Que nadie juzgue el ardor
de mi dolor. Que nadie mida el tamaño de mi pena, ni el ancho de mi sonrisa.
Que nadie pretenda pesar mi corazón, ni pintarlo de otro color. Que mi corazón
tiene el color de mi vida y es mi color. Que mi perfume huele a tierra, a mi
tierra, aunque me bañe en mares de sal fría, aunque me queme el sol de un otoño
ajeno que me abraza y me dice que me quiere. Que cuando quiero gritar grito y
cuando quiero llorar lloro. Que mi llanto también es de lluvia que ablanda el
camino y lo hace fértil. Que mi tristeza es mía y mi alegría es mía. Que sé
amar y mucho. Que el viento me golpea y me despeina y yo sigo. Que si quiero
mirar, miro y si quiero soñar, cierro los ojos y vuelo alto, muy alto. Que no
siento vergüenza y amo lo que me levanta y me acaricia. Que soy de aquí y de
allá, que vengo de cualquier parte y siento de cualquier modo. Y sé luchar
porque no me acobardo, aunque tenga miedo. Que no me atan las cadenas, ni las
miradas. Que la palabra es mi bastión, que mi orgullo es mi honor. Que exploto
y sonrío a la vez y regalo mis ilusiones al viento, a quien las quiera. Y las
escribo porque sí, porque se me salen y las recojo en una cesta y las amontono
para lanzarlas al cielo y que vuelen y se vayan, o que se caigan y mueran. Es
igual…
Que veo a mi gente llorar
y no aguanto más. Que veo a mi gente morir y no puedo más. Y me indignan los
falsos decretos y las miradas esquivas de quien no se quiere enterar. Que la
lucha existe, aún quedan fuerzas y cada quien lucha como puede. Que mi corazón
se estremece cuando se agota de tanto apretar para que el llanto no aparezca de
nuevo. Y recuerdo que hay esperanzas, a pesar del humo y los disparos lanzados
desde los ojos, desde los muros, desde las letras y también desde las armas.
Que ya quiero que se
callen los murmullos de fantasmas que usurpan lo que no les pertenece y quiero
que se vayan y no vuelvan. Que ya es bastante, que ya es suficiente y he dicho
que no quiero más. ¡Ya basta! Que no quiero que me miren de lejos, sino de
cerca. Que no quiero leer abrazos, ni besos, yo sólo quiero abrazar y besar:
los sentimientos, los cuerpos frágiles y los erguidos, las espaldas jorobadas
de tanto cargar el peso de la miseria ajena, las pieles sufridas de tanto
soportar el desgaste de la palabra hiriente… los recuerdos, es que se encienden
los recuerdos… ¡Ya basta!, le dije al vacío insoportable que me separa de lo
que es mío. Que es mío y lo repito porque es mío. Como mi color, como mi
perfume, como lo profundo de mis ojos que todo lo graban, como mi garganta muda
y mis manos que tanto hablan. Que mi entereza no se perturba y lo decidí sin
saberlo, así como decidí caminar por la vía contraria aunque me empujen, aunque
tropiece. Que el tiempo está a mi favor,
aunque se quede dormido de vez en cuando, y está conmigo, aunque se esconda
detrás de la rutina de todos los días.
Que no sé hasta cuándo, ni
hasta dónde, que sólo sé que sigo, que permanezco mientras tenga vida y no me
desvío. No quiero pensar en quien no
pienso, ni quiero mirar a quien no miro.
Pero sé que se irán los que se tengan que ir y vendrán los que tengan
que venir.
Que el silencio grita y ya
no se ahoga. Que todo cambia y
cambiará. Cierro los ojos, pienso. Es que me he hecho rebelde de tanta injusticia
maquillada, tanto egoísmo… Mejor no pienso más, sólo confío.