Muchas veces escuchamos historias
y referencias a hechos que han ocurrido en otros lugares, en otros tiempos y
han sido vividos por otros. Son
referencias ajenas que parece que nunca nos pudieran ni siquiera rozar. Sin embargo ocurre, nos tocan, nos hieren,
nos rompen, nos cambian, nos hacen reflexionar.
Es como si la historia se repitiera en muchos lugares y en eso tiene
mucho que ver el fundamento del comportamiento humano. A fin de cuentas, a pesar de nuestras
diferencias culturales a nivel mundial, seguimos compartiendo instintos y
reacciones, sueños y errores, egoísmos y bondades, deseos y desprecios,
aspiraciones y conformismos, luchas y victorias, guerras y fracasos.
En ese revoltijo de pensamientos,
maneras y convicciones se desenvuelven las sociedades modernas, en las que no
es necesario ser político confeso, practicante o simpatizante, para estar
involucrado en la política. Las
decisiones que en ese ámbito se tomen, queramos o no, nos guste o no, al final
definen el marco de nuestro camino, moldean nuestro destino.
No es mi intención escribir sobre
política, ni sobre derechos, ni sobre economía.
Lo que sí es mi intención es reflexionar sobre hechos y realidades un
día como hoy, llamado de reflexión para los ciudadanos españoles, un día previo
a las elecciones presidenciales en España.
Es una reflexión desde el punto de vista de una venezolana que, muchas
veces siguiendo a ciegas los empujones que da el camino, con sus cuestas
empinadas y sus precipicios bordeando cerradas curvas, quizás a la sombra del
destino, resulta que también se ha hecho española y siente y vive su
realidad. Esa soy yo.
Quiero hacer mi reflexión centrándome
en una mujer, de quien muy someramente les presentaré parte de su vida. Es una mujer que se formó y creció en un hogar
de muchos hermanos y muchos primos y amigos y tíos. Casi tres decenas entre hermanos y primos, quienes
vivían, jugaban y hacían sus travesuras en patios vecinos. Toda una convivencia llena de fraternidad, compañerismo,
empatía, unión… y un gentío. Así
aprendió a vivir, rodeada siempre de mucha gente, de mucho apoyo y cariño.
Creció en una época difícil, en
la que con el trabajo de su padre, pescador y comerciante, y el apoyo de su
madre, se hacían malabarismos para levantar una familia tan grande. Y así lo hicieron y toda esa muchachera
creció, se educó y se fue independizando para formar sus propios hogares.
Esta mujer formó un hogar junto a
un hombre con unos principios y valores familiares muy semejantes, entre los
que resaltaban la fe, el compromiso, la honradez, la unión, la humildad, la
excelencia, la convivencia, el respeto, el amor a la naturaleza, a la vida, al
hogar, a la familia, a la música, al arte, al trabajo, a Dios, al país. En ese hogar se aprendió que los premios no
caen del cielo, que se lucha por lo que se quiere, que hay que estudiar, hay
que trabajar, hay que ahorrar, hay que respetar y agradecer. Hay que amar.
Tuvieron cuatro hijos y a los
cuatro los formaron para la vida, para el estudio y para el trabajo, para
hacerse independientes, pero nunca para dejarlos volar muy lejos, aún sabiendo
que si tenían que volar, debían hacerlo y hacerlo bien.
Pero el país en el que crecieron
fue cambiando, tanto, que primero uno, luego otro y al final, tres de sus hijos
tuvieron que decidir marcharse lejos para poder seguir viviendo. Marcharse con dolor no es igual que marcharse
con decisión. Lo primero requiere
resignación, lo segundo no. Claro, tenía
que haber decisión, pero hubo más dolor que decisión. Tres hijos y seis nietos, los únicos nietos,
que luego pasaron a ser ocho, los únicos ocho nietos. Todos lejos: tres hijos y ocho nietos.
Un día esa mujer, que creció en
medio de una muchachera, que crió a sus hijos debajo de sus alas, soñando con
tenerlos siempre a su alrededor, a ellos, a sus amigos, a sus parejas, a sus
nietos, a todos, miró al cielo mientras su gran amor se iba rumbo al infinito,
y en medio de su dolor y con profunda resignación dio las gracias a Dios por
que tantos estaban lejos, muy lejos… Cuando algo así ocurre, es porque algo extraño
está pasando, algo que no puede ser normal.
La sensatez de una madre supera cualquier otro instinto y cualquier
argumento.
Y es que cuando algo tan
elemental como el sentido común se pierde en una sociedad y cuando aquéllos que
aún lo conservan claman por que sus hijos se vayan de su terruño, es porque
algo está pasando. Algo que hace que las
familias se separen con dolor, y es el dolor el que empuja una decisión, una
huída, casi en estampida.
No quiero convencer a nadie del
mundo surrealista y metafórico, absurdo e irracional en el que se ha convertido
ese país en el que esa mujer una vez vivó feliz rodeada de tantos, de los
suyos, de su gente, de sus hermanos, de sus primos, de sus sobrinos, de sus
hijos, de sus nietos. Sólo quiero
resaltar el hecho de que una madre agradezca la diáspora de sus hijos hacia
lugares muy lejanos, a pesar de su soledad.
Esto no puede ser normal. No se puede tapar el sol con un dedo, no se
puede ignorar lo que está ocurriendo, no se puede cubrir con un velo decorado
con culpas bordadas sobre un muñeco de trapo, una realidad que parece inspirada
en una novela del realismo mágico. Es
trágico, es irracional, es absurdo, es novelesco, es insólito, es moribundo, es
cruel, es fatal, es irónico, es triste, muy triste.
Ese país tiene un nombre y se
llama Venezuela. Esa mujer tiene un
nombre, se llama Irene y es mi madre.
Una mujer valiente, que con sus alas casi vacías clama porque terminen
de vaciarse, a pesar de su dolor.
En esta jornada de reflexión para
el pueblo español, sólo les quiero pedir que reflexionen a la luz del clamor de
una madre que suplica al cielo que sus hijos se salven de vivir donde ella les
vio nacer. Que esto no suceda en España,
que esto no suceda en ningún otro país del mundo, que esto no se repita jamás.
Nos guste o no, los gobiernos nos marcan, nos
guste o no, sus decisiones nos determinan, nos guste o no, sus acciones nos
dominan. Por eso, nos guste o no,
debemos ir a votar. Nos guste o no,
debemos pensar bien cómo lo vamos a hacer.
Somos ciudadanos de un país en el que debe existir un gobierno y ese
gobierno debe existir para hacer el bien sin mirar a quien, jamás para llevar a
un pueblo entero a un destino sin salida en medio de un profundo precipicio.
Seamos sensatos y reflexionemos.
Por España, por Venezuela, por las madres, por los hijos, por el mundo entero…
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