus aciertos y desaciertos, con sus pausas y sus prisas… su vida en un espejo, en una gota…

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