Había
una vez un señor llamado Destino, que nació no se sabe si de día o de noche y
tampoco se sabe muy bien cuándo, que vivió no se sabe si contento o amargado,
que nadie sabe si murió o se escondió, que hacía su trabajo y era crear
destinos, que tenía pajes que le servían, a quienes enseñó la forma de hacer
destinos. Se sabe que los imaginaba, los
proyectaba, los construía, los guiaba y los cuidaba para que ocurrieran como
estaba escrito. Los pajes se encargaban
de que su legado permaneciera por todas las generaciones.
Ocurrió
un día que uno de los pajes, a quien había sido encargado el destino de una
nación entera, se quedó dormido y las cosas comenzaron a funcionar como no
debían. Ese día se convirtió en semanas
y luego en meses… más tarde en años. El paje no despertaba, el destino estaba
equivocado y a toda una generación le tocó morir, en lugar de nacer. Sí, es que nacieron muertos, desde que
nacieron estaban muertos.
Los
pisaron, los engañaron, los aplastaron, los envenenaron. El señor Destino no podía hacer nada. Dicen que había escrito una historia distinta
para ellos, pero el paje custodio de aquel destino se quedó dormido. A los que les tocó nacer, un día les tocó
luchar, tenían que luchar para ser libres, para simplemente vivir. Pero, ¿cómo luchaban?, si es que estaban
muertos, lo estaban desde que nacieron.
Una mano siniestra, la misma que adormeció al paje, señaló su muerte
desde antes de que hubiera luz en sus ojos.
Nacieron para luchar contra la muerte, y ésta ya estaba marcada con
cruces en su destino.
Cuentan
que el señor Destino estaba de manos atadas.
Que los quiso arrullar, les quiso cantar sus canciones de cuna, pero el paje
se había dormido y ellos estaban muertos.
Nada más triste que la muerte en vida, que nacer en medio de un error
del destino, cuando el sueño vence porque una mano cruel y ambiciosa es capaz
de acabar con los desvelos de un custodio que sólo quiere cuidar lo que es
suyo.
El
desastre, la muerte y el caos imperaban donde antes hubo desorden, las
ausencias poblaban las ciudades en las que antes deambulaba la presencia, las
mesas se decoraban de tristeza y las fiestas se veían a través de las pantallas
en blanco y negro de la ilusión apagada.
Pero es que el paje custodio no se había quedado dormido a última hora,
el desastre no fue solamente al final.
El paje había dejado de hacer su trabajo mucho antes, cuando se
embriagaba de abundancia y derrochaba caprichos, cuando menospreciaba todo lo
que tenía, cuando maltrataba los regalos que la naturaleza le hacía. No supo valorar el tiempo que le habían
entregado y cuando se cansó del caos y de la desesperanza, prefirió dejarse
dormir a ver si otros pajes resolvían sus asuntos y al despertar se encontraba
con una sorpresa resuelta.
La
sorpresa fue otra. Dejó morir un tiempo
y un tiempo muerto no vuelve a nacer. Y todos los que nacieron durante ese
tiempo muerto, nacieron muertos. Una
generación entera de muertos vivientes. ¡Pobres muertos, pobre generación
moribunda!
Pero
tan fuertes se hicieron los muertos vivientes que alzaron sus gritos en busca
de una nueva vida y tan alto gritaron y tan valientes fueron sus voces, que
hicieron que el paje custodio por fin despertara. Cuando el paje despertó y vio el desastre que
había ocurrido se molestó consigo mismo y reclamó al señor Destino que no le
hubiese despertado. El señor Destino con
voz contundente le dijo: “Era imposible que yo te despertara, el peso de la
indiferencia de una generación indolente fue el que sostuvo tus párpados
cerrados. Ya eso estaba escrito, no se
puede cosechar éxito sembrando indiferencia, porque el éxito requiere buen
hacer, esmero y perseverancia. La
generación que custodiaste cerró sus ojos y con ello se cerraron los tuyos. Ya
más nadie pudo ver, ni siquiera tú. Pero los nuevos muertos que nacieron sin
vida, sin conocer el jolgorio de una vida viva y no una vida muerta, por fin
han roto el yugo que los ataba a la moribunda supervivencia y hasta a tus ojos
han sabido llegar para abrir el túnel que les mantenía en el tenebroso agujero
que cavaron los indiferentes. Ellos
están despertando. Ahora te toca hacerlo a ti. Haz tu trabajo y no te vuelvas a
dormir. No dejes que el destino se duerma
otra vez, para que la vida vuelva a ser vida y la muerte se quede en su lugar, para
que ésta sea la última generación de muertos vivientes”.
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