domingo, 8 de febrero de 2015

Simple y Perfecto

Me pregunto cómo es tan maravillosa la vida, cómo es tan perfecta la creación. Cómo es que todo tiene siempre un sentido, aunque muchas veces no entienda ese sentido. Y en lo más simple de los regalos de la creación es posible deleitarse con la belleza y la firmeza, lo pequeño y lo majestuoso, lo cruel y lo divino, la mágica combinación de los colores con el aroma, la sensación de protección y de frescura, la imaginación y la realidad, lo que parece irrelevante escondido en una exuberante armonía de colores, olores, regalos para los ojos, para todos los sentidos.
Todo está allí, aunque tantas veces no lo vemos, nos cuesta darle valor a lo que parece rutina, a lo que está porque sí, y se nos escapa la maravilla de cada detalle.
Y es que me quedé impresionada mirando la belleza que encerraba esa fruta en ese árbol.  Parecía tan diminuta en medio de la grandeza del que la arropaba, y éste, también diminuto en medio del paisaje que le acompañaba.  Quedé extasiada contemplando aquello que siempre había estado allí, pero que no me había detenido a intentar comprender.
Grande, fuerte, alto, solemne, equilibrado, armónico, que inspira respeto.  Un tronco muy grueso, apenas lo pude abrazar, áspero, un color ingrato, rudo, perfecto para trepar, pero no para acariciar.  Ramas firmes que parecen mil abrazos, abiertas, parece que respiran y suspiran cuando el viento las saluda.  Sus hojas son como faldas que bailan cuando la brisa las invita.  Olor a humedad, llanto reprimido en su corteza, algunas lágrimas acarameladas surcando los pliegues de su tronco.
Raíces que se asoman con prudencia, como queriendo mostrar lo imponente de su arraigo a la tierra, pero que con humildad vuelven a buscar su lecho en lo profundo de un terreno firme y acogedor, dispuesto a recibir a los huéspedes que quieran alojarse en él.
Y escondidos y asomados, solitarios y agrupados, rompiendo la armonía de aquella esbeltez inmensa, esparcida, amplia, acogedora, desde el marrón de su base hasta el verdor variado de sus hojas, esos pequeños redondeles de color impactante, distribuidos en un desordenado equilibrio, que desde lejos invitan a trepar para tomar con ansias el vistoso fruto que parece que sonríe con picardía y te hace saborear antes de siquiera saber si aquello puede gustar.
Su pulpa de intenso color amarillo induce a pensar de dónde puede salir un color tan intenso. Su semilla se arropa tranquila y reconfortada con esa manta carnosa, suave y delicada, dulce y deliciosa, complacida del traje que la viste y engalana.  Y ese traje, que la protege y la decora.  Que parece desteñirse desde el verde, pasando por el rojo, el naranja, el amarillo, como difuminados mientras deciden cuál se queda con el lado más vistoso. Y hasta los puntitos oscuros que con recelo van trepando su redondez, completan la armonía de los tibios colores que envuelven aquel tesoro. Quién decidió tomar del arcoiris ese brillante color y regalárselo a aquél árbol para romper la armonía de su combinación y decorarlo con afán y ternura con esas pinceladas coloridas como la llama de un fuego infinito y chispeante.  ¡Tan mágica es la creación! 
Sigo fascinada, me acerco a él y mientras lo contemplo su aroma me envuelve como diciendo que no sólo es hermoso, si no además delicioso.  Cómo no querer probar de ese fruto que se muestra tan apetitoso.  Es que la creación es perfecta.  Y me recuerda los primeros años de mi niñez, jugando y trepando entre tantos de esos árboles que rodearon mis primeras ilusiones.  Eran demasiados, se colaban en mis juegos, en los dulces, en las bebidas, en los decorados, en las sombras, en la escuela, en el campo, en los amaneceres y en los atardeceres de los bellos parajes de mi bello oriente.  Monagas.  Tierra de mangos deliciosos, variados, jugosos, aromáticos, hermosos, frutos perfectos nacidos de un árbol perfecto, como perfecto es su diseñador.  Los miro y me deleito y me rindo ante los pies de este noble árbol.  Demasiada generosidad en un sólo ser. 
Perfección de la naturaleza que nos regala a todos los sentidos la delicia de maravillarnos con la simplicidad de un conjunto tan complejo, tan variado, tan armónico, tan fértil y tan perfecto, y que es capaz incluso de remontar la mente a los recuerdos.
Así es la vida, desorden bailando en la comparsa de un perfecto orden.  Colores que están allí, que les pasas por el lado y no te detienes a verlos.  Levanta la mirada.  Sólo camina y levanta la mirada.  Todo está allí, a tus pies, a tus ojos, a tu olfato.  Aromas que derriten hasta el alma del más perverso.  Armonía disparatada, esparcida.  Si todo está allí, por qué no lo vemos. Buscamos magia en otras latitudes, en otros espacios, en otras vidas, en otras historias, en árboles de metal y plástico, en aromas disfrazadas y elaboradas, en paladares ajenos, en fotos de paisajes desconocidos, en frutos insinceros, en amores recreados.  Y no nos damos cuenta de que la maravilla está ante nuestros ojos, en la pequeñez de frutos maravillosos que están ante nuestras manos, que se posan a nuestros pies, que duermen a nuestro lado, que acarician cada mañana y que despiden cada anochecer.
Maravilloso es apreciar lo que tenemos, los frutos perfectos y bonitos que decoran los árboles que nos rodean, que sin querer nos protegen, que nacen en nuestro camino y de alguna manera lo dibujan, lo trazan, que nos remontan a recuerdos de épocas que parecían mejores.  Se nos pasa tanto tiempo mirando al suelo, que se nos olvida que la sombra que nos envuelve viene de un árbol alto, frondoso y fértil, lleno de frutos que coquetean y se regalan al caminante.  La vida está allí, en la mano que extiendes, en el fruto que recoges, en el árbol que abrazas, en el cielo que ven tus ojos, sin importar cuán lejos esté.  La maravilla está en el detalle, en descubrir que en lo más simple se esconden la belleza y la perfección. Y disfrutarlas, entrar en ellas, saborearlas, como a un mango dulce, que parece tan simple y es capaz de inspirar un sueño, una reflexión.
Recojo mi mente, cierro los ojos, respiro y abrazo mi vida, que me envuelve como la pulpa a la semilla, que la puedo oler, la saboreo, pequeña o grande, frondosa o desierta, con más o menos colores, con sus frutos o sin ellos, con amigos o con amores, en un árbol grande o en uno pequeño.  Simplemente la contemplo de arriba abajo desde la pequeñez de lo grandioso que me rodea, la respiro, sonrío y doy gracias al diseñador de mis sueños.  

1 comentario:

  1. Todos los sábados, espero con entusiasmo tu reflexión, aunque son deleitables y amenas, ya no las miro como entretenimiento ni distracción, para mí se han convertido en emoción e intriga, aguardo que se te vaya apagando la luz de tu imaginación, después de leerlas, me quedo pasmado y sorprendido, al ver aflorar un frescor textual de índole poco igualable. Como siempre bonita reflexión.

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