Nadie sabe si algo sabe o no
sabe, sólo sabe quien lo prueba, porque sin probar, nada sabe. Y pensando estoy que no se puede conjugar el saber
de sabor en primera persona del singular, sin que suene a verbo corrupto,
caducado, indecible, sin que sepa a sabor desabrido. Así pues, que nadie sabe a qué sabe su sabor,
si es que sabor tiene y si lo sabe, no lo ha dicho. Al menos yo no lo he
escuchado.
Entonces, saber lo saben otros,
los que han probado, pero el otro saber, el del que conoce, lo puede saber sin
haber probado. Yo me quedo con el sabor del saber, porque el saber sin sabor pierde
la exquisitez del disfrute mientras se prueba.
De saber unos saben y de sabor otros
cuentan, pero saber de saborear no todos prueban. Y no es lo mismo saber a qué sabe, que saber
a qué se sabe, porque nadie se saborea a sí mismo, por lo tanto, saber de
sabor, no sabe a nada si no es compartido.
Saberse a sí mismo pierde sentido si no es ajeno el gusto.
Y cómo saber si a ti te sabe
igual que a mí me sabe. Es como saber si
hueles lo que yo huelo. Eso no lo sé y lo otro tampoco. Y es que quien prueba
sabe, pero quien sabe, no siempre prueba.
Tal vez se conforma con saber lo que se dice, pero saber de sabor no se
sabe si no se prueba.
El saber me sabe a poco, si no se
mezcla con el néctar de otros sabores, ajenos, prohibidos, huidos. El saber me desespera si es un saber sin
sabor. Ya no me conformo con saber sin
probar, prefiero no saber, pero sí saborear.
No me digas que sabes a buen vino. Dame de tu vino y yo sabré si a ese
sabor sabes.
Y termino este enredo, que no sé
por donde vino, acaso por pensar tanto, se me enredaron los placeres. Ya no sé si lo que quiero es saber, o dejar
saber a qué sabe, mientras aprendo a distinguir el saber del sabor, o quizás,
el sabor del saber. Y es que de tanto
pensar en el saber y el sabor, terminé pensando en los besos, que de saber
seguro tienen poco, pero de sabor tienen mucho:
¿Cómo saber a qué saben
los besos que no se han dado?
A probar hay que atreverse
y con los ojos vendados
para que el sabor con el olor se quede
en el placer de los besos robados.
Y así, sabiendo a qué saben,
me escapo por fin de este saber
con el sabor que confunde
a los versos con los besos probados.
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