Saltaban de un lado a otro,
subían las escaleras de las líneas, para luego deslizarse entre los
espacios. Líneas y espacios, un mapa
perfecto que antes les indicaba el lugar correcto para una melodía bonita y contagiosa. Estuvieron allí inertes por mucho
tiempo. Una clave les indicaba cuando
estaban en Sol, o en Fa. Un pentagrama
sencillo, en el que Doña Redonda y Doña Blanca de repente comenzaron a corretear
a las pícaras Negras, cansadas de permanecer en el mismo lugar, aunque con la
misma distinción y estilo, pero buscando otro tipo de melodías. Un mapa que se
convirtió en celda con cinco barrotes horizontales. Las Corcheas siguieron la
rebelión, y encantadas de bailar juntas, decidieron seguir tomadas de la mano,
pero un tono más arriba, saltando a Don Silencio. Invitaron a las Semicorcheas, sujetadas con
ambas manos a la cintura de sus compañeras.
Comenzaron todos a bailar de manera disparatada, y aquello empezó a
perder sentido. Los Silencios se caían
de las líneas y luego rebotaban entre ellas.
Se colaban entre las primas Fusas, siempre tan ligeritas y apresuradas,
ni decir de las Semifusas, impacientes y atropelladas. De pronto se colaba Don Sostenido y las
obligaba a subir un semitono riéndose del disparate resultante, hasta que
llegaba Don Bemol y las hacía retroceder. Los puntillos decidieron alargar las
melodías posicionándose para cubrir silencios. Las marcas de los compases
pedían más tiempo, querían olvidarse del tres por cuatro. La clave de Sol, pomposa y arrogante se
burlaba de la de Fa, por sencilla y preguntona.
Sonidos discordantes que salían de lo que antes fue una hermosa melodía.
Aquellos signos musicales estaban
perdiendo la lógica y la inspiración de quien los pensó, estaban tomando vida,
cansados de la misma melodía, y se sentían esclavos tras los barrotes de aquel
pentagrama viejo y oxidado. Por eso comenzaron
a jugar como niños en un parque de barrotes horizontales y finalmente se
escaparon, felices y picarescos.
Se posaron en mi almohada y se
rieron de mi sueño.
Me despertó el dulce sonido de un
piano sobre el que imaginé las manos de un príncipe simpático, que no quería
dejarse escuchar, pero que no soportó el deseo de posarse inquieto sobre el
teclado y descargar su dulzura y simpatía a través de aquel combinado de ébano
y marfil. Y enseguida, las notas
apresuradas de una guitarra efervescente que recibía la descarga inocente de
unas manos fuertes y ligeras con unos dedos ágiles, veloces, a la vez que
serenos y calculados. Dos tesoros
deslumbrando al silencio con acordes llenos de vida.
Caminé unos pasos y vi en
aquellas dos almohadas, aún tibias, los restos de barrotes liberados de un
pentagrama oxidado, aún golpeado por los deseos desesperados de encontrar
frescura. Y al parecer la encontró. El sonido se había renovado, tenía olor a
nuevo, sabor a fruta fresca.
Volví a mi almohada y limpié los
restos de notas regadas y aburridas. Me
acomodé placentera mientras la melodía susurrante peinaba mi cabello alborotado
y me daba un beso en mi mejilla sonriente. Respiré profundamente y me dejé
llevar por el sonido armonioso de ese amanecer tibio que dejó para siempre el
recuerdo del disparatado mundo de aquellas notas que tomaron vida y encontraron
dos almohadas llenas de ilusión en las que comenzar a vivir de nuevo.
Tu reflexión tiene armonía, melodía y ritmo, Me quedo con el silencio en lugar del sonido. Muy buena. Como siempre bonita reflexión
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