jueves, 28 de julio de 2016

Simplemente mujer

Nació. Era hermosa, era niña. Sus ojos brillantes e inquietos buscaban adivinar lo que había y lo que no estaba.  Mucha intuición se percibía en su mirada.  Juguetona y divertida, delicada y arrebatada.  Así creció, entre juegos y disciplina, aprendiendo a ser niña y mostrando lo que se siente desde la perspectiva de una niña.  Eso que no se aprende, eso que sólo se siente simplemente por la condición femenina, ese regalo que no se escoge, que parece fruto del azar, pero que viene cargado de hormonas y de instintos, que le permiten tener esa especie de súper poderes, algunas veces sólo comparables con los de alguna heroína de un cuento de piratas o con alguna bruja de un cuento de hadas. 
Lo mismo le daba jugar con muñecas, con casitas o con mascotas de colores, que treparse en un inmenso árbol y saltar de una rama a otra.  Daba igual si se sentaba a pintar mariposas, o salpicaba sus zapatos y su vestido en un asqueroso charco; si jugaba al escondite o competía en bicicleta por el primer lugar. Así era ella, era niña.  Parecía que su sola condición femenina venía bordada en sus entrañas con hilos de instintos de todo tipo, que la hacían sentirse poderosa y dominante, a la vez que dulce y afable.
Era niña y no era capaz de vislumbrar un horizonte más lejano al de la ilusión del próximo cumpleaños.  Sin embargo ya protegía a sus muñecas y adiestraba a sus mascotas, como si fuera la madre y maestra de todo lo que rozaba a su alrededor.  Se sentía dueña de lo que imaginaba y con magnífico celo cuidaba todo aquello que pudiera parecerle débil e inocente.
Cantó canciones de todo tipo, trepó árboles y techos, construyó casas con sábanas y cartones, inventó historias de amor con sus muñecas, se convirtió en poetisa entre sus peluches de colores, rió a carcajadas de sus propias travesuras y dominó con su presencia y altivez las travesuras de los niños de su edad, que parecían tontos útiles a disposición de aquella majestad.
Su cuerpo fue cambiando, le dijeron que pronto se haría mujer.  Ella no entendió aquello, siempre se sintió mujer.  Y un día apareció aquel desgarre inesperado, que hizo que su cuerpo se estrenara en fertilidad y sin darse cuenta entró en un rutinario ciclo lleno de molestias, de dolores, de fatigas, una mezcla de hormonas amasadas con órganos en plena ebullición, que jamás hicieron mella en su entusiasmo, ni en sus ganas de bailar, de brincar, de nadar, de trepar, de correr, de jugar, de reír, de soñar, de aprender, de enseñar, de cantar, de ganar.  Sí, de ganar, porque siempre se sintió ganadora, en la escuela, en el teatro, en la danza, en la bicicleta, en la pelota, en las lecturas, en las fotos, en la música, en el canto, en la poesía, en la pintura, en los juegos, en todo lo que su mente quisiera imaginar.  Es que era un poco niña y un poco mujer.
El tiempo fue pasando y también conoció el amor.  Se enamoró y se equivocó y acertó y se ha equivocado mil veces y ha vuelto a acertar, porque siempre ha soñado y sus sueños han volado y ella ha viajado con ellos.  Aprendió a querer más y más, a entregarse toda y a buscar en cada entrega más razones para ser fuerte y tenaz.  Y de su cuerpo brotaron retoños de vida, y se hizo amante, amante y amada, mujer en todo su esplendor.
Su cuerpo la acompañó en su viaje, mientras se hacía sabio y desordenado, arrugado, reseco, deteriorado, pero más esbelto que nunca, con la tibieza de una flor que embellece al atardecer, que se esconde al anochecer y es radiante al amanecer.  Así era ella, hermosa, vivaz, alegre, tan mujer.  Adornaba su cabello, mientras decoraba su sonrisa con el carmín más brillante.  Se miraba al espejo convencida de su altivez, de su empuje ante la vida, de su valentía.
Mujer que domina desde que conoce el mundo, que juega desde que aprende a juntar sus manos, que baila desde que da sus primeros pasos, que enamora desde que mira, observa y se hace presente, que es locura a sus quince, que es sonrisa a los veinte, inteligencia toda, encanto a los treinta, madurez determinante en cada paso que da, armonía y seguridad a los cuarenta, talento y brillantez a los cincuenta.  Y siempre hermosa.
Mujer con medio siglo dibujado en las arrugas de su sonrisa, en la serenidad de su mirada, en la paciencia de sus maneras, en las venas de sus manos, que todo lo hacen, que sienten más que nunca, que se vuelven locas buscando un abrazo.  Mujer que tiembla con una caricia escapada de una poesía, mujer que suspira con una canción que descubre al azar entre el desorden de sus sombras.  Mujer que a los sesenta es toda pasión y sigue siendo bella.  Y seguirá siendo la más hermosa, mientras sus manos obreras y delicadas sigan inquietas buscando ordenar el desorden de otras vidas.
Así va ella, dejándose sentir, dejándose querer y amando hasta agrietar, hasta romper, hasta consolar.  Mujer sin decadencia ni edad. Mujer con esplendor en cada gesto, en su sonrisa, en su pasión.  Con sus dolores y sus miedos acorazados para que no salgan.  Despidiendo su fertilidad mientras descubre que ama más que nunca, que juega como niña, que aún tiene pudor, que ríe y disfruta cada regalo, cada palabra, cada flor.
Mujer con todas sus letras escritas con tallos de flores.  Mujer que es niña, es amiga, es amante, es madre, es hija, es hermana, es pasión en su vida.  Mujer que no se doblega, mujer que no perece a pesar de la vida, corazón inmortal, alma de fuego, mirada de ternura, llena de besos para regalar y abarrotada de pasión para vivir.
Simplemente…mujer…tan complicada y tan sencilla a la vez...

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