Intento adivinar cómo viven. Verlos desde lejos me hace suponer que no
debe ser fácil. Los veo caminar,
conversan, se miran, seguramente no se dicen todo lo que piensan, siempre hay
secretos, ¿cuáles serán los suyos?
Entonces imagino sus amaneceres y sus atardeceres. Seguramente ha habido temblores en los
cimientos de sus pasos y han hecho que la tierra los cubra y selle sus heridas.
Imagino cicatrices que se fueron cociendo sobre las palabras que no se dijeron
por miedo a encontrar demasiadas tumbas enterradas. No quisieron escarbar más, pero sabían que
estaban allí. Y sobre esas tumbas
erigieron un nuevo castillo.
¿Serían felices por fin y para
siempre, como los finales de los cuentos más hermosos? Ellos no lo deben saber, pero se miran y
saben que hay fantasmas que muchas veces se ríen y tejen trampas en sus
caminos. Seguramente se atrevieron, aún sabiéndolo, y construyeron un puente
sobre el lodo, para no pisarlo, para no caer en él.
Fueron valientes, supongo que osadía
no les faltaba. ¿Más inteligencia que amor?... Tal vez… a veces no es que haya
más, pero puede que pese más y termina siendo muy necesaria. ¿El amor? Es fantástico, es el que todo lo
puede, es el que hace sentir, el que tiene la fuerza para que hasta lo más
difícil pueda ocurrir. Y entonces,
¿ellos lo sienten? Desde aquí no lo puedo saber, intento imaginar cómo son,
cómo viven, los observo desde mi ventana y pareciera que se quieren, están
juntos. Pero, ¿sólo porque están
juntos? Tiene que haber algo más. A ver… piensa, piensa…
Es que los veo pasar, los veo
entrar y salir, parece que viven, al parecer comparten, ¿acaso se ríen cuando están solos?, los veo
tan serios, tan formales. Pero yo sé lo
de las tumbas que esconden allí abajo, es ese temblor en su mirada, no se
parece a la de antes, yo lo sé, lo veo desde mi ventana.
A veces quisiera llamar a su
puerta, me inquieta conocerlos en la cotidianidad que no se ve. Entran y a veces no salen. ¿Hablarán de las
tumbas, o habrán decidido tragarse sus misterios? Es que al final siempre existirán misterios y
seguramente lo más prudente será enterrarlos.
Yo sé que allí abajo hay cicatrices, aunque otros no lo ven, o no les
interesa. Tal vez aprendan a vivir así. ¿Será que al final la vida es una suma
de costumbres? Una tras otra, un momento
tras otro, un sí porque sí, un no porque no. Y así, todo va pasando, el tiempo
se convierte en su aliado y suaviza las cicatrices.
Los sigo viendo desde mi ventana,
quisiera escucharlos gritar que se quieren, pero no escucho nada. Regreso un rato a mi vida, ya no quiero
imaginar la de ellos. Observo mi jardín, aquí también hay mucha tierra y no
quiero escarbar. Mejor lo lleno de
flores mientras mi corazón decide qué hacer con sus propias tumbas…
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