Fue un día de esos en los que la
casualidad se anima a cruzarse en el camino del devenir, regalándole un guiño al
caminante y haciéndole tropezar con el destino.
Lo conocí porque hablamos de sus trajes.
Impecables, con un gusto sobrio y distintivo. Un acabado perfecto. Me dijo que era sastre y eso me
sorprendió. Nunca había conocido un
sastre. Y comencé a imaginarlo en un cuento de hadas y princesas, donde un
sastre simpático con agujas mágicas y telas de fantasía elabora trajes a los
príncipes que luego enamoran a las princesas trajeadas con largos y glamorosos
vestidos. Pero no era éste un sastre
mágico, ni tenía las barbas blancas ni bigotes puntiagudos, ni tampoco zapatos
de charol con hebillas grandes y brillantes. Sacudí mi mente para que se
escaparan esas imágenes y poder regresar a una conversación sensata y próxima.
Era un sastre elegante y tímido, con la imaginación de un niño, pero envuelta en aires de siglos pasados. Parecía tan sencillo y distante, a la vez que inquieto y transparente.
Cada vez que nos veíamos
hablábamos de sus trajes, de las telas, del gusto de sus clientes, de su estilo
diferente. Y yo, encantada en aquel mundo de telas, tijeras, agujas, dedales y
patrones, placentera le escuchaba. En
medio de tanto proceso industrial que agita la vida de desasosiego de las
aceleradas multitudes, me llamaba la atención la inquietud de aquel sastre en
su empeño por hacer con sus delgadas y fuertes manos elaborados trajes que
lucen perfectos y diferentes.
Un día descubrí que no sólo era
sastre, sino que además también bailaba.
Me contó que había sido bailarín durante muchos años en una compañía de
danzas, en la que aprendió el arte del baile folklórico venezolano. En ese
momento mi sastre imaginario dejó de tener barba y zapatos de charol y pasó a
vestirse de liquiliqui y alpargatas, haciendo un juego perfecto con el acento
aragüeño que al hablar se le escapaba. Y
ya no elaboraba trajes de cuentos de hadas, sino de llaneros alegres y coloridos. Mi imaginación comenzó a volar de nuevo y pensaba…un
sastre bailarín. Volví a sacudir mi mente para entrar en sensatez.
Seguía siempre con atención lo
que me contaba de sus trajes de elaboración esmerada, pero ahora también le
preguntaba por el baile. Él me contaba de sus sencillas presentaciones y de su
esmero en formar un grupo que le acompañara en su sueño de fomentar esa pasión
por la danza y el folklore en un país tan distante de su origen, que también es
el mío.
Me parecía mágico pensar al
sastre de mi imaginación bailando la música de mis recuerdos, con mariposas
danzantes a su alrededor. Y un día lo vi
bailando un alegre calipso, acompañado de glamorosas mujeres trajeadas de
fantasía y mucho color. Qué bonito lucían y qué bien se movían, con ritmo y entusiasmo.
Con razón aquel sastre era tan distintivo al caminar, es que lo hacía como si
bailara.
Y así, en una de nuestras
conversaciones, que a veces se distanciaban y a veces se hacían recurrentes, un
día me invitó a bailar con él. Miré a
los lados pensando que la invitación no me la hacía a mí, pero sólo yo estaba allí.
Entonces mi imaginación se disparató otra vez.
Ahora estaba yo en medio de mi propia fantasía y me imaginé siendo una orquídea
con pétalos de mariposa, aleteando los colores en una danza bonita y
sincronizada. Esto ya no podía ser real. No cabía yo en aquella escena tan bonita y
soñadora. Sacudí mi mente una vez más,
debía regresar a la realidad.
Pasaban los días y yo seguía pensando
que aquella invitación no podía ser para mí. Sólo en mi imaginación me podía
ver danzando feliz en un escenario de fantasías y hasta con príncipes
encantados, de esos que vestía el sastre refugiado en mi mente.
Pero un día me animé a probar de
aquella fruta tentadora que me ofreció el sastre bailarín y me presenté dudosa
y desconfiada a uno de sus ensayos.
Aquella fruta resultó deliciosa, una vez que la probé quedé enamorada de
su suavidad, de su dulzura, de su ritmo y delicadeza, de su compás y de su
armonía. Y así como me imaginé en aquel
momento de loca fantasía, en el que me vi como una orquídea bailando entre
muchas otras, con alas de mariposa y una paleta de colores salpicando hermosos
trajes, bajo la dirección de aquel sastre bailarín, así mismo la fantasía se
volvió realidad, y por más que sacudí mi mente no pude evitar que aquella
realidad superara a mi imaginación. Como
cuando un sueño se hace real antes de haberlo soñado y antes de tan siquiera
saber que era un sueño.
Fue así que bailando entre
orquídeas me vi, bailando entre orquídeas soñé, bailando entre orquídeas ahora
vibro y me apasiono, bailando entre orquídeas dreno el cansancio del día, los
recuerdos, las distancias, las penas de mi corazón, y vuelvo a amar, a llorar,
a cantar y a soñar, con los mismos claveles de pasión con los que un día me
acunaron los brazos que me vieron nacer.
Bailando entre orquídeas
agradezco a la casualidad haber jugado con mi destino, cruzando mi camino con
el de aquel sastre bailarín, que una vez me invitó a bailar sin saber que
también me había invitado a soñar, a vivir, a disfrutar y a drenar pasión en
cada giro, en cada paso, en cada nuevo despertar. La fantasía se convirtió en sueño, y el sueño
en realidad. Y así sigo, mientras la vida lo permita y la casualidad siga
picaresca moviendo los hilos al destino…bailando mis sueños, bailando entre
orquídeas…
Yo para elogiar a alguien uso “es un águila” y a ti te pertenece, porque tienes las características muy semejantes, vuelas alto con tú imaginación, tienes una visión amplia y muy distante, espíritu de valentía, reflejas lo mundano y lo espiritual, tienes libertad para llevar a cabo y expresar lo que sientes sin apego, la paciencia precisa para esperar el párrafo ideal y atacar, un elevado porcentaje de presas en los intentos, seguro que tus lectores lo son de tu lectura. Esas cualidades no se aprenden son innatas y es lo que te ha sucedido. Como siempre, bonita reflexión
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