Que no son azules… y eso qué
importa si yo los vi azules. Esbeltos
como la naturaleza misma. Iban todos juntos, unos andando en la orilla de
aquella serena laguna, otros reposados y otros en vuelo. Así era aquella foto
que me enamoró. Hermosos flamingos
plasmados en un paisaje azul, claro que era azul, así lo vi yo y así quedó.
El quinto de los colores del
arcoiris, que viaja entre el verde y el violeta, es un símbolo de paz, de
confianza, de serenidad, como la de los flamingos andantes y tranquilos de
aquel atardecer que se quedó sin sol, sólo con la luz necesaria para que todo
fuera azul. Azul que hace pensar, que
inspira y deleita.
Y por qué no puede la vida ser azul si azul es la creación. Azul cielo para las alturas, azul marino para las profundidades, azul grisáceo para las distancias, azul esmeralda para los caminos, azul zafiro para las ideas, azul humo para las tormentas, azul escarcha para la esperanza, turquesa para las playas, aguamarina para los ríos, celeste para los ángeles.
Y el azul petróleo… ese azul
petróleo…intenso, enérgico, azul del trabajo, de las madrugadas sofocantes
encendidas de fuego azul y de los días vibrantes ansiosos por saciarse con el
azul eléctrico de cada jornada.
Coronas de azul plata adornan con
esmero los faroles de aquel pueblo. Ese pueblo lo soñé, quizá más despierta que
dormida. Era el pueblo de mi niñez, pero
adornado de azul. El azul grisáceo de
sus calles, el azul dormido de su cielo, el azul inquieto de sus árboles, el
azul chispeante de sus niños, el azul lavanda de su catedral, el azul lila de
su plaza, el azul petróleo de su trabajo.
Lo soñé ordenado y limpio como el azul neón, próspero y rico como el
azul metálico, gentil y afable como el azul pastel.
Y por qué no puede ser azul la
esperanza, si yo la veo azul. No puedo
perder ese azul, es energía. Quisiera
que azul fuera mi pueblo, sin los colores de la avaricia, de la desdicha, de la
ignorancia. Quisiera que azul fueran sus
calles, ordenadas y limpias. Quisiera que en azul se escribieran sus libros, su
historia, sin ese color absurdo de la miseria. Quisiera que azul fueran las
palabras, las que se escuchan, las que se dicen, las que se escriben, las que
se sienten, las que se cantan, las que se susurran y las que se gritan. Quisiera
el azul para sus escuelas, azul abierto, azul ilusión, azul de juguete.
Quisiera el azul sedoso para los
guantes que protegen las manos, esas que abrazan y que acarician. El azul
violeta para los zapatos que hacen los caminos y que dan paso al que camina
detrás, al que viene y al que se va.
Y más aún. Quisiera el azul para
el perdón. Un azul especial, intenso y profundo, con mucha luz. Azul para mi
pueblo desdibujado, que hoy veo sombrío en una tiniebla oscura y borrosa. Azul brillante cargado de brisa que remueva
el grueso polvo de un camino que olvidó la piedad. Azul sonoro quiero para tus cantos de pueblo
amado y reconciliado con la esperanza. Y
tu azul petróleo lo quiero ver transformado en azul de prosperidad, de
renacimiento, de reconciliación.
Regreso al principio, al motivo
azul de mi paisaje de flamingos andantes, de paso suave y sereno, ese paisaje
lo quiero ver en el rostro de cada nuevo día, en la mirada bonita del niño
vestido de azul que emprende camino a la escuela.
Pero, ¿y los demás colores de mi
paleta?. Todos me gustan y todos los
quiero, me encanta jugar con ellos. Sólo que no necesito pintar de azul mis
rosas para encontrar mis motivos, mis rosas son azules y mis motivos también…
…Despierto…y los colores vuelven
a salir a bailar acompañando el azul de mi ilusión…
Haz relatado una pintura donde prevalecen los tonos azules, que se convirtió en un poema sin palabras
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