jueves, 12 de marzo de 2015

Tiempo que se va...

El tiempo me persigue. El reloj se clava en mi espalda. Cuánto durará todo esto. Si es que mi gran amor se fue y no lo pude despedir, pero miro hacia adelante y sé que me espera. Cuándo te irás tú, cuándo me iré yo. Cuándo dejarás de leerme y yo de escribirte.
Semillas que no he sembrado empiezan a dar sus brotes y esparcidas en mi camino van formando hermosas enredaderas que me hacen un sendero. ¿Por qué estás allí, de dónde saliste, es éste tu tiempo?
Y doy la espalda a la tristeza, que se busque otra morada, que se las arregle con el tiempo del reloj que me persigue. Mejor no lo miro. Y así mis ojos lanzan flechas que se encajan en la enredadera de aquellos brotes no sembrados y tejen barandas que me impiden caer cuando la tristeza ofende, cuando el recuerdo hace delirios. Y miro mi sombra persiguiendo mis caminos, queriendo atajar mis prisas, escapadas de ese reloj a veces ausente, a veces tan presente.
Y las canciones que una vez aprendí empiezan a tener sentido y se montan en las agujas de aquel reloj, haciendo peso al contrario, buscando volver atrás, queriendo volver a empezar.
Pero no puedo empezar mirando hacia atrás, mi camino no sabe de vueltas ni de regresos, a veces empinado me hace doler los pasos, a veces jabonoso, me hace resbalar confiada.
Tiempo, bendito tiempo, cada vez más escurridizo, no se deja atrapar.
Y se rompen mis esquemas, se retuerce mi conciencia, cuando comienzan a tomar vida los patrones apartados.
¿Tanto hay que vivir acaso para abrir los ojos a lo posible? ¿Tanto tiene que ocurrir hasta que el despertador grita con furia que es hora de levantarse, que hay que despertar?
Y despierto enfurecida queriendo apartar el peso de ese reloj que insiste en recordar que ya he vivido, que el tiempo se apresura, que hay que seguir corriendo.
Y entonces salgo a vivir mi día, apresurando cada paso,  disfrutando los desvelos, sonriéndole a las prisas, arroyando la conciencia, que me deje tranquila, que no moleste tanto.
Y miro las botellas buscando algún mensaje que de algún naufragio se haya podido escapar, para prestarle mi auxilio y llenarme de más vida. Si no ahora, ¿entonces cuándo?
¡Corre! -me dice un anciano- que el reloj no sabe de esperas, que lo tienes montado en tu espalda.  Y siento el tic tac que me desespera, mientras un niño juega tranquilo, ajeno a que tiene un futuro donde hay un tobogán que acelera su pendiente.
Me aferro a la mano que me acerca a su hombro y me dice que no caiga, me repite: “Cree en ti”.
Y me da valor para lanzar el reloj a las montañas, que se entretenga con los paisajes, que se ponga a leer cuentos, que se distraiga viendo el cielo, que se olvide de mí.
Entonces busco al tiempo, que se esconde de mi furia, y lo encuentro en un teatro disfrazado de locura, ya no quiere ser preciso, ya no quiere ser puntual, no quiere saber de agujas ni de minutos tras el cristal.

Parece divertido, me empiezo a reir de él, me empiezo a reir con él.  Y compartiendo carcajadas, abrazando los instantes, me pongo a bailar con él, me pongo a soñar con él. Y acariciamos nuestras manos mientras jugamos a vivir, saboreando los momentos y entregándonos sonrientes a un nuevo despertar.  Porque el tiempo ya se fue, el tiempo ya se va, el tiempo no volverá…

1 comentario:

  1. Los ancianos son sabios, el reloj y el tiempo son aliados y no te esperan aunque estes cansada, compartes el juego a vivir y dale tiempo al tiempo. Como siempre, bonita reflexión.

    ResponderEliminar

Gracias por participar con tu comentario en esta página