Nació. Era hermosa, era niña. Sus
ojos brillantes e inquietos buscaban adivinar lo que había y lo que no
estaba. Mucha intuición se percibía en
su mirada. Juguetona y divertida,
delicada y arrebatada. Así creció, entre
juegos y disciplina, aprendiendo a ser niña y mostrando lo que se siente desde
la perspectiva de una niña. Eso que no
se aprende, eso que sólo se siente simplemente por la condición femenina, ese
regalo que no se escoge, que parece fruto del azar, pero que viene cargado de
hormonas y de instintos, que le permiten tener esa especie de súper poderes,
algunas veces sólo comparables con los de alguna heroína de un cuento de
piratas o con alguna bruja de un cuento de hadas.
Lo mismo le daba jugar con
muñecas, con casitas o con mascotas de colores, que treparse en un inmenso
árbol y saltar de una rama a otra. Daba
igual si se sentaba a pintar mariposas, o salpicaba sus zapatos y su vestido en
un asqueroso charco; si jugaba al escondite o competía en bicicleta por el
primer lugar. Así era ella, era niña.
Parecía que su sola condición femenina venía bordada en sus entrañas con
hilos de instintos de todo tipo, que la hacían sentirse poderosa y dominante, a
la vez que dulce y afable.
Cantó canciones de todo tipo,
trepó árboles y techos, construyó casas con sábanas y cartones, inventó
historias de amor con sus muñecas, se convirtió en poetisa entre sus peluches
de colores, rió a carcajadas de sus propias travesuras y dominó con su
presencia y altivez las travesuras de los niños de su edad, que parecían tontos
útiles a disposición de aquella majestad.
Su cuerpo fue cambiando, le
dijeron que pronto se haría mujer. Ella
no entendió aquello, siempre se sintió mujer.
Y un día apareció aquel desgarre inesperado, que hizo que su cuerpo se
estrenara en fertilidad y sin darse cuenta entró en un rutinario ciclo lleno de
molestias, de dolores, de fatigas, una mezcla de hormonas amasadas con órganos
en plena ebullición, que jamás hicieron mella en su entusiasmo, ni en sus ganas
de bailar, de brincar, de nadar, de trepar, de correr, de jugar, de reír, de
soñar, de aprender, de enseñar, de cantar, de ganar. Sí, de ganar, porque siempre se sintió
ganadora, en la escuela, en el teatro, en la danza, en la bicicleta, en la
pelota, en las lecturas, en las fotos, en la música, en el canto, en la poesía,
en la pintura, en los juegos, en todo lo que su mente quisiera imaginar. Es que era un poco niña y un poco mujer.
El tiempo fue pasando y también
conoció el amor. Se enamoró y se
equivocó y acertó y se ha equivocado mil veces y ha vuelto a acertar, porque siempre
ha soñado y sus sueños han volado y ella ha viajado con ellos. Aprendió a querer más y más, a entregarse
toda y a buscar en cada entrega más razones para ser fuerte y tenaz. Y de su cuerpo brotaron retoños de vida, y se
hizo amante, amante y amada, mujer en todo su esplendor.
Su cuerpo la acompañó en su
viaje, mientras se hacía sabio y desordenado, arrugado, reseco, deteriorado,
pero más esbelto que nunca, con la tibieza de una flor que embellece al
atardecer, que se esconde al anochecer y es radiante al amanecer. Así era ella, hermosa, vivaz, alegre, tan
mujer. Adornaba su cabello, mientras
decoraba su sonrisa con el carmín más brillante. Se miraba al espejo convencida de su altivez,
de su empuje ante la vida, de su valentía.
Mujer que domina desde que conoce
el mundo, que juega desde que aprende a juntar sus manos, que baila desde que
da sus primeros pasos, que enamora desde que mira, observa y se hace presente,
que es locura a sus quince, que es sonrisa a los veinte, inteligencia toda,
encanto a los treinta, madurez determinante en cada paso que da, armonía y
seguridad a los cuarenta, talento y brillantez a los cincuenta. Y siempre hermosa.
Mujer con medio siglo dibujado en
las arrugas de su sonrisa, en la serenidad de su mirada, en la paciencia de sus
maneras, en las venas de sus manos, que todo lo hacen, que sienten más que
nunca, que se vuelven locas buscando un abrazo.
Mujer que tiembla con una caricia escapada de una poesía, mujer que
suspira con una canción que descubre al azar entre el desorden de sus sombras. Mujer que a los sesenta es toda pasión y
sigue siendo bella. Y seguirá siendo la
más hermosa, mientras sus manos obreras y delicadas sigan inquietas buscando
ordenar el desorden de otras vidas.
Así va ella, dejándose sentir,
dejándose querer y amando hasta agrietar, hasta romper, hasta consolar. Mujer sin decadencia ni edad. Mujer con
esplendor en cada gesto, en su sonrisa, en su pasión. Con sus dolores y sus miedos acorazados para
que no salgan. Despidiendo su fertilidad
mientras descubre que ama más que nunca, que juega como niña, que aún tiene
pudor, que ríe y disfruta cada regalo, cada palabra, cada flor.
Mujer con todas sus letras
escritas con tallos de flores. Mujer que
es niña, es amiga, es amante, es madre, es hija, es hermana, es pasión en su
vida. Mujer que no se doblega, mujer que
no perece a pesar de la vida, corazón inmortal, alma de fuego, mirada de
ternura, llena de besos para regalar y abarrotada de pasión para vivir.
Simplemente…mujer…tan complicada y tan sencilla a la vez...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar con tu comentario en esta página