viernes, 3 de junio de 2016

El arbusto de las flores erradas

Cansada de correr escapando a sus errores decidió detenerse a ver qué pasaba con ellos.  Iban corriendo detrás de ella, eran como su sombra, estaban atados a sus cabellos, algunos hasta eran parte de ellos.  Ya no sabía cuáles habían crecido con ella y cuáles eran de su más reciente creación. Se fueron amontonando a su lado y a sus espaldas, esperando que diera un paso para moverse a su ritmo. Se hizo una gran montaña de errores y todos la miraban a la espera de su acción.  Avanzó un poco y la siguieron.  Se hacían más fuertes con cada uno de sus miedos, con cada uno de sus pasos.  En un momento, le pareció que estaban descuidados y aprovechó para barrerlos rápidamente.  Los escondió debajo de una alfombra de flores que decoraba su estancia.  Mala idea.  Muchos errores debajo de la alfombra al final ensucian todo el espacio.  Lo pensó mejor y decidió enterrarlos.  Cavó un profundo agujero en una esquina de su jardín y allí los sepultó.  La tierra les sirvió de abono y al poco tiempo creció un frondoso arbusto lleno de errores, que se llenaba de florecitas que se esparcían por los alrededores.  Eran lindas y encantadoras, pero eran flores erradas. Se sentía agobiada por la magia y el encanto de aquellas hermosas flores que guardaban en cada pétalo la esencia de un error.  Así, los errores la seguían persiguiendo, volaban con el viento, adornaban su casa y sus jardines y parecía que la miraban desde sus pistilos.  El vivir en medio de una fantasía hermosa llena de errores comenzó a desesperarla. 


Entonces tuvo otra idea: decidió podar el arbusto de las flores erradas y con sus hojas y sus pétalos preparó una infusión.  Y se la tomó. Tenía que tragarse sus errores, tenía que digerirlos bien, que su esencia penetrara en su cuerpo y la hicieran aprender, para tomar de ellos nutriente para su alma, para su sangre, para su conciencia. 

Ya no hubo tanta vida engañosa, ni belleza equivocada, ni sonrisas postizas.  De vez en cuando brotaba de nuevo una pequeña planta.  Ella la podaba y preparaba otra infusión.  Así siguió su vida, con su arbusto de flores erradas en la esquina de su jardín y sus extrañas infusiones erradas que guardaban el secreto de todos sus errores, que aprendió a tomarlos con un poco de miel, un toque de locura y mucho buen humor. Total, ya sabía que su arbusto siempre florecería.  Por más que se tragaba sus errores, al final, acababa equivocándose otra vez.


Ya no corre más huyendo de sus errores, ya no los esconde más debajo de la alfombra.  Espera que florezcan y antes de que sus flores se esparzan, corta su arbusto y lo convierte en una deliciosa infusión errada, que toma y comparte, mientras sonríe a su taza y da paso a su vida.  

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