Empezar a respirar sólo porque hay un comienzo. Respirar y sentir, respirar y gritar, buscar
sin lágrimas un calor, un amor. Sentirse
parte de un todo infinito del que no se conoce principio. Así comienza la vida. Es sólo un pedacito de amor, de locura, sin
mucho sentido para quien sin saber la posee.
Algo que viene de algún lugar.
Vida en una piel, en un montón de células que solas no son
nada, en un conjunto de órganos que armonizan, que transmiten, que buscan la
perfección en un pedacito de inocencia que aún no sabe de su alcance, de sus
virtudes.
Un pensar que, aún sin poder de decisión, se apropia de un
sistema tan pequeño y crece.
Transformar instantes de amor, de pasión, de locura, de
entrega infinita y trascender en la magia de la vida. Perfección e imperfección que luchan por sobrevivir.
Jugar a vivir sin recibir invitación. Aceptar los caminos y empujar pesadas
cargas. Y reír y jugar y abrazar y
pensar. Y volver a reír y aprender y
amar y soñar y querer vivir.
Y en ese querer vivir, en esos deseos e instintos, se
siembra el amor, algo tan difícil de describir, pero tan fácil de recibir. Cuán divino es recibir amor. Esas manos que levantan una vida, que acarician
los primeros deseos, que alimentan esa migaja de cuerpo lleno de todo, a punto
de explotar de tanta bondad, de tanta ingenuidad, esa migaja que aún no sabe de
existir, pero que siente el amor expresado en los desvelos y en la ternura.
Y así, el tiempo, los aprendizajes, las bondades, los
desaciertos, las intrigas, los buenos y los malos ratos, las relaciones, las
maneras, las percepciones, los instantes, moldean algo más que un cuerpo lleno
de órganos agrupados en sistemas, más que un conjunto de partes, armoniosas o
no. Un todo que es la vida.
Pero ese todo que es vida, tiene un secreto multiplicado a vivas
voces. Tiene el gran poder del
amor. Y tiene la opción de guardarlo, de
disfrutarlo, de sembrarlo, de multiplicarlo, ya no como la vida que una vez
recibió sin pedir, sino la vida que es capaz de dar a cambio de una parte de su
vida, de su todo, de su sistema integrado.
Ese regalo que recibió sin pedirlo, tiene la posibilidad de regalarlo a
conciencia para hacer vida más allá de su propia vida.
Ya no se trata de recibir amor, se trata de darlo, de
multiplicarlo, de entregar una parte de sí mismo, para que una sonrisa no deje
de existir, para que ese corazón no deje de latir.
Porque el cuerpo se hace imperfecto a pesar de las luchas.
Porque la vida se convierte en una carrera en contra de la destrucción que
acecha y doblega los sistemas, haciendo de sus imperfecciones punto débil para
atacar con fuerza y amenazar ese sentir que hace vida en un cuerpo que se vuelve
cada vez más frágil, que se destruye a pedazos, que se acaba.
Por una parte, gran poder del amor, fuerza inenarrable, que
orienta la inteligencia hacia logros fantásticos, que permiten combinar de diferentes cuerpos pedacitos de
vida repartida en órganos vitales.
Y por la otra, maravillosa decisión orientada por el amor,
amor del que cuesta, no el que se recibe, sino el que se da, amor que permite
desprenderse de una parte de sí mismo para perpetuar su vida en otra vida.
Donar, dar, regalar, qué diferente cuando se trata de algo
ajeno, de algo de lo que es posible desprenderse con sólo alejarse, o con dar
media vuelta, o con soltar de las manos o de los recuerdos.
Pensar en donar cuando se trata de romper ese todo que es
más que una suma, cuando se trata de desprenderse del origen mismo de la vida,
cuando es una parte de un cuerpo, que es íntegro, que es absoluto, sagrado… es
un acto sublime, excelso, grandioso. Un
acto de amor profundo y verdadero. Amor
que genera amor, que transforma las vidas, que empequeñece las dudas y las
angustias de las rutinas y engrandece el sentimiento de agradecimiento, de
perdón, de respeto a la vida, de fe.
Proyectar vida a través de la vida, sin entender cómo ese conjunto de
partes es más que un cuerpo, una vida, una esperanza, un don sagrado.
Ser parte de una decisión, de una elección, de un regalo de
amor en su más pura y sublime expresión… maravillosa manera de dar vida más
allá de la vida.
Tus narraciones me llegan de forma sutil y delicadas, hablas de la vida, del amor reciproco y eso que tú narras es vida, sin esa pasión no existiría ni el vivir espiritual ni humano y sin amor no encontraríamos el entusiasmo de vivirla. Como siempre, bonita reflexión.
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