Silencio en el vacío... o vacío en el silencio...

El silencio se hizo canción y todos la cantaron sin saber que era la canción del adiós.   Y se fue a otro lugar, mientras repetía sus versos y entonaba sus melodías sin saber que era su canción, era su despedida.

Se mudó a otro rincón y en alguna parte quedó sembrada su historia: la que dejó, la que cambió, la que olvidó contar.

Era ausencia y era presencia.  Era risa con lágrimas, era furia con ternura. Contradicción y locura. Ahora ya no se sabe qué es, nadie sabe dónde está.  Su mirada es otra, atraviesa los espacios sin penetrar en otros ojos.  ¿Sonríe?, ¿disfruta? Quién lo sabe ahora.

Que no explique lo que nadie entiende. ¿Por qué no lo habría explicado antes?  Es que no se puede renunciar a vivir ni a ser feliz.  Se lo dijeron tantas veces.  Ahora quién se lo dice, ¿lo habrá comprendido?

Fugaz como el agua de aquel río donde solía llorar tantas veces.  Fugaz como el viento que secaba su cara mientras sabía reírse de las tonterías vividas, de los juegos improvisados, de las fantasías que se fueron y se escondieron para no volver a ser encontradas.  Así pasaba la vida, fugaz y atropellada.  Era su vida, su elección, eran sus maneras.

Todos leen la novela sin comprender el final, nadie lo espera, como si se pudieran eternizar las páginas, como si cada capítulo tuviese la autonomía de prolongarse hasta el infinito vacío que no existe, pero todos quieren que esté y todos lo quieren sentir.  Silente y vacío a la vez.  Como una estrella que pasa, que brilla y se apaga, que deja una luz, un recuerdo, una ilusión, y luego se desvanece en el infinito.  Como algo que tal vez nunca fue aunque siempre quiso ser… ¿lo sientes como yo?

Ya no lo quiero volver a pensar.  Sin respuestas no encuentro el final, pero el final está, siempre hay un final.    

…No sé si lo que siento es calor o frío o pena.  Da igual, se está o no se está.  Creo que aún estoy… y sigo buscando…

…Es el perfecto instante de no saber qué hacer, ni qué pensar, ni a dónde ir…