viernes, 23 de junio de 2017

El destino y los muertos vivientes

Había una vez un señor llamado Destino, que nació no se sabe si de día o de noche y tampoco se sabe muy bien cuándo, que vivió no se sabe si contento o amargado, que nadie sabe si murió o se escondió, que hacía su trabajo y era crear destinos, que tenía pajes que le servían, a quienes enseñó la forma de hacer destinos.  Se sabe que los imaginaba, los proyectaba, los construía, los guiaba y los cuidaba para que ocurrieran como estaba escrito.  Los pajes se encargaban de que su legado permaneciera por todas las generaciones.

Ocurrió un día que uno de los pajes, a quien había sido encargado el destino de una nación entera, se quedó dormido y las cosas comenzaron a funcionar como no debían.  Ese día se convirtió en semanas y luego en meses… más tarde en años. El paje no despertaba, el destino estaba equivocado y a toda una generación le tocó morir, en lugar de nacer.  Sí, es que nacieron muertos, desde que nacieron estaban muertos.

Los pisaron, los engañaron, los aplastaron, los envenenaron.  El señor Destino no podía hacer nada.  Dicen que había escrito una historia distinta para ellos, pero el paje custodio de aquel destino se quedó dormido.  A los que les tocó nacer, un día les tocó luchar, tenían que luchar para ser libres, para simplemente vivir.  Pero, ¿cómo luchaban?, si es que estaban muertos, lo estaban desde que nacieron.  Una mano siniestra, la misma que adormeció al paje, señaló su muerte desde antes de que hubiera luz en sus ojos.  Nacieron para luchar contra la muerte, y ésta ya estaba marcada con cruces en su destino.

Cuentan que el señor Destino estaba de manos atadas.  Que los quiso arrullar, les quiso cantar sus canciones de cuna, pero el paje se había dormido y ellos estaban muertos.  Nada más triste que la muerte en vida, que nacer en medio de un error del destino, cuando el sueño vence porque una mano cruel y ambiciosa es capaz de acabar con los desvelos de un custodio que sólo quiere cuidar lo que es suyo.

El desastre, la muerte y el caos imperaban donde antes hubo desorden, las ausencias poblaban las ciudades en las que antes deambulaba la presencia, las mesas se decoraban de tristeza y las fiestas se veían a través de las pantallas en blanco y negro de la ilusión apagada.  Pero es que el paje custodio no se había quedado dormido a última hora, el desastre no fue solamente al final.  El paje había dejado de hacer su trabajo mucho antes, cuando se embriagaba de abundancia y derrochaba caprichos, cuando menospreciaba todo lo que tenía, cuando maltrataba los regalos que la naturaleza le hacía.  No supo valorar el tiempo que le habían entregado y cuando se cansó del caos y de la desesperanza, prefirió dejarse dormir a ver si otros pajes resolvían sus asuntos y al despertar se encontraba con una sorpresa resuelta.

La sorpresa fue otra.  Dejó morir un tiempo y un tiempo muerto no vuelve a nacer. Y todos los que nacieron durante ese tiempo muerto, nacieron muertos.  Una generación entera de muertos vivientes. ¡Pobres muertos, pobre generación moribunda!


Pero tan fuertes se hicieron los muertos vivientes que alzaron sus gritos en busca de una nueva vida y tan alto gritaron y tan valientes fueron sus voces, que hicieron que el paje custodio por fin despertara.  Cuando el paje despertó y vio el desastre que había ocurrido se molestó consigo mismo y reclamó al señor Destino que no le hubiese despertado.  El señor Destino con voz contundente le dijo: “Era imposible que yo te despertara, el peso de la indiferencia de una generación indolente fue el que sostuvo tus párpados cerrados.  Ya eso estaba escrito, no se puede cosechar éxito sembrando indiferencia, porque el éxito requiere buen hacer, esmero y perseverancia.  La generación que custodiaste cerró sus ojos y con ello se cerraron los tuyos. Ya más nadie pudo ver, ni siquiera tú. Pero los nuevos muertos que nacieron sin vida, sin conocer el jolgorio de una vida viva y no una vida muerta, por fin han roto el yugo que los ataba a la moribunda supervivencia y hasta a tus ojos han sabido llegar para abrir el túnel que les mantenía en el tenebroso agujero que cavaron los indiferentes.  Ellos están despertando. Ahora te toca hacerlo a ti. Haz tu trabajo y no te vuelvas a dormir.  No dejes que el destino se duerma otra vez, para que la vida vuelva a ser vida y la muerte se quede en su lugar, para que ésta sea la última generación de muertos vivientes”.

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