viernes, 27 de marzo de 2015

Decir...te quiero

El tiempo pasa, no espera, transcurre y se va, y deja lo vivido, lo sentido, lo sufrido, lo que se ha amado, lo que se ha aprendido, pero no espera, siempre se va.
Y de repente, estar en otro momento, ver que las manos ya no son aquellas tan suaves y perfectas, que la sonrisa hace grietas y es dulce, pero ya no es tan ingenua, que la piel se amolda a los golpes del vivir, que muchas cosas han cambiado.
Y entonces, la mente se inquieta para pensar en las palabras que se fueron, las que provocaron lágrimas, las que unieron corazones, las que enseñaron las lecturas de los cuentos. Palabras que dan sentido a la vida, que transmiten sensaciones, que son capaces de herir las penas y también de acariciar pasiones.
Y es que hay palabras que se entierran y hacen llagas profundas que se clavan en los huesos. Y hay palabras serenas que aceleran las campanas de las que brotan los latidos.
Y qué se gana con herir, si más fácil es amar.  Y si tan fácil es amar, qué más da regalar una palabra fácil y a la vez profunda, regalar un te quiero sin llenarse de vergüenza.  Si es que todo pasa y no hay vuelta atrás y un te quiero es tan reconfortante, tan placentero, hace escapar sonrisas y da brillo a los sentimientos.
Y por qué no darle placer a la vida con palabras que entibian y hacen juego con miradas que traspasan y se eternizan, palabras tan simples y bonitas como decir: te quiero.
Por eso…
Me quedo con esas palabras que amoldan un te quiero en la mejilla del que pasa.
Me quedo con un silencio bonito que dibuja en la mirada un te quiero desafiante, que espera el grito guerrero de otro te quiero entusiasta y placentero, que resbale de las pestañas y que juegue con los brazos, empujando un noble abrazo hasta lograr un suspiro, hasta lograr que se escapen mariposas derretidas de tanto calor bonito.
Me quedo con el secreto que se cuentan los amigos, que al final de tanto cariño reconocen sin recelos y sin dudas, que se quieren, que se buscan, y lo dicen sin rubores ni silencios: te quiero amigo, es que te quiero.
Me quedo con el te quiero que se asoma en una despedida, que no sabe si habrá otra, que no entiende de pausas ni de regresos, sino del momento y del ahora. Y con sublime ternura abraza un te quiero y lo regala a la locura.
Caminar y vivir sintiendo la fuerza de querer.  Pero no un querer escondido, que se apaga y se avergüenza, sino un querer que se desnuda sin pudor y sale del pecho a gritar que existe, que quiere seguir queriendo, que quiere decir te quiero.
Y si un día sientes que tu corazón se asoma en esa palabra que tu garganta grita, no mires a los lados ni ocultes tu bendición, deja que el sonido fluya, y de la celda de tu sonrisa se escape ese sentir profundo que en tu cuello se atora y dile por fin que sin razón la quieres, que tu corazón se ahoga.
Y si el pecho se aprieta como en lenta agonía y lo ves que se acerca y tu pulso acelera, salúdalo sin tanta espera y dile sencillamente: ¿sabes que te quiero?
Y cuando abraces a tu hijo y sientas que tu alma se estremece y sus ojos se entierran en tu cuerpo, como formando parte del tuyo, saca de tu alma un abrazo y con amor dile: ¡hijo mío, cuánto te quiero!
Y si la escuchas que se acerca con su acostumbrado afán, a acariciar tus mañanas, a bendecir tus noches, a tejer tu camino con consejos y desvelos, da media vuelta, regresa y dile a tu madre que también la quieres, que la amas, que sin su amor no vives, que sin su amor te mueres.
Y a ese señor afable que construye caminos delante de los tuyos, para que pases sin tropiezos, que descubre los horizontes y los dibuja sin tantas ramas, sólo con las luces que su amor le señala, dale un abrazo sin tiempo y sin medida y dile sin pensar ni esperar: ¡Padre, es tanto lo que te quiero…!
Y si piensas en mí y sin querer se te escapa una sonrisa o recuerdas un encuentro en el que compartimos secretos o simplemente dejé una huella sembrada en alguna esquina inquieta de tu recuerdo, en un rinconcito escondido de tu corazón, llámame y dime: te quiero, que a gritos mi sentir suplica esa palabra sabia, la palabra sin dolor, la palabra que da aliento, la que anima, la que estremece, la que mima los encuentros, la que calma las angustias, la que roba una sonrisa, la que hace volver a la vida.
Me quedo con todos eso te quiero, que se multipliquen, que tropiecen cada paso, que endulcen la amargura, que suavicen la rudeza, que regresen la esperanza, que decoren el perdón, que den antesala a las sonrisas, que devuelvan la salud y que se escapen de esa vergüenza que le ataja y resta vida al corazón… 

…y con un suspiro en mi sendero
termino ya este relato
y te digo sin recato:
¡Nunca olvides que te quiero! 

1 comentario:

  1. Leída tu narración, tengo el remordimiemto de no haberlo hecho, ya no está y merecía haberse llevado más te quiero, tus consejos son hermosos y dan mucha vida mutuamente, se debe tomar como costumbre . Como siempre bonita reflexión .






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