sábado, 10 de octubre de 2015

Sin final

Así comenzó…

Fue todo tan rápido.  Parece que amaneció y todo cambió.  El color ya no estaba, el olor era distinto.  El aire era más ligero, el cielo tenía más nubes y menos estrellas.  La ventana ya no estaba en el mismo lugar.  Y todo fue de pronto, no hubo tiempo para pensar.  La discordia se tornó amenazante, los lazos se querían zafar, los impulsos querían volar.  Entonces comenzó una nueva historia.


Pensaron que sería más corta, pero de tanto pasar, de tanto existir, se convirtió en la vida que vivían casi sin darse cuenta.  El destino hacía una de sus jugadas y los ponía a prueba una vez más. Tuvieron que marcharse y dejar atrás los cimientos de su historia, para comenzar de nuevo en un lugar desconocido, diferente, con un nuevo acento. Mucha fuerza habrían de tener para soportar que casi los llamaran idiotas por haber sido parte del desastre que dejaron atrás y que además, de vez en cuando, los tildaran de entrometidos, invasores, aprovechados.  Difícil demostrar que ninguno de esos adjetivos era cierto, aunque en ocasiones hasta ellos mismos llegaron a dudarlo. 

Tuvieron que empacar las raíces de un comienzo en un par de maletas y armar con ellas el siguiente árbol de su vida.  Con el miedo atorado en la garganta y la valentía intentando respirar entre los sollozos del adiós. 

Cómo explicar que se superpuso el poder a la ley, la ignorancia a la sabiduría, la improvisación a la experiencia.  En las cabezas anfitrionas, con las mismas cuatro esquinas de siempre, no encajaban esas figuras raras y retorcidas.  No se podía explicar ni entender la  riqueza de un pueblo acompañada de inescrupulosos inventando un país trastornado, que ni el más fantasioso de los artistas surrealistas hubiera imaginado jamás.  En esas cuatro esquinas no cabía la idiotez de líderes sacados de un cuento mal narrado, manejando cual marionetas a personajes de utilería, con la cabeza, no sólo envuelta en trapos, sino además rellena de trapos.  Y un público atontado dispuesto a aplaudir a cambio de un poco de la miseria compartida. Polvo y cenizas, eso no era riqueza y lo que quedaba de ella se estaba hundiendo en la desesperanza. Difícil de explicar…

Ya no lo querían explicar más.  Una figura sin forma no encajaba en los paradigmas de quienes veían llegar a su vecindario nueva gente en busca de espacio,  y no había traducción para su concepto.  Tuvieron que vivir y aceptar, comprender y tolerar, pero nunca olvidar.

El tiempo fue avanzando a su favor.  Aquellas nubes se acostumbraron a su presencia y ellos a la nueva ventana en la nueva pared.  Pero las cosas cambian… ¡que si cambian…! Parece que la idiotez no deja de parir voceros.  Y en ese nuevo lugar, como la mala hierba que aunque se arranque vuelve a nacer, comenzaron a alborotarse en medio de sus corruptas raíces los supuestos pesticidas de la nueva era.  Poca imaginación tuvieron, poca sensatez, poca creatividad.  Con proclamas robadas y escritas sobre papel hecho de soberbia y resentimiento comenzaron a lubricar las espinas de quienes enjuagaban su dignidad en las fuentes del primer repartidor de ilusiones efímeras.  Ausencia de profundidad y exceso de convicción que arrastran a las masas a soñar con la simpleza disfrazada de obviedad, justificando lo injustificable sólo porque sí, o porque no, o porque da risa.

¡Bendita sociedad inocente!... o tal vez inculta… que moja las migajas de sus panes en las mieles del rebelde que invoca a los genios del desastre como si las cimas se forjaran con las cenizas del que con riesgo y valentía tiene una idea distinta.  Pisando al que se hunde bajo los escombros de la nueva miseria y omitiendo los quejidos de quien tiende su mano al auxilio próspero: ¡no es así que se construye la tan proclamada felicidad!

Y allí estuvieron ellos, viendo repetir aquella historia y escuchando las mismas explicaciones como si de novedad se tratara.

Las luces comenzaron a encenderse poco a poco anunciando el final.  No lo quise conocer.  Pude ver que se miraban incrédulos mientras pensaban en lo que fue y volvían a ver las repetidas escenas viciadas de tanto estar en el mismo círculo acariciado por el resentimiento y la vida fácil. Pude ver que tendieron sus manos y se abrazaron con la esperanza de que todo puede cambiar.

…Terminó y no me enteré del final, no quise conocer más finales…  


Abandoné la sala de cine y los dejé a todos allí, absortos en su propia incertidumbre.  Sólo ellos sabrán su final y se encargarán de contarlo, si es que aún están dispuestos, si es que aún no han tenido que abandonar también su propia sala de cine.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar con tu comentario en esta página