No hace mucho conocí al más
despistado de todos los tiempos. Siempre
iba a la moda, pero de unos diez años atrás. Como no era su deber leer, nada leía. Como no era su deber escuchar, poco
escuchaba. Vivía en un pequeño mundo
dominado por él, gobernado por él, aplaudido por él y equivocado por él. Solo le importaban sus propias historias, que
al final resultaban aburridas porque se hacían obsoletas. Y es que eran
historias de su vida de adolescente, de joven, saliendo de fiesta, conquistando
a las más lindas, peleando con los más fuertes, haciendo proezas con sus
hermanos. Y sus canas y su piel eran
lectura inequívoca de que el tiempo dejaba huellas en su vida, aunque él de eso no se daba cuenta.
viernes, 18 de diciembre de 2015
viernes, 11 de diciembre de 2015
Una carta sin destino
Amaneció y por fin la noticia
había llegado. Había leído tantas veces los
periódicos, había escuchado tantas veces los noticieros, esperando encontrar el
primer gran titular, el primer gran paso.
Parecía mentira que el titular por fin había aparecido: “Comenzó el
cambio”. Fui de inmediato al teléfono y
quise llamarte, lo observé un rato pensando que llamarías tú. Esperé tantos años esa llamada. Se fue vaciando mi mente, quizás huyendo de
la otra verdad, la que nunca soñé. Y es que ya no estabas. Llegó la noticia y tú ya no estabas, no me la
pudiste contar, aunque la escribiste un día y la guardaste para que otros la
contaran.
He estado hablando sola,
imaginando que te digo muchas cosas y de pronto hago un cierre, un bloqueo y me
traslado a la vida como si nada pasara. Es que no quiero llorar contándote lo
que siempre esperaste escuchar. Me
dijiste que debía ser fuerte y lo soy.
Me cuesta, ¿sabes? Y es que me siento como una olla de presión,
conteniendo la fuerza del agua hirviendo y del vapor atrapado. Estoy abriendo la válvula lentamente para
evitar una explosión y dejando que las cosas fluyan con calma, como te hubiera
gustado a ti.
Quiero contarte que he aprendido
muchas cosas. Creo que todos hemos
aprendido. Ya no somos los de antes, aunque el antes fue tan especial. Ya no volveremos a ser lo que fuimos, eso
pasó. Pero estoy segura de que seremos
mejores. Todavía nos falta tanto por
aprender…
Pero es que hemos aprendido en la
piel, en las venas, en el alma, en el corazón, en la distancia, en la ausencia,
en el llanto, en la desesperanza, en las carencias, en el dolor, en lo
irracional, en la desventura, en el desprecio, en la miseria. No hemos aprendido las lecturas del maestro
de siempre, porque hemos aprendido de la vida, del desgarre, de las emociones,
de la humillación y hasta de la muerte.
Y en ese aprendizaje hemos comenzado a valorar lo que somos y de lo que
somos capaces. Hay tanta sabiduría en un
pueblo golpeado y moribundo…
Quiero decirte que continuaré
apartando el rencor de mi vida. No se
puede vivir con rencor. Tú me lo
enseñaste. Pero tampoco me dejaré
humillar. A veces el silencio y una salida oportuna de una situación indeseable
son la mejor respuesta. Ojalá pudieras
responderme, aunque te imagino asintiendo mis palabras como siempre lo hiciste. Seguro me dirías que recuerde que el triunfo puede
ser efímero, que para que permanezca tiene
que estar en el corazón de cada quien, pero que hemos dado un paso y sobre
todo, seguimos aprendiendo. Me dirías
que Dios no nos abandona, que no dejemos de orar y de agradecer y que no
perdamos nunca nuestro norte y nuestra fe.
Soy fuerte, no son lágrimas. Es añoranza pintada de brillo que se resbala
y se convierte en gotas, no te confundas.
Yo sé que aún falta mucho, sé que el camino tiene piedras y a veces son
enormes rocas o montañas las que se atraviesan. No sé a dónde me llevará el
camino, pero cuento con Dios y contigo, porque aunque no estés, me enseñaste a correr
por la vida y a vivir sin ti. Bueno, eso
todavía lo estoy aprendiendo.
A veces pienso que donde estás
tienes más poder, porque allí todo debe ser bondad y de eso tú tienes de
sobra. Debes ser el más poderoso de los
bondadosos, y teniendo más poder seguramente has podido hacer más de lo que
pudiste hacer cuando estabas aquí. Apostaste mucho a tu país, a tu gente,
siempre creíste en el poder de la unión y del amor. Por eso estoy segura de que
alguna varita mágica habrás utilizado para impulsar tus deseos y hacer que los
que seguimos luchando en este fango aprendamos a nadar en él.
No me pienso rendir, mi gente
tampoco lo hará. No me pienso conformar,
porque he aprendido que un país no es sólo un paisaje que sirve de escenario a
la vida, un país es una fuerza viviente a la que hay que alimentar, a la que
hay que cuidar, querer, vigilar. Tiene
que ser guiado por los mejores, los del corazón más grande, quienes deben
rendir cuentas de su conducta. Nos está
costando mucho vivir en armonía. Nos
está costando mucho simplemente vivir. Y
tanto nos está costando que lo estamos valorando cada vez más. Vivir vale la pena y más que la pena, vale la
alegría.
He aprendido y seguiré
aprendiendo. Soy más de mi tierra y
también soy más del mundo. No quiero más
miseria, ni humillaciones. Quiero progreso y seguridad, quiero alegría y
bienestar. La unión y la confianza han demostrado ser más poderosas que
cualquier grito desesperado de la demencia enmascarada en el poder.
No te cuento más por ahora,
quiero mantener la sensatez que me enseñaste y de pronto el vapor vuelve a
aparecer. Quiero lucir la sonrisa de
antes, esa sí que no se me ha borrado, sólo que ahora es más cautelosa, menos
ingenua, más pensada. Que no se
equivoquen mis hermanos, que no se equivoquen mis amigos, que no se equivoquen
mis paisanos. Ya no somos los de antes,
ahora somos mejores porque hemos aprendido, estamos aprendiendo y también
sabemos el poder que tenemos cuando estamos unidos.
Ya nada será igual…todo será
mejor, no nos queremos defraudar, no nos podemos defraudar y queda mucho por
cuidar.
Me despido y te regalo mi
sonrisa, ya me siento mejor. Gracias por escuchar mis letras, te lo tenía que
contar aunque no estés…
Hasta todos los días…hasta
siempre…
viernes, 4 de diciembre de 2015
¡Nos vemos en el Taladro!
Así es. “¡Nos vemos en el Taladro!”. Una expresión llena de tantos recuerdos… Y
con esta expresión les voy a contar un trocito de esos que de repente se
escapan de mi mente y me llevan al pasado.
Y es que me pasa como a muchos.
Parece que el pasado siempre fue mejor…
Érase una vez un señor Taladro
que ya se había jubilado. Estaba junto a
las oficinas principales de La Salina. Me
estoy refiriendo a la enorme cabria o torre de un viejo pozo petrolero que por
muchos años se convirtió, durante la época decembrina, en un símbolo de la
navidad y del encuentro del pueblo, junto al alma que dominaba y sigue
dominando aquellos espacios: la empresa petrolera. Eso era en Cabimas, en el estado Zulia, en
Venezuela. Allí nací y de allí vienen
estos recuerdos.
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