sábado, 14 de febrero de 2015

Un Cuento de Amor Juvenil

Era tímida y muy sencilla.  Rigurosa en sus convicciones,  temerosa al hablar.  Siempre vestía impecable, pero tal vez algo anticuada.  Le gustaba tener amigas, pero se alejaba de los amigos.  Con sus amigas era sincera y juguetona.  Admiraba la espontaneidad de Sara, la picardía de Adriana, la inteligencia de Amanda.  De Sofía, su buen vestir, de Beatriz su belleza y simpatía, de Maira, su alegría y su sonrisa, de Mariana, ese atractivo especial que llamaba la atención de todos los chicos de su edad y de Alejandra su tímido coqueteo convertido en su gran encanto.  Era buena amiga, le gustaba estudiar y compartir.  Siempre llevaba su cabello recogido.  Le encantaba ver el movimiento de las cabelleras de sus amigas cuando corrían y jugaban.  Pero prefería recoger la suya.  Siempre tan vergonzosa, prefería estar en segundo plano, o en tercero, o en cuarto, qué más da.
Fue pasando el tiempo y con él esa belleza escondida detrás de su timidez fue abriéndose paso y haciéndola diferente.  Y no se daba cuenta de la hermosura que había en sus ojos de miel, en su elegancia al caminar, en su rostro dulce y delicado.  Veía a sus amigas coquetear con los amigos y a ellos galanteando en cada oportunidad esperando obtener un sí de la moza elegida.  Para ella era como leer cuentos donde los demás protagonizaban y ella leía y disfrutaba la lectura.
Y es que la dulce joven, tan soñadora, tan ingenua, tenía una magia tan especial en su trato, que hacía que los amigos que la conocían, de tanto quererla,  no se atreviesen a acercarse un poco más a ella para no correr el riesgo de quebrar su sentir que parecía de porcelana. Y por eso, aunque la admiraban, la apreciaban y la querían, guardaban prudencia y distancia.
Un día le contó una amiga que uno de sus amigos la había visto varias veces y la quería conocer.  No se lo creía.  Es que a sus amigas les pasaba tantas veces, había escuchado tantas historias simpáticas y picarescas y había disfrutado tanto con ellas, pero siempre eran historias ajenas.  Ella lo había visto, supo de quién le hablaba, pero no lo conocía.  No podía creerse que aquel muchacho tan mozo, con aquellos ojos oscuros y profundos, que lucía tan serio y discreto, que mostraba gentileza en sus gestos y familiaridad en su trato, se había fijado en ella.
Tanta fue su sorpresa que esa noche su mente inquieta no la dejaba dormir, pues sólo quería pensar en aquel joven apuesto que la quería conocer.
Por fin, en un encuentro planificado por sus amigas, aquellos jóvenes se conocieron.  Hubo magia, atracción, sensación de admiración en ella, inquietud por descubrir en él.  Y comenzó una pequeña historia de amor juvenil. Para él, una historia más, aunque inolvidable; para ella, su primera gran historia.
Poco tiempo duró esa magia, o al menos, poco tiempo fue compartida.  Conversaban, se conocían, se adivinaban.  Él fue descubriendo la inocencia, simpatía e inteligencia de aquella hermosa joven; y ella, admirando la madurez y caballerosidad de aquel apuesto joven de trato amable y cordial.  Nunca discutieron, apenas se conocieron, se miraban con dulzura,  se tomaban de la mano y un centellar de ilusiones se transmitía a sus corazones.  Un beso, destellos chispeantes.  El segundo, dulzura y suspiros.  Otro más, sentimiento y pasión. 
Pero así como comenzó, sin pensarlo, sin esperarlo, sin tiempo para suspirar, así mismo terminó.  Él se alejó sin preguntar, sin explicar, sin despedirse.  Ella lo vio alejarse sin llorar, sin pensar, sin esperar.  Él bajó su mirada y caminó hacia otra dirección.  Ella lo dejó ir sin reclamos, sin rencor.  Como si un telón hubiese declarado el final de aquella breve historia y hubiera marcado distancias a dos amores que se fueron sin luchar, que se apagaron sin viento que los soplara.  Una llama que no quiso arder.  Un deseo que no quiso ser pasión.  Una flor que nunca llegó a perfumar.
De vez en cuando la casualidad les hacía encontrarse, bajaban la mirada, sin atreverse a dejar que el corazón gritara algún desespero apagado.
Nadie supo qué pasó.  Él guardó sus ansias y ocultó el brillo que sus ojos guardaban. No supo si la quiso, no supo si la magia que sentía podía ser el inicio de un gran amor o de una fatal decepción.  No se dio oportunidad.  Ella recibió serena el adiós de una ilusión, no quiso pensar si aquello podía haber sido un amor especial.  Como si los hilos del destino hubiesen querido mostrar sublimes destellos de amor a dos corazones nobles que no se podían amar, como si en algún lugar estuviera escrito que aquella magia se podía equivocar y antes de que el error los hundiera, los hizo separar.  Porque merecían amar y ser amados hasta el final, pero no ahora, tal vez después.  Y como el amor trasciende, el amor no tiene límites, no conoce de vida o muerte, supera lo banal de los cuerpos que lo sienten, tal vez esa fuerza incomprensible del amor se haya ido a esperarlos en otra estación de sus vidas o de sus almas.
Lo cierto es que esos dos corazones siguieron caminos distintos, pero nunca se olvidaron, y es que no hubo nada triste que recordar, entonces cómo olvidar aquella breve magia con olor a inocencia, a delirio y a despertar.
Aquel apuesto joven caminó sin descuido los andares de su vida. Cultivó en su corazón el mejor recuerdo de aquella dulce emoción que jamás esperó encontrar.  No miró hacia atrás, buscó hacia adelante los mejores encuentros, las mejores sonrisas, y no quiso pensar para no hallar morada a un arrepentimiento que podía resultar inútil.  ¿Temor?, ¿orgullo?... quizás certero al aceptar lo que nunca entendió, quizás con un corazón demasiado débil para luchar…
Y aquella tímida joven lanzó al viento el desconcierto y empezó a alejar sus temores a lo imposible, empezó a abrir su corazón al mundo con valentía, con simpatía, con sencillez y picardía, con el cabello suelto, como siempre debió dejarlo, para que se despeinara con el viento, para que de vez en cuando le cubriera los ojos y la vergüenza.  Como si aquel tímido amor se hubiese presentado para hacerla despertar a la vida, a la pasión, al amor sin preguntas, sin explicaciones, al amor sin límites.  Sólo para dispersar los miedos, para hacerla creer en sus virtudes.
Llama encendida que no se volvió a apagar.  Amor de prueba, amor de juventud, amor de soledad, amor de cambios, amor fugaz, amor de aceptación, amor de triunfos, amor de despertar, amor de volar, de suspirar, de crecer, de aprender, de enfrentar.  Amor capaz de perdonar, de olvidar y de volver a amar.
Tal vez sus caminos se vuelvan a encontrar.  Quizás para continuar aquella historia, quizás para recordar, quizás para añorar lo que no fue.

Lo que sí es cierto es que aquella ilusión abrió la puerta a dos amores dispersos, que empezaron a volar para saborear al mundo y gritar a los caminos que el amor sí tiene un principio, que crece en cada despertar, pero de tanto crecer, no se puede apagar, no sabe volver a empezar, no sabe de pequeñeces y no sabe cómo terminar, porque para el amor no hay final triste ni feliz, porque simplemente no conoce el final.

1 comentario:

  1. El se alejó sin preguntar.........quizás el pensó "La única victoria sobre el amor es la huida", como siempre bonita reflexión.

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