Cuánta ilusión es despertar un día y con la mente reposada
comenzar a escribir esos impulsos incontrolables que brotan de un interior
desconocido, que quizás nazcan de un sueño, quizás de la esperanza, de los
deseos, de los miedos, o quizás de la simple tranquilidad de una mañana que se
dibuja diferente.
Comienzo a buscarle sentido a tantas letras y entonces las
ideas comienzan a patinar en la mente.
Corren veloces, a veces fugaces, se deslizan, caen, rebotan y saltan,
quiero tomarlo todo con las manos, y extiendo mis brazos, pero son como el
viento, pasan, me rozan, me despeinan y siguen su camino. Son suaves, perfumadas, pero a veces
turbulentas, y hasta me estremecen.
Siento que me miran y me escondo. Me seduce la tentación de
plasmar lo que veo, intento entender lo que tú sientes y escribirlo, para que
no se me olvide. Mejor guardo todo esto, pienso avergonzada, pero si no lo
escribo mis pupilas hablan, y termino hablando a los espejos.
Recordé aquella cajita en la que mi hermana guardaba los
grillos que recogía jugando en el jardín de mi infancia y pensé atrapar todas
las ideas y pensamientos y guardarlos en una cajita como aquélla. Pero luego recordé que aquellos grillos
murieron mientras mi hermana los contemplaba incrédula. Si es que los había guardado todos tan bien,
tan herméticos, cómo les sucedió…
Entonces mejor no las guardo en una caja, no me gusta que las ideas
perezcan, mejor las lanzo cuando pase el viento, para que no se asfixien, para
que vuelen con él y se esparzan por los jardines. Pero entonces recordé que no sólo hay
jardines fértiles a mi alrededor.
También hay desiertos y mares y precipicios. Y si caen en un precipicio y se pierden en la
inmensidad de lo profundo…
Y entonces, qué hago con ellas, es que me superan, se retuercen
en mi mente.
Salgo, camino, acelero el paso, más rápido, me escondo. Miro hacia atrás, siguen ahí, me quieren
atrapar.
Las ato en una cometa, las pongo a volar, a ver si con aire
más limpio se refrescan y se calman. Regresan
perfumadas, con olor a nubes, pero con una mezcla de llanto y risa a la
vez.
Vuelvo a centrar mis ojos, quedaron vacíos de tanto buscar. Tengo que centrarme.
Miro al suelo, recojo la vergüenza que quedó esparcida. Me levanto y sigo. Y vienen otra vez. Vuelta y vuelta, girando sin parar. Y en cada giro se estremece una ilusión.
No sé si te escribo desde un sueño. No sé si estoy despierta.
Me siento encerrada en medio de mis propias ideas, que me
persiguen sin sentido, quieren algo de mí que aún no descifro. Las veo tropezar con las paredes de la inconciencia.
Y mis ojos no quieren callar. Les pido calma, que hagan silencio, que dejen
de contarlo todo. Pero se ríen de
mí. No son ellos los que hablan, sólo
han sido las ventanas por las que ha entrado la luz que inspira la mente
intranquila y curiosa que quiere sentirlo todo, que quiere probar reacciones,
que quiere comunicar misterios.
Todo se hace turbulento mientras me comunico contigo y
empiezas a sentir la atracción de mi juego.
Es un torbellino desbocado el que me atrapa y se las ingenia para
atraparte conmigo. Las palabras juegan.
Se han apoderado de mi conciencia y me han dejado sola en la
inconciencia.
No puedo hacer más nada. Me han superado y se desbocan
atropelladamente. Ahora estas palabras
son para ti. Las escribo y comparto
contigo para que sientas lo que yo siento, no para que me descubras, porque ni
yo misma me he descubierto, sino para que juegues conmigo a vivir estos ratos
de liberación y drenes conmigo el cansancio, la soledad, la distancia, el
recuerdo, la alegría, la picardía, el desánimo, la complejidad, la locura, los
desaciertos, pero sobre todo, las inmensas ganas de vivir, de sentir y de amar.
Yo te escribo y tú me lees, yo siento y tú sientes, yo me
alegro y tú sonríes, yo bailo y tú observas, yo juego y tú me sigues, yo lloro
y te entristeces, yo me río y tú sonríes…
Por todo esto, te escribo…
Desde que te despiertas tú mente se te llenan de impulsos incontrolados que te brotan, te seduce el plasmarlo, quieres guardarlos para no sentirte avergonzada, sabes que cuando una mujer ama a un hombre se le conoce enseguida: no sabe escribir de otra cosa. Sabes que en la filosofía de tu perceptor, te manda amar, pero te prohíbe llorar por lo que puedas perder.
ResponderEliminarTu mano es impasible sigue y sigue escribiendo; detenerlo no podrás con tu lastimas ni con tu razón, ni tus llantos borrar una coma, ni un acento. Tu meditación está llena de filosofía. Como siempre bonita reflexión.