De nuevo al caer la noche, su
mano se dejó llevar por los impulsos incontrolables que le hacían envolver
aquella pluma para escribir los dictados de una mente dominada por el sereno y
las estrellas.
Siempre era igual, una motivación
indescriptible movía su pluma, que entre signos y palabras, derrochaba toda la
locura en el cuaderno blanco que todo lo aguantaba y en el que no habían
límites como el que le imponían las absurdas normas que su corazón no aceptaba.
Allí escribía sus cartas, contaba
sus verdades y lo que su imaginación le dictaba. Describía un mundo como el que quería vivir y
poco a poco comenzó a vivirlo según lo escribía. Se involucró tanto con sus
narraciones que ya no sabía dónde terminaba su imaginación y dónde comenzaba su
vida. Escribía lo que vivía, pero
también vivía lo que escribía y en la medida que escribía una historia, ésta se
iba complicando, igual que su vida. O
tal vez era al revés: era su vida la que se complicaba, y con ella, sus
historias.
Fue así que una noche incorporó
un personaje muy importante a la labor de sus escritos: un director de
imaginación; necesitaba organizar su vida, o tal vez sus letras y pensó que con
un director las cosas funcionarían mejor.
Comenzó hablando con él, le hacía preguntas, se reía de las respuestas y
escribía, para luego vivir sus historias. Su relación se fue haciendo cada vez
más interesante, porque con su ayuda la vida tenía un orden, un comienzo, un
descanso, un continuar, un recreo, unas pautas.
Su director la animaba a continuar, le decía cuándo acelerar el ritmo,
cuándo incorporar un nuevo personaje, cuándo frenar sus pasiones, cuándo
expresar lo reprimido. Y comenzó una
especie de juego consigo misma. Su mente
le iba indicando las pautas que el director establecía. Y la hacía reír y saltar entre sus letras, a
veces la hacía llorar. Se ponía intensa,
a veces superflua, en ocasiones acelerada, en otras, adormecida, algunas noches
se enamoraba y apasionaba, otras se apartaba y entristecía. Y así mismo comenzó a girar su vida, siempre
con la dirección de quien llevaba la batuta de sus pensamientos y de su vivir.
Demasiada organización para una
vida que pretendía ser normal.
Demasiadas pautas para unas letras que querían correr a su ritmo por
páginas blancas perseguidas por una pluma.
Es que el director asumió tal papel en su vida que le organizó las
páginas y los títulos, le estableció las pausas y los esquemas, llegando a
dominar hasta sus impulsos y sus sentimientos.
Una noche se paseaba por una escena
dictada por su mente, que comenzó de pronto a hacerse cada vez más
intensa. Había un romance que se colaba
entre sus letras y lo comenzó a imaginar tratando de hacerlo real, de sentirlo
y así lo empezó a plasmar. Pero el
intrépido director, adueñado del control de su imaginación, decidió sabotear la
historia. Entonces, cuando la mente
comenzó a volar y su cuerpo comenzó a sentir los mismos pálpitos que su mente
dibujaba y hasta en silencio comenzaba a enrojecer imaginando la próxima escena
en la que el amor y los besos eran solo la introducción a la seductora pasión a
la que su corazón la quería llevar, el director apareció introduciendo una
pauta comercial. Sí, eso mismo,
publicidad, justo en el momento en el que para cualquier espectador la película
entraba en la mejor parte. Un perfecto sabotaje para quien se sentía dueña del
escenario.
Desde ese momento la publicidad
de jabones, de perfumes, de licores, de autos deportivos, de desodorantes, de
restaurantes, de agencias de viaje, de cereales, de teléfonos, de cualquier
cosa que pudiera venderse en un mercado, entraba en su mente con su música
envolvente e interrumpía la escena cuando más intensa comenzaba a ponerse.
Una y otra vez la misma
situación. Comenzaba a imaginar sus
historias, algunas bonitas, otras divertidas, otras tristes, algunas más
reales, otras más ficticias, pero en cualquiera de ellas, cuando se incorporaba
el romance y la situación comenzaba a entrar en el calor de la pasión, y el
cuerpo comenzaba a entrar en ebullición, otra vez aparecía la publicidad, con
sus canciones pegajosas y sus imágenes absurdas para el momento en que se
colaban.
Sus historias comenzaron a
quedarse colgadas a mitad de camino y, en consecuencia, las historias de su
vida. Siempre había una publicidad atravesada
que le impedía avanzar. Quiso entonces apartar al director del papel que le
había dado en su mente. Pero es que ya
su mente andaba de su cuenta y no quería obedecerle, se había tomado demasiadas
atribuciones en su vida.
Una lucha consigo misma por
avanzar y retroceder, en medio de las tribulaciones que su mente imaginaba, con
unas ganas inmensas de vivir y de sentir, marcadas por la batuta de un director
que le robaba los sueños, que le marcaba las pautas, que le borraba el camino,
que la sacaba de su historia con pautas publicitarias, pero que a la vez se
había convertido en el protagonista de aquel romance lleno de pasión y de
ilusión que su imaginación dibujaba y que sus letras retrataban.
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