jueves, 21 de julio de 2016

Una respuesta, una palabra, un sentimiento



Que cómo me sentí, me preguntó desde su silencio. Busqué sus ojos en la humedad de aquel momento y sólo atiné a pensar: “Es aquí y es ahora”.  ¡Claro! Es ahora, es que el tiempo es ahora.  Lo estoy sintiendo, siempre lo siento, aunque no siempre me dé cuenta.  Mientras tanto, lo vivo.

Volvieron sus palabras a mi mente, era insistente, quería saber cómo me sentí.  Mis ojos no perdieron brillo, tenía ganas de cantar y de bailar.  Las risas y los recuerdos se apropiaron de mi conciencia, mientras seguía sintiendo. ¿Qué le puedo responder si es tanto lo que he sentido? ¿Qué más quiere saber? ¿Habrá olvidado cómo leer mis letras?


Quise decirle que me sentía agradecida, pero no era eso.  Quise decirle que estaba entusiasmada.  Ya no supe si sentía paz.  ¿Acaso allí había paz?  Acompañada, quizás.  Contenta, extraña, feliz… tantas veces bendecida.  Busqué mi lápiz y comenzó a darme respuestas con su grafito. “Es la vida”, me dijo, mientras se deslizaba sobre mis líneas.  “Allí la tienes, es tu vida.  Respira y siente.  Acepta y recibe”.  Mi mente se dispersó.  Las letras se enredaron en la maraña de mi cabello húmedo, y mi lápiz siguió viviendo mientras yo recordaba las gotas que mojaban aquella tarde.

Si la lluvia huele, si el mar baila, si las estrellas caen de vez en cuando, y eso lo sé, entonces, cómo no saber lo que sentí.  Todo eso está allí, hay sensaciones y sentimientos.  Estremezco por fuera con los primeros y me regocijo en entrega con los segundos. “¿Cariño?”, me preguntó de nuevo, “¿Sentiste cariño?  Y pensé: “¿Se puede sentir demasiado cariño, será eso?”

Yo sólo vivo y creo hacer lo que es más fácil.  Querer es fácil, me gusta querer.  Tacho en mi memoria lo que no quiero recordar, mientras busco su mirada.  Su voz me repite insistente que cómo me sentí.

Cerré los ojos y pensé: “Amada, me sentí amada”.  Al fin encontré la palabra que llenó mi momento.  Había tantas en la cesta para escoger, pero yo encontré la perfecta, la saqué de la lluvia, la saqué de los ojos que me miraban y de las manos que me buscaban.

Me sentí amada en medio de una prosperidad desierta, en medio de unos brazos que descansaban de su desorden habitual.  Me sentí amada y necesitada, me sentí amada y protegida.  Amada desde la soledad y el desespero, amada desde la solemnidad de la sencillez.


Que cómo me sentí, insistió tantas veces… y sin pudor logré decirle al fin: “Amada, me sentí amada”. 

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