Ella,
consumida por las llamas del olvido y el descuido, guardaba sus cenizas en un
cajón escondido. Él, aburrido de lo mismo, buscaba un escape a la indolencia y
al sabor a siempre. Apagado, oculto en su propio brillo, lanzando sus colores
al mar abierto, al barco en su naufragio, a las estrellas sin nombre.
Dos
corazones con sus latidos oprimidos, queriendo contar los pétalos caídos a la
espera de un suspiro en el último respiro. Dos caminos y un solo sentir,
descubrieron sin querer que buscaban encender los impulsos del destino.