jueves, 13 de agosto de 2015

Inexplicable amor

Me hablaron de un amor diferente y especial, que ilumina los caminos y da paz al caminante.

Me hablaron de un aroma, que inexplicable aparece en medio de flores de papel y de jardines de cemento.

Y con entusiasmo fui a respirar el aire de esos andares, donde me dijeron que abrazaba con su luz y sus estrellas a quienes con descuido se acercaban a conocer su existencia.  Fue así que la encontré, allí en mi ciudad natal. Entendí la paz que se respira al sentir su presencia. Percibí el olor inexplicable a rosas que no hay, a nardos que no están, y ese gesto bonito de salpicar con ingenuo brillo, como jugando a vestir muñecas y disfrutando las sorprendidas expresiones de quienes reciben sus decoradas estrellitas.


Entendí el asombro de quienes me contaron, me sentí arropada por el amor sagrado y puro.  Aún me sorprendo al recordar ese brillo que, como rocío, se posaba sereno en las manos de quien con entrega y simpatía hablaba de su amor y se bañaba con su presencia.  Cada vez más brillante, sus manos, su cabello, su cara, todo brillaba, ante la mirada incrédula de tantos.  De pronto, ese brillo salpicaba a otros, como queriendo jugar al sorteo del amor, como queriendo robar sonrisas y alegrías a los rostros sorprendidos.

También me contaron que en un gesto de inadvertida presencia tomó de una rosa dos pétalos consagrados, dejando en uno su imagen Santa, en la otra, la de su Hijo amado.  Y pude ver esas hermosas y delicadas imágenes, perfectamente dibujadas en dos pequeños pétalos, con brillantes colores y un brillo sin igual.  Comprendí que es capaz de dar luz a un pueblo marchito y olvidado, con una mano en su corazón y la otra extendida a brindar su auxilio. Su presencia, su bondad, se sienten, se respiran.

Aceite de su amor regala con confianza a quienes buscan refugio a sus penas y tristezas.  Y una sensación de paz deja en el aroma de su perfume sagrado cuando se reparte a sus visitantes, que entre cantos, alegrías y sollozos, acuden a su lado buscando protección.

Al final de mi visita, me regaló su brillo de escarcha en inusual despedida.  No me lo esperaba, pero sentí que me dijo: ve confiada, tranquila, que estoy contigo y no te desamparo. Fue así que de su amor quedé prendada.

Un momento especial, sublime, mágico.  En ese instante pensé en estremecidas palmeras mientras escuché aquel sonido chispeante y cuál fue mi sorpresa al ver el derroche de estrellitas que, como a través de un túnel de cristal, bajaron del cielo y se posaron ante mis pies, dejando mi mente alucinada y mi corazón sorprendido ante tan inexplicable gesto de impresionante belleza.  A mis pies todo ese brillo que se escuchó al caer, en una noche tibia y serena, sin brisa, con el cielo abierto, simplemente sorprendente, maravilloso.  Mis ojos casi sin pestañar buscaban en otros ojos alguna explicación, alguna respuesta, pero lo que hubo fue sonrisas de alegría.  Y nos lanzamos como niños a los juguetes de una piñata, a llenarnos de aquella luz milagrosa que con generosidad se extendió por el suelo.

Pregunté por los colores de ese brillo que se esparcía.  Me hablaron del azul, mágico, precioso, sublime, delicado, color del cielo que envuelve su presencia y dice que allí está su amor. Me dijeron que el dorado, color regio, dominante, con brillo de coronas, con altivez y deslumbrante, regala sanación ante la fe y la ilusión de seguir adelante. El rojo, bonito, imponente, color de la sangre y la pasión, traduce sacrificio y penitencia.  El plateado, elegante y puro, color de las estrellas, del brillo de los ojos, es el color del camino de la súplica y los favores concedidos.  El fértil verde, tan diferente, tan atractivo, color que cobija las plantas, los bosques, color que envuelve el nacimiento de la naturaleza, color que es vida en sí mismo, es el color de la esperanza, del renacer. Y ese extraño tornasol, que parece que engaña a los ojos que no encuentran un único color entre el brillo y la belleza, entre las estrellas y el cielo, entre las flores de mil colores, es el color de la fe, el que dice que aunque no lo veas y no lo entiendas, siempre está contigo, pase lo que pase.

Aquel brillo que se esparció por el suelo estaba dominado por el plateado y el dorado.  Brillo de plata que sabe escuchar las súplicas, brillo de oro que regala sanación.  Ese fue el brillo que me regaló ilusión y me dejó marchar con lágrimas que también guardaban alegría.

Me fui serena, confiada, porque así lo sentí.  Y ahora, cuando pienso en lo que más extraño, me refugio en la confianza de saber que hay un ángel nuevo, que a su lado reparte esperanzas e inunda de abrazos el cielo.

María Dispensadora de las Gracias Santas, en el corazón se quedó de quienes reciben su amor, magnífica Señora de los brillos de colores, de los aromas, de los cantos y de la miel milagrosa.  Inexplicable amor, que sólo se siente, que sólo se recibe, para el que sobran las palabras y las explicaciones.


Protege a mi pueblo Virgen Bonita. Protege a mi pueblo con tu dulzura infinita, con tus colores de brillo, con tus aromas benditas…

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