Me pregunto cómo es tan
maravillosa la vida, cómo es tan perfecta la creación. Cómo es que todo tiene
siempre un sentido, aunque muchas veces no entienda ese sentido. Y en lo más
simple de los regalos de la creación es posible deleitarse con la belleza y la
firmeza, lo pequeño y lo majestuoso, lo cruel y lo divino, la mágica
combinación de los colores con el aroma, la sensación de protección y de
frescura, la imaginación y la realidad, lo que parece irrelevante escondido en
una exuberante armonía de colores, olores, regalos para los ojos, para todos
los sentidos.
Y es que me quedé impresionada
mirando la belleza que encerraba esa fruta en ese árbol. Parecía tan diminuta en medio de la grandeza
del que la arropaba, y éste, también diminuto en medio del paisaje que le
acompañaba. Quedé extasiada contemplando
aquello que siempre había estado allí, pero que no me había detenido a intentar
comprender.
Grande, fuerte, alto, solemne, equilibrado,
armónico, que inspira respeto. Un tronco
muy grueso, apenas lo pude abrazar, áspero, un color ingrato, rudo, perfecto
para trepar, pero no para acariciar.
Ramas firmes que parecen mil abrazos, abiertas, parece que respiran y
suspiran cuando el viento las saluda.
Sus hojas son como faldas que bailan cuando la brisa las invita. Olor a humedad, llanto reprimido en su
corteza, algunas lágrimas acarameladas surcando los pliegues de su tronco.
Raíces que se asoman con
prudencia, como queriendo mostrar lo imponente de su arraigo a la tierra, pero
que con humildad vuelven a buscar su lecho en lo profundo de un terreno firme y
acogedor, dispuesto a recibir a los huéspedes que quieran alojarse en él.
Y escondidos y asomados, solitarios
y agrupados, rompiendo la armonía de aquella esbeltez inmensa, esparcida,
amplia, acogedora, desde el marrón de su base hasta el verdor variado de sus hojas,
esos pequeños redondeles de color impactante, distribuidos en un desordenado
equilibrio, que desde lejos invitan a trepar para tomar con ansias el vistoso
fruto que parece que sonríe con picardía y te hace saborear antes de siquiera
saber si aquello puede gustar.
Su pulpa de intenso color
amarillo induce a pensar de dónde puede salir un color tan intenso. Su semilla
se arropa tranquila y reconfortada con esa manta carnosa, suave y delicada,
dulce y deliciosa, complacida del traje que la viste y engalana. Y ese traje, que la protege y la decora. Que parece desteñirse desde el verde, pasando
por el rojo, el naranja, el amarillo, como difuminados mientras deciden cuál se
queda con el lado más vistoso. Y hasta los puntitos oscuros que con recelo van
trepando su redondez, completan la armonía de los tibios colores que envuelven
aquel tesoro. Quién decidió tomar del arcoiris ese brillante color y
regalárselo a aquél árbol para romper la armonía de su combinación y decorarlo
con afán y ternura con esas pinceladas coloridas como la llama de un fuego
infinito y chispeante. ¡Tan mágica es la
creación!
Sigo fascinada, me acerco a él y
mientras lo contemplo su aroma me envuelve como diciendo que no sólo es
hermoso, si no además delicioso. Cómo no
querer probar de ese fruto que se muestra tan apetitoso. Es que la creación es perfecta. Y me recuerda los primeros años de mi niñez,
jugando y trepando entre tantos de esos árboles que rodearon mis primeras
ilusiones. Eran demasiados, se colaban
en mis juegos, en los dulces, en las bebidas, en los decorados, en las sombras,
en la escuela, en el campo, en los amaneceres y en los atardeceres de los
bellos parajes de mi bello oriente.
Monagas. Tierra de mangos
deliciosos, variados, jugosos, aromáticos, hermosos, frutos perfectos nacidos
de un árbol perfecto, como perfecto es su diseñador. Los miro y me deleito y me rindo ante los
pies de este noble árbol. Demasiada
generosidad en un sólo ser.
Perfección de la naturaleza que
nos regala a todos los sentidos la delicia de maravillarnos con la simplicidad
de un conjunto tan complejo, tan variado, tan armónico, tan fértil y tan
perfecto, y que es capaz incluso de remontar la mente a los recuerdos.
Así es la vida, desorden bailando
en la comparsa de un perfecto orden. Colores
que están allí, que les pasas por el lado y no te detienes a verlos. Levanta la mirada. Sólo camina y levanta la mirada. Todo está allí, a tus pies, a tus ojos, a tu
olfato. Aromas que derriten hasta el
alma del más perverso. Armonía disparatada,
esparcida. Si todo está allí, por qué no
lo vemos. Buscamos magia en otras latitudes, en otros espacios, en otras vidas,
en otras historias, en árboles de metal y plástico, en aromas disfrazadas y
elaboradas, en paladares ajenos, en fotos de paisajes desconocidos, en frutos
insinceros, en amores recreados. Y no
nos damos cuenta de que la maravilla está ante nuestros ojos, en la pequeñez de
frutos maravillosos que están ante nuestras manos, que se posan a nuestros
pies, que duermen a nuestro lado, que acarician cada mañana y que despiden cada
anochecer.
Maravilloso es apreciar lo que
tenemos, los frutos perfectos y bonitos que decoran los árboles que nos rodean,
que sin querer nos protegen, que nacen en nuestro camino y de alguna manera lo
dibujan, lo trazan, que nos remontan a recuerdos de épocas que parecían mejores. Se nos pasa tanto tiempo mirando al suelo,
que se nos olvida que la sombra que nos envuelve viene de un árbol alto,
frondoso y fértil, lleno de frutos que coquetean y se regalan al caminante. La vida está allí, en la mano que extiendes,
en el fruto que recoges, en el árbol que abrazas, en el cielo que ven tus ojos,
sin importar cuán lejos esté. La
maravilla está en el detalle, en descubrir que en lo más simple se esconden la
belleza y la perfección. Y disfrutarlas, entrar en ellas, saborearlas, como a
un mango dulce, que parece tan simple y es capaz de inspirar un sueño, una
reflexión.
Recojo mi mente, cierro los ojos,
respiro y abrazo mi vida, que me envuelve como la pulpa a la semilla, que la
puedo oler, la saboreo, pequeña o grande, frondosa o desierta, con más o menos
colores, con sus frutos o sin ellos, con amigos o con amores, en un árbol
grande o en uno pequeño. Simplemente la
contemplo de arriba abajo desde la pequeñez de lo grandioso que me rodea, la
respiro, sonrío y doy gracias al diseñador de mis sueños.
Todos los sábados, espero con entusiasmo tu reflexión, aunque son deleitables y amenas, ya no las miro como entretenimiento ni distracción, para mí se han convertido en emoción e intriga, aguardo que se te vaya apagando la luz de tu imaginación, después de leerlas, me quedo pasmado y sorprendido, al ver aflorar un frescor textual de índole poco igualable. Como siempre bonita reflexión.
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