Se escondían y se asomaban sin
saber bien por qué lo hacían. Eran
impulsos que debilitaban su cuerpo y la hacían rendirse de tanto sentir. Y
transformados en cosquillas corrían hasta sus ojos luego de suavizar los gestos
de sus manos, de hacer temblar sus brazos, de nublar su mirada y hacer escaso
su aire.
Se asomaban temblando en su
calidez acuosa para esconderse de nuevo, mientras un suave brillo se dejaba ver
bajo los párpados caídos.
Un palpitar acelerado, un temblor
debilitante, un suspiro entrecortado…
Él se acercaba despacio, cada vez
más cerca, ya se escuchaban sus respiraciones. Percibieron sus aromas, sus
mejillas se rozaron, sus pensamientos se encontraron. Querían detener el tiempo
y eternizar ese acercamiento. Respirar y
sentir y con sólo un roce de sus mejillas elevar sensaciones al cielo.
Se apartó un poco para mirarla a
los ojos y sonrió. Ella lo miró y, sonrojada,
nerviosa, inclinó su cabeza mientras sus párpados caían intentando no dejarlas
asomar… Y esas gotas de sentir
transparente lograron volver a esconderse…
Pensamientos ahogados querían ya
gritar y el grito encontró la salida a esa caverna oculta que silenciaba y
ahogaba su estremecer palpitante. Todavía sin darse cuenta, encontraron el aire
que faltaba a sus suspiros. Sus mejillas siguieron el roce de sus movimientos y
se acariciaron suavemente, sin prisas, como queriendo guardar en la memoria
cada segundo, cada suspiro, ese olor a encuentro. Sus labios por fin se rozaron
en un suave gesto con sabor a miel. Sus ojos se cerraron. Se sorprendieron y se entregaron, se
mezclaron sus ansias, se acariciaron sus sabores. Y por fin esa lágrima que se escondía y se
asomaba, que daba brillo a su mirada mientras nublaba su espacio, se dejó caer
confiada en un impulso contenido que la empujaba y la hacía descender despacio.
Era la felicidad que sucumbía en una gota derramada.
Él le robó esa lágrima, la atrapó
en un beso antes de que se agotara en su caída y enseguida compartió con ella
el sabor a mar que se mezcló con la miel de aquel beso que con tanta ternura estrenaron
al fin sus labios.
Se asomaban, hasta que el tiempo les dio el encuentro, y manó el más bello momento, el único que los deja verdaderamente embriagados: el beso. Como siempre, bonita reflexión
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