Cansada de correr escapando a sus
errores decidió detenerse a ver qué pasaba con ellos. Iban corriendo detrás de ella, eran como su
sombra, estaban atados a sus cabellos, algunos hasta eran parte de ellos. Ya no sabía cuáles habían crecido con ella y
cuáles eran de su más reciente creación. Se fueron amontonando a su lado y a
sus espaldas, esperando que diera un paso para moverse a su ritmo. Se hizo una
gran montaña de errores y todos la miraban a la espera de su acción. Avanzó un poco y la siguieron. Se hacían más fuertes con cada uno de sus
miedos, con cada uno de sus pasos. En un
momento, le pareció que estaban descuidados y aprovechó para barrerlos
rápidamente. Los escondió debajo de una
alfombra de flores que decoraba su estancia.
Mala idea. Muchos errores debajo
de la alfombra al final ensucian todo el espacio. Lo pensó mejor y decidió enterrarlos. Cavó un profundo agujero en una esquina de su
jardín y allí los sepultó. La tierra les
sirvió de abono y al poco tiempo creció un frondoso arbusto lleno de errores,
que se llenaba de florecitas que se esparcían por los alrededores. Eran lindas y encantadoras, pero eran flores
erradas. Se sentía agobiada por la magia y el encanto de aquellas hermosas flores
que guardaban en cada pétalo la esencia de un error. Así, los errores la seguían persiguiendo,
volaban con el viento, adornaban su casa y sus jardines y parecía que la
miraban desde sus pistilos. El vivir en
medio de una fantasía hermosa llena de errores comenzó a desesperarla.
Entonces tuvo otra idea: decidió
podar el arbusto de las flores erradas y con sus hojas y sus pétalos preparó
una infusión. Y se la tomó. Tenía que
tragarse sus errores, tenía que digerirlos bien, que su esencia penetrara en su
cuerpo y la hicieran aprender, para tomar de ellos nutriente para su alma, para
su sangre, para su conciencia.
Ya no hubo tanta vida engañosa,
ni belleza equivocada, ni sonrisas postizas.
De vez en cuando brotaba de nuevo una pequeña planta. Ella la podaba y preparaba otra infusión. Así siguió su vida, con su arbusto de flores
erradas en la esquina de su jardín y sus extrañas infusiones erradas que
guardaban el secreto de todos sus errores, que aprendió a tomarlos con un poco
de miel, un toque de locura y mucho buen humor. Total, ya sabía que su arbusto
siempre florecería. Por más que se
tragaba sus errores, al final, acababa equivocándose otra vez.
Ya no corre más huyendo de sus
errores, ya no los esconde más debajo de la alfombra. Espera que florezcan y antes de que sus
flores se esparzan, corta su arbusto y lo convierte en una deliciosa infusión
errada, que toma y comparte, mientras sonríe a su taza y da paso a su vida.
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