sábado, 3 de octubre de 2015

Ella con Ella


No fue su elección y por eso sufrió.  Construyó sus propios muros y se encerró en su soledad.  Una idea fija martirizó su conciencia.  No soportó que le llevaran la contraria, que los rumbos se decidieran como bien manda la vida.  No pudo entender que los pájaros vuelan y mucho menos entender que no vuelan solos.

Se llenó de rencor porque no fue lo que esperaba.  La elección fue distinta a la que dictaba su ideal.  Y prefirió aislarse de la vida en un mundo donde el polvo cubriendo los muebles fue su principal compañero cuando él ya no estaba.  Pensó que nadie la quería porque no tomaron la decisión que ella esperaba y se amargó como un pomelo.


Qué agria se volvió su vida, pero así lo decidió ella.  Tan fácil que era abrir su corazón y aceptar.  Para qué vivir así, rodeada de muebles, de adornos inútiles y de polvo con el que pelear cada día, dentro de una muralla aburrida y descolorida.

Su carácter se volvió impenetrable.  Sola, ella con ella, como si no fuera suya la vida que tenía.  Guardó para siempre la sonrisa en el escaparate del olvido y se sentó a tejer dramas en su cabeza, con las mismas telas de araña que colgaban de sus lámparas y sus cortinas.

Doña Pomelo la llamaban sus vecinos, porque ni su nombre quería que se supiera.  Estaba ya anciana y olvidadiza.  Pero no olvidaba sus rencores, aunque de vez en cuando trataba de recordar el porqué de su rencor y no lo adivinaba, pero sabía que guardaba rencor… y tanto…

Sólo conversaba de vez en cuando con su médico y de paso le contaba mentiras, no quería que se comentara por el pueblo si tenía una u otra enfermedad, por eso intentaba engañarlo con dolencias inventadas, mientras padecía de otras que callaba.

¡Ay, qué atravesada era esta doñita! Contrató a un abogado para que la asesorara con sus bienes, porque lo que le faltaba en cariño, lo tenía en bienes.  Sólo un hijo tuvo y ni a él lo quería ver.  Pensaba que la buscaba por su dinero y se escondía en su coraza, contando los inservibles bienes que registraban los documentos.  Bueno, tampoco tan inservibles, pues con su alquiler sacaba una buena tajada y la mayor parte de ella la guardaba y la contaba.  Esa parte sí fue inservible, la que contaba y guardaba, sólo le servían para regodearse en sus sueños con acumulaciones ociosas, porque ni las disfrutaba; o sí, a su manera.   

Tenía montones de llaves para cerrar todas las puertas de su casa.  Parecía que con las mismas cerraba las de su corazón.  No aceptaba la ayuda de los vecinos cuando se acercaban a ofrecerla, al ver su pesadez llevando las bolsas con las compras.  Es que no le gustaba agradecer, por eso prefería no tener motivos.

Su hijo la miraba de lejos ansioso de un poco de su cariño.  Pero ella no se daba cuenta, pensaba que todos la vigilaban esperando su muerte para quedarse con sus bienes. Y el ansiado cariño lo percibía como interés y egoísmo.  No se daba cuenta que la egoísta era ella, egoísta con la vida, con los sueños, con la esperanza, con el amor.


¡Pobre doña Pomelo! Se le fue la vida huyendo de lo que no existía, inventándose historias para resguardarse de sí misma, desaprovechando los momentos que a su paso se tendían a la espera de un disfrute, de una sonrisa.

Se quedó sola consigo misma.  Ella con ella. Acompañada por el polvo de sus muebles, el sonido de sus llaves, la cuenta de sus bienes.  Sola en aquella mecedora vieja, en aquella casa solitaria, sin música, sin niños correteando, sin salida.  Tejiendo mantas de miseria y bordando encajes opacos para las arañas que habitaban en sus lámparas.


Y así murió, ella con ella.  Amargada por aquella decisión que ella no tomó, por aquel pájaro que alzó su vuelo y emprendió su vida sin consultarle.  Amarga como un pomelo, así fue su vida, así terminó su historia, entre muebles y polvo, en aquella mecedora de sueños inútiles, de esperanzas rotas, de amor no vivido.

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