Aunque las lágrimas se acerquen a mis ojos y decidan
bañarlos para gritar en gotas de transparente auxilio el vacío que sacude mi
paz.
Aunque mi corazón exprima al sentimiento de lo imposible y
lo deje arrugado de tanto querer saciarse en él buscando lo que ya no es, lo
que ya no está.
Aunque el viento sople y quiera apagar en la vela de mi
ilusión la llama de la última esperanza.
Aunque tiemble mi suelo y se agriete el camino…
Seguiré dando saltos sobre las piedras más fuertes. Seguiré encendiendo llamas en las velas de
mis amigos, de mis amores, de mis sueños y de mis ilusiones. Y seguiré
agradeciendo al Señor de los claveles rojos el regalo de aquella flor que
recoge en cada pétalo la bondad de corazones abiertos, libres y generosos que me
sonríen en cada despertar. Cientos de corazones abren el paso y despliegan
alfombras coloridas a mi andar discreto y silencioso. Se quitan su sombrero y con gesto amable
saludan los suspiros de mi vida.
Y es que de tanto vivir aprendí que el amor trasciende las
fronteras de lo infinito y de lo posible.
De tanto suspirar descubrí que puedo seguir amando más allá de la vida,
más allá de lo tangible. Y soy capaz de mirar al cielo y descubrir los sumisos
colores que se esconden tras el manto azul que simula el telón de mi escenario,
y que alborotados salen a gritar para recordar su existencia alegre y
picaresca. Porque de alegría y de verdad
se visten los días que transcurren mientras las horas, danzando y tropezando,
van tomando del aire que las acaricia la ternura de las voces que se acercan,
de las manos que se ofrecen, de los nombres que se gritan, de los gestos que agradecen,
de los ojos que conversan, de los corazones que laten animados por una
presencia. Es esa presencia la que me
envuelve y me domina y es ese andar el que me anima y me da vida.
Y en cantares de niña soñadora, seguiré escuchando las voces
del cariño que se acerca y me dice que agradezca al Señor de los amores, la
visita de los corazones amables, los rotos, los tristes, los felices, los
solitarios, los eufóricos, todos los que se acercan a mi lado a regalarme
compañía y gratitud.
A todos los recibo y
los acojo agradecida, y de cada uno aprendo que de tanto querer, el dolor
desaparece y las lágrimas que lo limpian enjuagan con su brillo y transparencia
las penas de mi alma ansiosa…
Que otros se alardeen y se jacten de las páginas que han escrito, a mí me orgullece la que he leído.
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