Viento pasajero. Torbellino
fugaz. Ilusión hecha de nubes que pasan y se van. Madrugadas llenas de sueños
que dan fuerza a la vida. Pensamientos apasionados que no existen, que no son
reales. Como la lluvia que mientras moja acaricia, pero se seca y se olvida.
Momentos eternizados en canciones que hacen vibrar cuando se escuchan y luego
desaparecen.
Sueño que se vuelve esclavitud,
mientras la realidad sigue su curso, sigue existiendo.
La soledad vuelve a tomar la batuta y el escenario se llena de luces. La orquesta empieza a tocar. Todos expectantes se deleitan con lo que no es verdad. Es la canción de la soledad interpretada por tantos. Tanta armonía, tantos instrumentos bellamente coordinados y lo que hay es soledad.
La soledad vuelve a tomar la batuta y el escenario se llena de luces. La orquesta empieza a tocar. Todos expectantes se deleitan con lo que no es verdad. Es la canción de la soledad interpretada por tantos. Tanta armonía, tantos instrumentos bellamente coordinados y lo que hay es soledad.
Es la verdad que se asoma y
canta. Es la melancolía por un sueño que desaparece. Y las campanas se agitan y
las aves alzan su vuelo atormentadas por el repicar penetrante de los bronces
en su triste llanto.
Todo se va, el ambiente es
pesado, hasta el aire pesa cuando entra para oxigenar y deja en la piel la
amargura de un no existir, de una mentira engalanada, de una sonrisa
maquillada.
Y el baile continúa y la orquesta
sigue su plan, los pies hacen lo que pueden, armonizan con la orquesta e
intentan verse reales. Las manos
comunican lo que los ojos quieren callar, buscan en su ajetreo la ocupación que
les anime a sentirse compensadas. Falta
una caricia, falta un pecho que sirva de apoyo, pero es que antes tampoco
estaban.
Es la búsqueda de lo inexistente,
es creer que la mentira es real. Y así,
se construye un mundo sobre algodones de azúcar, tan dulce, tan sublime, tan
delicado y a la vez frágil e inflado, molesto de tanta artificial dulzura. Pero es el mundo que se ha montado en el
escenario, para que toque y cante, para que represente y baile, aunque la
canción de la soledad sea la protagonista de esa obra inesperada que parece no
tener fin.
Los ángeles se abrazan sin
entender la historia que por sus ojos pasa, sin comprender la coreografía que
con singular descuido y sin pasión ha sido montada. Quieren enganchar sus alas
a las sonrisas mustias que en nuestro actuar nos acompañan, para hacerlas más
abiertas, más sinceras, más reales.
Al final, la tristeza se apodera
de los sueños, les cambia el color, convierte en sepia su sonrisa y una lágrima
se deja descubrir para brotar de la fuente de un alma solitaria y derramar en
ella un llanto enmudecido, que grita en su silencio las notas acompasadas de
una armonía sublime y delicada, que quiere decir: ya basta, que quiere soñar de
nuevo.
Y empezar a bailar con música que
suene a caracoles, que suene a gotas de lluvia sobre piedras, que generen un
desorden que sólo nuestros oídos sean capaces de entender y ordenar, sin
engañar los pasos, sin sacrificar pasiones.
La tristeza debe irse a dormir,
ya la soledad se ocupará de llenar sus propios vacíos. El escenario sigue allí y los actores están
preparados para el estreno. La explicación se hace imperfecta, es mejor dejar
pasar los momentos sin mirar atrás y decidir el gran paso mientras la obra
apenas acaba de empezar.
Es tarde ya, es mejor descansar y
dejar que en sueños la alegría por un nuevo despertar aparte del camino esa
tristeza que convierte en soledad los deseos e ilusiones que una vez fueron el
matiz de una vida, que ahora se destiñe en el olvido y se aburre de tanta
fantasía inútil y resignada.
Regresar a la vida queriendo
vivir un sueño que no puede ser real. Es mejor soñar, aunque sea necesario
despertar de vez en cuando, recoger los pedazos regados por el suelo e imaginar
de nuevo una almohada llena de plumas de sueños, de fantasías que explotan como
burbujas y reposar en ella buscando la caricia de la vida que no es, que no
está, pero que es fácil imaginar.
Tristeza y soledad. No son buenas amigas, pero se saben
acompañar, mientras esperan en la sala de baile la mano de la palabra dulce que
se acerque a invitarlas a bailar. Danzar
y olvidar, imaginar y soñar y mejor, no volver a despertar.
La tristeza y la soledad son aliadas y se buscan, se hacen fuerte, las quieres espantar pero necesitas el apoyo que a veces no lo tienes, ni los sueños, ni tus pensamientos que pueblan tu soledad, ni liberan tus tristezas. Dale alas al t iempo para que escapen. Leer tus narraciones ayuda a ahogar esa pena y desamparo del que escribes. Como siempre bonita reflexión.
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