Así comenzó…
Fue todo tan rápido. Parece que amaneció y todo cambió. El color ya no estaba, el olor era
distinto. El aire era más ligero, el
cielo tenía más nubes y menos estrellas.
La ventana ya no estaba en el mismo lugar. Y todo fue de pronto, no hubo tiempo para
pensar. La discordia se tornó
amenazante, los lazos se querían zafar, los impulsos querían volar. Entonces comenzó una nueva historia.
Pensaron que sería más corta,
pero de tanto pasar, de tanto existir, se convirtió en la vida que vivían casi
sin darse cuenta. El destino hacía una
de sus jugadas y los ponía a prueba una vez más. Tuvieron que marcharse y dejar
atrás los cimientos de su historia, para comenzar de nuevo en un lugar
desconocido, diferente, con un nuevo acento. Mucha fuerza habrían de tener para
soportar que casi los llamaran idiotas por haber sido parte del desastre que
dejaron atrás y que además, de vez en cuando, los tildaran de entrometidos,
invasores, aprovechados. Difícil
demostrar que ninguno de esos adjetivos era cierto, aunque en ocasiones hasta
ellos mismos llegaron a dudarlo.
Tuvieron que empacar las raíces
de un comienzo en un par de maletas y armar con ellas el siguiente árbol de su
vida. Con el miedo atorado en la
garganta y la valentía intentando respirar entre los sollozos del adiós.
Cómo explicar que se superpuso el
poder a la ley, la ignorancia a la sabiduría, la improvisación a la experiencia. En las cabezas anfitrionas, con las mismas
cuatro esquinas de siempre, no encajaban esas figuras raras y retorcidas. No se podía explicar ni entender la riqueza de un pueblo acompañada de
inescrupulosos inventando un país trastornado, que ni el más fantasioso de los
artistas surrealistas hubiera imaginado jamás.
En esas cuatro esquinas no cabía la idiotez de líderes sacados de un
cuento mal narrado, manejando cual marionetas a personajes de utilería, con la
cabeza, no sólo envuelta en trapos, sino además rellena de trapos. Y un público atontado dispuesto a aplaudir a
cambio de un poco de la miseria compartida. Polvo y cenizas, eso no era riqueza
y lo que quedaba de ella se estaba hundiendo en la desesperanza. Difícil de
explicar…
Ya no lo querían explicar
más. Una figura sin forma no encajaba en
los paradigmas de quienes veían llegar a su vecindario nueva gente en busca de
espacio, y no había traducción para su
concepto. Tuvieron que vivir y aceptar,
comprender y tolerar, pero nunca olvidar.
El tiempo fue avanzando a su
favor. Aquellas nubes se acostumbraron a
su presencia y ellos a la nueva ventana en la nueva pared. Pero las cosas cambian… ¡que si cambian…!
Parece que la idiotez no deja de parir voceros.
Y en ese nuevo lugar, como la mala hierba que aunque se arranque vuelve
a nacer, comenzaron a alborotarse en medio de sus corruptas raíces los
supuestos pesticidas de la nueva era.
Poca imaginación tuvieron, poca sensatez, poca creatividad. Con proclamas robadas y escritas sobre papel
hecho de soberbia y resentimiento comenzaron a lubricar las espinas de quienes
enjuagaban su dignidad en las fuentes del primer repartidor de ilusiones
efímeras. Ausencia de profundidad y
exceso de convicción que arrastran a las masas a soñar con la simpleza
disfrazada de obviedad, justificando lo injustificable sólo porque sí, o porque
no, o porque da risa.
¡Bendita sociedad inocente!... o
tal vez inculta… que moja las migajas de sus panes en las mieles del rebelde
que invoca a los genios del desastre como si las cimas se forjaran con las
cenizas del que con riesgo y valentía tiene una idea distinta. Pisando al que se hunde bajo los escombros de
la nueva miseria y omitiendo los quejidos de quien tiende su mano al auxilio
próspero: ¡no es así que se construye la tan proclamada felicidad!
Y allí estuvieron ellos, viendo
repetir aquella historia y escuchando las mismas explicaciones como si de
novedad se tratara.
Las luces comenzaron a encenderse
poco a poco anunciando el final. No lo
quise conocer. Pude ver que se miraban
incrédulos mientras pensaban en lo que fue y volvían a ver las repetidas
escenas viciadas de tanto estar en el mismo círculo acariciado por el
resentimiento y la vida fácil. Pude ver que tendieron sus manos y se abrazaron
con la esperanza de que todo puede cambiar.
…Terminó y no me enteré del final,
no quise conocer más finales…
Abandoné la sala de cine y los
dejé a todos allí, absortos en su propia incertidumbre. Sólo ellos sabrán su final y se encargarán de
contarlo, si es que aún están dispuestos, si es que aún no han tenido que
abandonar también su propia sala de cine.
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