Desperté de nuevo de ese sueño en
el que me sumergí por años. Pero desperté y sentí la necesidad de regalarte mi
tiempo, de retomar lo que una vez dejé en aquellas páginas dormidas, pero aún
vivas. Y es que dormía sin saberlo, dormía
mientras crecía, mientras quería ser grande y llenarme de saber. Quería aprender, buscar un espacio donde
colocar mi vida. Y entonces me sumergí
profundamente, me entregué sin miedos a la tarea de luchar, de vivir en medio
de todos, de entender lo que otros quieren, de reflejar lo que es mío, de
complacer a los que más quiero, y de ir llenando poco a poco, con recuerdos,
con escenas vividas, con sentimientos aflorados y escondidos, una gran vasija. La fui llenando con hacer y deber, con
cumplir y respetar, con mirar y callar, con gritar silencios, con estudios y
desvelos, con dejar pasar, con música de fondo para cada hacer, con amar hasta
que duele, con amar hasta que gusta, con amar hasta el suspiro…
¡Cómo he podido guardar tanto! Porque también guardé deseos. Los que conocía y los que no. Los que sentía y los que vendrían. Es como un mar entero guardado en una vasija,
donde en cada gota convergen sentimientos, modos, aprendizajes, lecturas,
mensajes, palabras, luces, sombras.
Y salí a andar con mi vasija a
cuestas. Llena de verdades, de ilusiones y de mucha fantasía. Y con mi vasija aprendí que todavía soy capaz
de seguir guardando y amando. Y durmiendo y soñando. Hasta cuándo tanto soñar. Hasta cuándo tanto
querer interpretar los mensajes de los sueños, divagando entre pesares y
empinadas cuestas.
Pero es que en esa vasija se
ocultaba un volcán dormido, que se había tragado mis sueños y mis angustias,
mis alegrías y mis llantos.
De repente, en medio de la
seducción de un grito pausado, de una llamada certera, despertó esa parte que
se quedó dormida mientras me pasaba el tiempo acumulando la vida en mi vasija. Un
volcán lleno de sorpresas, de refugios adormecidos. Lo quise apagar, pero ¿cómo
se apaga un volcán? Y no sólo despertó, sino que movió mi suelo y me animó a
andar. Bueno, en realidad es que tuve
que andar, porque con un suelo estremecido era imposible dejar de andar para
encontrar equilibrio, y menos con una vasija a cuestas llena de vida. Y en ese
andar quise entrar en tus sueños para saber si distaban de los míos. Y gota a
gota, tratando de mezclar tu mar con el mío, he ido vaciando mi vasija.
Regalándote mi tiempo y esperando
como recompensa un suspiro, así me entretengo en medio de la soledad de una
mente inquieta, que baila entre el presente y el pasado como si sólo hubiera
pequeños puentes entre ellos, fáciles de cruzar y dispuestos a soportar el peso
de un recuerdo penoso, la dulzura de uno feliz, la fatiga de un andar
inquietante y curioso, la ligereza de sueños entre nubes. Despierto en las madrugadas queriendo saber
qué quieres, qué te puedo dar de mi vasija.
Escucho un piano en el fondo,
suave y dulce. Es el mensaje de todos
los días. Que estás allí, que tu corazón me guía, que me sonríes y me invitas a
seguir. Lo estoy sintiendo, eres tú conmigo, como siempre y hasta siempre.
Así que me dispongo a entregarte
lo que fluye de ese volcán estremecido, que ahora despierta y alborota mi
vasija, que salpica sin querer tu razón y tu sentir, que remueve errores, que
condiciona decisiones, pero sobre todo, que inspira luz, esa luz que sin querer
me transmites y se confunde con la que regala el amanecer, como queriendo
recordar que cada día hay una nueva razón para seguir despertando, revolviendo
ilusiones y esperanzas para conseguir la mezcla perfecta que me hace querer
estar viva para seguir exprimiendo palabras al recuerdo y razones al devenir. Qué hermoso despertar y saber que sigue
habiendo vida en mi vasija. Vale la
pena, despertar y sentir, despertar y hacer, despertar y seguir, despertar y
sonreír.
Tú tienes, cariño, amor, ilusiones, fantasías, sueños, alegrías, también tienes angustias llantos y tristezas, pienso que te sobran para llenar la vasija de tu vivir, sigues recordando, soñando y viviendo, aunque se rebose. Como siempre bonita reflexión
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