- Tengo miedo.
- ¿A qué le temes?
- A seguir sin saber a dónde
vamos. Es tan incierto el camino…
- Dame tu mano, dámela sin
miedo. Haré que mis pasos sean siempre
firmes para que te quedes a mi lado y no tengas miedo.
- ¿Estás seguro de quererme
siempre a tu lado? Te cansarás de mí, mi aspecto cambiará y ya no te voy a
gustar, no me vas a querer igual. Mi
cuerpo se llenará de pliegues envejecidos y mi piel estará seca y cansada.
- ¿Y si mi cabello se tiñe todo
de blanco y mi aspecto se opaca entre grises mustios y se avejenta mi esencia?
- Entonces tu cabello será como
la espuma blanca en el mar de tu cuerpo.
Me meceré en tus olas y me bañaré en tu espuma.
- ¿Y si mis piernas se rinden un
día al caminar de siempre y pierden su elegancia y mis pasos se hacen torpes
mientras mi espalda se pliega a la curvatura del camino?
- Entonces caminaré a tu lado y
cuando te canses nos sentaremos a contemplar los pasos de los que vienen y de
los que van.
- ¿Y si al final mis pasos se
convierten en ruedas?
- Entonces seré el mejor
conductor y haré que te diviertas mientras conduzco. Así, mientras tú conduces mi vida, yo
conduzco tus pasos.
- ¿Y si te digo que me estoy
enamorando cada vez más de ti y que tu mirada me debilita y hace que mis ojos
duelan hasta cerrarse?
- Entonces aprovecharé para
besarte como nunca antes y haré que tu cuerpo se funda con el mío, para que no
te queden dudas de lo que siempre haremos cuando estemos viejos, cuando las
canas nos arropen, la piel se nos arrugue, las piernas nos pidan pausa y la
espalda nos suplique descanso. Tu dulzura
será la misma y mis ganas de ti serán eternas.
No dejaré que te resbales ante la vida porque ha sido tu valentía la que
me ha enamorado y con ella iré de la mano para hacerte feliz el resto de
nuestras vidas. Ven, estás cansada,
abrázame y relájate. No quiero que tengas miedo.
Acarició su cabello mientras ella
cerró sus ojos apoyada en su pecho y le regaló su sonrisa junto al más hondo de
sus suspiros. Él la besó como prometió
hacerlo siempre. Los dos se besaron mientras sus almohadas daban descanso a la
entrega de sus placeres.
El amanecer los despertó cuando
un rayo de luz apareció desde la ventana y se coló en su abrazo. Las almohadas reposadas guardaron el secreto
de una promesa de amor que se talló en su piel, en sus labios y en sus
cabellos, para ser recordada cuando el tiempo los haga viejos y sus miedos se
hayan esfumado tras el calor de tantos abrazos compartidos.
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