jueves, 16 de junio de 2016

Reflexiones para un pueblo en reflexión

Muchas veces escuchamos historias y referencias a hechos que han ocurrido en otros lugares, en otros tiempos y han sido vividos por otros.  Son referencias ajenas que parece que nunca nos pudieran ni siquiera rozar.  Sin embargo ocurre, nos tocan, nos hieren, nos rompen, nos cambian, nos hacen reflexionar.  Es como si la historia se repitiera en muchos lugares y en eso tiene mucho que ver el fundamento del comportamiento humano.  A fin de cuentas, a pesar de nuestras diferencias culturales a nivel mundial, seguimos compartiendo instintos y reacciones, sueños y errores, egoísmos y bondades, deseos y desprecios, aspiraciones y conformismos, luchas y victorias, guerras y fracasos.


En ese revoltijo de pensamientos, maneras y convicciones se desenvuelven las sociedades modernas, en las que no es necesario ser político confeso, practicante o simpatizante, para estar involucrado en la política.  Las decisiones que en ese ámbito se tomen, queramos o no, nos guste o no, al final definen el marco de nuestro camino, moldean nuestro destino.

No es mi intención escribir sobre política, ni sobre derechos, ni sobre economía.  Lo que sí es mi intención es reflexionar sobre hechos y realidades un día como hoy, llamado de reflexión para los ciudadanos españoles, un día previo a las elecciones presidenciales en España.  Es una reflexión desde el punto de vista de una venezolana que, muchas veces siguiendo a ciegas los empujones que da el camino, con sus cuestas empinadas y sus precipicios bordeando cerradas curvas, quizás a la sombra del destino, resulta que también se ha hecho española y siente y vive su realidad.  Esa soy yo.

Quiero hacer mi reflexión centrándome en una mujer, de quien muy someramente les presentaré parte de su vida.  Es una mujer que se formó y creció en un hogar de muchos hermanos y muchos primos y amigos y tíos.  Casi tres decenas entre hermanos y primos, quienes vivían, jugaban y hacían sus travesuras en patios vecinos.  Toda una convivencia llena de fraternidad, compañerismo, empatía, unión… y un gentío.  Así aprendió a vivir, rodeada siempre de mucha gente, de mucho apoyo y cariño.

Creció en una época difícil, en la que con el trabajo de su padre, pescador y comerciante, y el apoyo de su madre, se hacían malabarismos para levantar una familia tan grande.  Y así lo hicieron y toda esa muchachera creció, se educó y se fue independizando para formar sus propios hogares.

Esta mujer formó un hogar junto a un hombre con unos principios y valores familiares muy semejantes, entre los que resaltaban la fe, el compromiso, la honradez, la unión, la humildad, la excelencia, la convivencia, el respeto, el amor a la naturaleza, a la vida, al hogar, a la familia, a la música, al arte, al trabajo, a Dios, al país.  En ese hogar se aprendió que los premios no caen del cielo, que se lucha por lo que se quiere, que hay que estudiar, hay que trabajar, hay que ahorrar, hay que respetar y agradecer.  Hay que amar.

Tuvieron cuatro hijos y a los cuatro los formaron para la vida, para el estudio y para el trabajo, para hacerse independientes, pero nunca para dejarlos volar muy lejos, aún sabiendo que si tenían que volar, debían hacerlo y hacerlo bien.

Pero el país en el que crecieron fue cambiando, tanto, que primero uno, luego otro y al final, tres de sus hijos tuvieron que decidir marcharse lejos para poder seguir viviendo.  Marcharse con dolor no es igual que marcharse con decisión.  Lo primero requiere resignación, lo segundo no.  Claro, tenía que haber decisión, pero hubo más dolor que decisión.  Tres hijos y seis nietos, los únicos nietos, que luego pasaron a ser ocho, los únicos ocho nietos.  Todos lejos: tres hijos y ocho nietos.

Un día esa mujer, que creció en medio de una muchachera, que crió a sus hijos debajo de sus alas, soñando con tenerlos siempre a su alrededor, a ellos, a sus amigos, a sus parejas, a sus nietos, a todos, miró al cielo mientras su gran amor se iba rumbo al infinito, y en medio de su dolor y con profunda resignación dio las gracias a Dios por que tantos estaban lejos, muy lejos… Cuando algo así ocurre, es porque algo extraño está pasando, algo que no puede ser normal.  La sensatez de una madre supera cualquier otro instinto y cualquier argumento.

Y es que cuando algo tan elemental como el sentido común se pierde en una sociedad y cuando aquéllos que aún lo conservan claman por que sus hijos se vayan de su terruño, es porque algo está pasando.  Algo que hace que las familias se separen con dolor, y es el dolor el que empuja una decisión, una huída, casi en estampida. 

No quiero convencer a nadie del mundo surrealista y metafórico, absurdo e irracional en el que se ha convertido ese país en el que esa mujer una vez vivó feliz rodeada de tantos, de los suyos, de su gente, de sus hermanos, de sus primos, de sus sobrinos, de sus hijos, de sus nietos.  Sólo quiero resaltar el hecho de que una madre agradezca la diáspora de sus hijos hacia lugares muy lejanos, a pesar de su soledad.

Esto no puede ser normal.  No se puede tapar el sol con un dedo, no se puede ignorar lo que está ocurriendo, no se puede cubrir con un velo decorado con culpas bordadas sobre un muñeco de trapo, una realidad que parece inspirada en una novela del realismo mágico.  Es trágico, es irracional, es absurdo, es novelesco, es insólito, es moribundo, es cruel, es fatal, es irónico, es triste, muy triste.

Ese país tiene un nombre y se llama Venezuela.  Esa mujer tiene un nombre, se llama Irene y es mi madre.  Una mujer valiente, que con sus alas casi vacías clama porque terminen de vaciarse, a pesar de su dolor. 

En esta jornada de reflexión para el pueblo español, sólo les quiero pedir que reflexionen a la luz del clamor de una madre que suplica al cielo que sus hijos se salven de vivir donde ella les vio nacer.  Que esto no suceda en España, que esto no suceda en ningún otro país del mundo, que esto no se repita jamás.

 Nos guste o no, los gobiernos nos marcan, nos guste o no, sus decisiones nos determinan, nos guste o no, sus acciones nos dominan.  Por eso, nos guste o no, debemos ir a votar.  Nos guste o no, debemos pensar bien cómo lo vamos a hacer.  Somos ciudadanos de un país en el que debe existir un gobierno y ese gobierno debe existir para hacer el bien sin mirar a quien, jamás para llevar a un pueblo entero a un destino sin salida en medio de un profundo precipicio.


Seamos sensatos y reflexionemos. Por España, por Venezuela, por las madres, por los hijos, por el mundo entero…

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar con tu comentario en esta página