- ¡Levántate!
- No puedo.
- ¡Vamos, despierta ya!
- No estoy dormido, está pasando.
- Tranquilo, es sólo un sueño.
- No estoy soñando, no es una pesadilla y no puedo estar tranquilo.
- Deja ya de llorar y levántate.
- Que no es un sueño. ¡Que los están matando!
- ¿A quiénes?
- A mis hijos, son mis hijos.
- ¿Y quién los mata?
- Ellos, los que destruyen el arcoíris para quedarse con las ollas.
- ¿Con las ollas, cuáles ollas?
- Las de la leyenda, las que están repletas de oro al final del
arcoíris.
- Para llevárselas a sus amos, para servirles. Destruyen ilusiones porque
no quieren dejar a los pájaros vivir, para que no puedan cantar. Les molestan
los cantos de los pájaros. Les molesta su libertad.
- ¿Cuáles pájaros?
- Mis hijos, te dije que son mis hijos y sólo quieren volar y cantar.
- ¿Y para qué quieren los amos el oro si no es de ellos?, es del arcoíris.
- Porque el dorado los deslumbra y con él se sienten amos del mundo. No
saben producirlo, no saben de dónde viene y es más fácil robárselo al
arcoíris.
- ¿Y por qué no les enseñan, por qué no les explican?
- Ellos no quieren escuchar, no quieren entender. La envidia los corroe, la
insensatez los devasta, su resentimiento los llena de ira, ya no son humanos,
no pueden serlo. Son sólo seres
perversos.
- Pero, si destruyen el arcoíris ya no puede haber ollas con oro. Eso está
en la leyenda.
- Está en la leyenda y está en la vida misma. En la leyenda, el oro está al final del
arcoíris; en la vida, la riqueza está al final del trabajo. Sin él no hay colores y sin colores no hay
pájaros y los pájaros son libres y quieren volar, sólo quieren volar y cantar. Ellos no los quieren dejar.
- ¿Quiénes?
- Los asesinos. Los que matan a los pájaros y al arcoíris. Los que matan a
mis hijos.
- ¿Y por qué dices que son tus hijos?
- Porque desde que la conocí me enamoré y esos son sus hijos. Me enamoré de
Venezuela y sus hijos son mis hijos, están matando a mis hijos, a los hijos de
Venezuela.
- Vamos, esto no puede ser real, ¡despierta ya!
- No soy yo quien
duerme, la pesadilla es real. Son las conciencias de la conveniencia las que se
quedan inertes cuando los asesinos se bañan con el oro de las ollas y la sangre
de mis hijos. No me digas que despierte, yo ya estoy despierto. Despierta a los otros, a los que siguen
durmiendo. Son ellos los que duermen mientras matan a mis hijos…
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