El tiempo pasa, no espera,
transcurre y se va, y deja lo vivido, lo sentido, lo sufrido, lo que se ha
amado, lo que se ha aprendido, pero no espera, siempre se va.
Y de repente, estar en otro momento, ver que las manos ya no son aquellas tan
suaves y perfectas, que la sonrisa hace grietas y es dulce, pero ya no es tan
ingenua, que la piel se amolda a los golpes del vivir, que muchas cosas han
cambiado.
Y entonces, la mente se inquieta
para pensar en las palabras que se fueron, las que provocaron lágrimas, las que
unieron corazones, las que enseñaron las lecturas de los cuentos. Palabras que
dan sentido a la vida, que transmiten sensaciones, que son capaces de herir las
penas y también de acariciar pasiones.
Y qué se gana con herir, si más
fácil es amar. Y si tan fácil es amar,
qué más da regalar una palabra fácil y a la vez profunda, regalar un te quiero
sin llenarse de vergüenza. Si es que
todo pasa y no hay vuelta atrás y un te quiero es tan reconfortante, tan
placentero, hace escapar sonrisas y da brillo a los sentimientos.
Y por qué no darle placer a la
vida con palabras que entibian y hacen juego con miradas que traspasan y se
eternizan, palabras tan simples y bonitas como decir: te quiero.
Por eso…
Me quedo con esas palabras que
amoldan un te quiero en la mejilla del que pasa.
Me quedo con un silencio bonito
que dibuja en la mirada un te quiero desafiante, que espera el grito guerrero
de otro te quiero entusiasta y placentero, que resbale de las pestañas y que
juegue con los brazos, empujando un noble abrazo hasta lograr un suspiro, hasta
lograr que se escapen mariposas derretidas de tanto calor bonito.
Me quedo con el secreto que se
cuentan los amigos, que al final de tanto cariño reconocen sin recelos y sin
dudas, que se quieren, que se buscan, y lo dicen sin rubores ni silencios: te
quiero amigo, es que te quiero.
Me quedo con el te quiero que se
asoma en una despedida, que no sabe si habrá otra, que no entiende de pausas ni
de regresos, sino del momento y del ahora. Y con sublime ternura abraza un te
quiero y lo regala a la locura.
Caminar y vivir sintiendo la fuerza de querer. Pero no un querer escondido, que se apaga y se avergüenza, sino un querer que se desnuda sin pudor y sale del pecho a gritar que existe, que quiere seguir queriendo, que quiere decir te quiero.
Caminar y vivir sintiendo la fuerza de querer. Pero no un querer escondido, que se apaga y se avergüenza, sino un querer que se desnuda sin pudor y sale del pecho a gritar que existe, que quiere seguir queriendo, que quiere decir te quiero.
Y si un día sientes que tu corazón
se asoma en esa palabra que tu garganta grita, no mires a los lados ni ocultes
tu bendición, deja que el sonido fluya, y de la celda de tu sonrisa se escape
ese sentir profundo que en tu cuello se atora y dile por fin que sin razón la
quieres, que tu corazón se ahoga.
Y si el pecho se aprieta como en lenta agonía y lo ves que se acerca y tu pulso acelera, salúdalo sin tanta espera y dile sencillamente: ¿sabes que te quiero?
Y cuando abraces a tu hijo y sientas que tu alma se estremece y sus ojos se entierran en tu cuerpo, como formando parte del tuyo, saca de tu alma un abrazo y con amor dile: ¡hijo mío, cuánto te quiero!
Y si el pecho se aprieta como en lenta agonía y lo ves que se acerca y tu pulso acelera, salúdalo sin tanta espera y dile sencillamente: ¿sabes que te quiero?
Y cuando abraces a tu hijo y sientas que tu alma se estremece y sus ojos se entierran en tu cuerpo, como formando parte del tuyo, saca de tu alma un abrazo y con amor dile: ¡hijo mío, cuánto te quiero!
Y si la escuchas que se acerca con su acostumbrado afán, a
acariciar tus mañanas, a bendecir tus noches, a tejer tu camino con consejos y
desvelos, da media vuelta, regresa y dile a tu madre que también la quieres,
que la amas, que sin su amor no vives, que sin su amor te mueres.
Y a ese señor afable que construye caminos delante de los
tuyos, para que pases sin tropiezos, que descubre los horizontes y los dibuja
sin tantas ramas, sólo con las luces que su amor le señala, dale un abrazo sin
tiempo y sin medida y dile sin pensar ni esperar: ¡Padre, es tanto lo que te
quiero…!
Y si piensas en mí y sin querer se te escapa una sonrisa o
recuerdas un encuentro en el que compartimos secretos o simplemente dejé una
huella sembrada en alguna esquina inquieta de tu recuerdo, en un rinconcito
escondido de tu corazón, llámame y dime: te quiero, que a gritos mi sentir suplica
esa palabra sabia, la palabra sin dolor, la palabra que da aliento, la que
anima, la que estremece, la que mima los encuentros, la que calma las
angustias, la que roba una sonrisa, la que hace volver a la vida.
Me quedo con todos eso te quiero, que se multipliquen, que
tropiecen cada paso, que endulcen la amargura, que suavicen la rudeza, que
regresen la esperanza, que decoren el perdón, que den antesala a las sonrisas, que
devuelvan la salud y que se escapen de esa vergüenza que le ataja y resta vida
al corazón…
…y con un suspiro en mi sendero
termino ya este relato
y te digo sin recato:
¡Nunca olvides que te quiero!
Leída tu narración, tengo el remordimiemto de no haberlo hecho, ya no está y merecía haberse llevado más te quiero, tus consejos son hermosos y dan mucha vida mutuamente, se debe tomar como costumbre . Como siempre bonita reflexión .
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