Caracoles patinando sobre
alfombras blancas en noches de luna adormecida.
Pinceles bailando sobre paredes mustias haciéndolas parecer cantarinas
de tanto color y brillo. Monumentos aburridos
que se cansan de esperar a los transeúntes distraídos, mientras que las miradas
los traspasan. Una mano sin guantes que
espera paciente que otra mano la toque para sentir compañía. Niños jugando mientras la niña saltando mueve
distraída sus coletas. La paloma alza su
vuelo y deja caer destellos que no son luz, solo son su marca, su presencia
innoble que desluce en aquel parque extraño y lleno de faros que no alumbran,
sólo decoran el andar del caminante que se pierde en las sombras de su
conciencia.
Así se veía la noche en ese lugar,
sin estrellas, además de sentirse tibia y serena; y allí estaba ella, un poco
inconsciente de los pasos que daba. Sus ojos estaban en medio de aquel
escenario trastornado y todo hacía juego. Ella también, mientras caminaba en
círculos alrededor de cualquier cosa que llamara su atención. Se veía nostalgia en su rostro.
Apareció de nuevo el espejo
invertido. Un espejo como los que usan
las princesas en los cuentos, una especie de óvalo mayor donde se capturan los
reflejos, unido a otro menor que lo sostiene. Pero estaba invertido: el óvalo
mayor hacia abajo y además de espaldas a quien lo observaba. Era blanco y unas
gotas de un líquido perlino y espeso bajaban por su contorno, saliendo quién
sabe de dónde, porque estaba suspendido en el espacio. La velocidad de caída de las gotas se alteraba
en sintonía con el estado anímico de la mujer.
Eran pausadas, lentas, dominaban su conducta, la hacían caminar
lentamente y sus pensamientos no podían avanzar, se quedaban atascados mientras
las gotas decidían en qué momento caer, para dar paso a otro pensamiento.
Su mente estaba ofuscada. Cuando se aproximaba la siguiente gota, ya la
idea anterior se había esfumado. Ya no podía pensar. Pero de repente, las gotas aceleraban su
caída, a la vez que corrían las ideas por su mente. Todo era simultáneo, como si aquellas gotas
dominaran su pensamiento y capacidad de respuesta. Se aceleraban de manera incontrolable, una
tras otra y a esa velocidad se empezaban a mover sus piernas, tenía que andar
más deprisa, tenía que pensar y resolver, sin saber ni qué, pero había que
pensar, rápido, muy rápido. Las gotas
del espejo blanco eran la batuta para la orquesta sembrada en su cuerpo.
El parque sin sentido, con los
faros que decoran y guían el caminar del distraído seguía en el mismo lugar,
pero era cada vez más extraño, aunque para ella era su mundo. Y empezaron a aparecer espejos invertidos por
todas partes, cada uno tenía su dueño, cada uno era independiente y cada uno
dominaba la velocidad en la caída de sus gotas.
Espejos que dominaban el actuar de cada quien. Espejos que ocultaban el reflejo, para que
nadie supiese quien era quien. Nadie se
conocía, nadie se veía a sí mismo. Los espejos se tragaban la imagen, mientras
las gotas perlinas, cada una a una velocidad distinta, dirigían la vida y las
respuestas de cada quien a las situaciones que se presentaban.
Parece que fue un sueño, porque
ella estaba y no estaba. Ese recuerdo la
acompañó por muchos años. Dominaba sus
respuestas, siempre estaban el parque, la luna, los caracoles, las sombras de
los faros que no alumbran, la conciencia enrarecida. Y ese espejo invertido tragándose la imagen,
haciéndola pensar más rápido, haciéndola caminar despacio, dominando sus manos,
sus movimientos, sus respuestas. Una
lentitud que la desesperaba cuando quería avanzar, seguida de prisas que la
perseguían cuando quería encontrar calma. Todo al revés, complicado de enderezar. La vida siguiendo a su manera y ella
queriéndola abrazar.
No sé si despertó, no sé si los
espejos eran reales. Pasaba el tiempo y
los reflejos se confundían entre sí. Las
prisas se atoraban en su carrera, mientras la calma se espesaba en el mar que
soportaba su barca. Pasos desbocados
aguantados por los frenos de la aburrida sensatez. Una vida de deseos y de pensamientos, de
avances y retrocesos, de querer y no querer.
Una vida dominada por espejos del todo y de la nada, de lo que es y lo
que deja de ser, de lo que pasó y se fue, de lo que vino y no vendrá. Reflejos que huyen del absurdo y buscan la
cordura. Instantes que no quieren saber
de la razón, sino de la locura. Un
relato de verdad y de mentira. Un libro
abierto con sus páginas al revés.
Una vida, simplemente una vida,
con sus aciertos y desaciertos, con sus pausas y sus prisas… su vida en un
espejo, en una gota…
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