Se les fue de
las manos, se les fue de la vida. No supieron
decir adiós, no quisieron decir adiós. Pero se fueron…como tantos. Emprendieron
un nuevo camino, sólo con un mapa, sin planos que expliquen cómo, sin
estrategias claras, sin pensarlo dos veces…como tantos.
Una pausa que
creció más de lo que debía. Y se hizo
vida. Pero quedaron las marcas, los recuerdos, los planes, los sueños. Y la vida siguió marcada por un espacio que
se quedó, sin despedida.
Rincones
decorados, fantasías soñadas, de eso había bastante… y aquella casa…la tuya, la
mía, la de tu hermano, la de tus padres…
Las bandejas se
quedaron preparadas para los futuros festines, esos, los soñados. Pero los espacios cambiaron. Había que huir. Había que salir en busca de
vida.
Tuvieron que
vender al mejor postor o a cualquiera, los sueños fabricados y regalar su
castillo de ilusiones que con tanto cuidado y esmero habían construido.
Llegó un adiós
que duró muchos años, que llegó sin buscarlo, y es que hasta los ángeles se
marcharon.
Se desdibujaron
sus huellas en aquel país abstracto, absurdo, donde el modo de vida se hizo
surrealista y la sensatez y el respeto a la vida, a lo ajeno, también se fueron
sin decir adiós, y ya nadie los extrañó.
Las alegrías se
ahogaron en su pena. Demasiados pájaros
en su vuelo migratorio convirtieron esa jaula en un país de despedidas, sin
adiós.
La historia de
tantos… y otros tantos queriendo contar esta historia…
Es que la
insensatez y la miseria humana amoldaron los espacios para un odio no pensado,
jamás sentido. Y aquel que creyó que la muerte jamás lo abrazaría, también se
fue sin despedida, sin un abrazo, sin un mensaje, sin una mirada, sin un adiós. Y dejó esa huella pálida y sin sentido:
desgracia y apatía, compitiendo por obtener el premio a la miseria ajena. Demasiada miseria ajena: miseria colectiva.
Porque cuando
la victoria se pinta sobre un lienzo ciego de poder, con tinta de vísceras
estremecidas por el fuego del resentimiento y se legitima la miseria para justificar
que las metas ya no suben al cielo, sino que se hunden en el infierno de la
envidia y en la socialización de las desgracias compartidas, pero compartidas
por otros, que son ajenos, muy ajenos, entonces esa miseria es la que se
reparte como si fuese un trofeo, una medalla al ímpetu de la ineficiencia, de
la destrucción humana.
Consignas sin
sentido, que al gritarlas, dan prestigio al burdel de la miseria. Hipocresía saturada de cinismo…
Y así, con
gente que busca entre los escombros la sustancia de la vida, el poder es más
accesible a los ladrones de sueños que se apropian hasta de la poesía y de los
cantos, creyendo que la inmortalidad los acompaña y que la justicia sólo a
ellos les pertenece.
¡Pues no!
Porque al final los hombres pasan y la historia sigue. Y la pesadilla se borra de los recuerdos, se
borra de los libros, desaparece de la historia como páginas quemadas. Histeria colectiva que degenera en olvido, en
lapsus, en negación. Mientras aquél se
queda inerte riéndose de la desgracia, ésa que repartió a manos llenas.
…Amnesia
social, olvidar para vivir; o más bien, querer olvidar, creer en el olvido. Soñar para creer que ya ha pasado, necesidad
de superar etapas, búsqueda de la subsistencia, es lo que queda después de
tanto dolor…
Demasiado
cinismo construyendo esa historia, pero olvidaron que todo en la vida tiene un
tiempo y todo tiempo tiene un fin. Y
esos pájaros que una vez volaron casi sin plumas, armaron de valor sus alas,
ahora fuertes y reconciliadas, se propusieron construir un nuevo fin para sus
tiempos. Y aunque en la jaula se
quedaron atrapados los espacios construidos con sueños y alegrías, las puertas
y las ventanas serán ahora más amplias y entrará el aire fresco y volarán los
rencores. Y los lobos hambrientos saciarán
sus deseos en las cuevas del olvido, donde sus rugidos los atormentarán a ellos
mismos. Dejarán de molestar para
ocuparse de su desgracia.
…La gloria
eterna sólo para Dios. La desgracia eterna
para aquel que la deseó…
Ya no se les
escapará de las manos. Han aprendido,
han vivido, han sufrido. Ahora sabrán decir adiós para volver a empezar. Porque los corazones no los destruye quien
quiere, sino quien puede. Esa es la victoria, la de corazones erguidos.
Así, sin adiós,
sin despedida, también se irán de la historia esas aves pasajeras con sus
plumas negras y su mirada enrarecida, para dejar espacio a un aire que no pesa,
a un vuelo que no ahoga, a un viento ligero y libre de cinismo y destrucción,
que dibuje nuevas huellas en un país que volverá a ser de ilusión.
…No lo decreto,
sólo lo describo...
A ese país le han despojado las primaveras, la alegría se la ha robado las lágrimas de quien lo añora. No hay propósito más patético que una parte de una generación intentando imponer su convicción a otra.
ResponderEliminarNo le incumbió la insensatez y la miseria, aquel que creyó que la muerte no lo abrazaría, él solo quería ganar el mundo, le importó poco perder su alma. Conoces que los corazones no los destruye quien quiere, sino quien puede. Como siempre, bonita reflexión.