De nuevo al caer la noche, su
mano se dejó llevar por los impulsos incontrolables que le hacían envolver
aquella pluma para escribir los dictados de una mente dominada por el sereno y
las estrellas.
Siempre era igual, una motivación
indescriptible movía su pluma, que entre signos y palabras, derrochaba toda la
locura en el cuaderno blanco que todo lo aguantaba y en el que no habían
límites como el que le imponían las absurdas normas que su corazón no aceptaba.