jueves, 2 de marzo de 2017

Embriagada de sueños

Creo que no me sentó bien el cuento de hadas que me tomé esa noche.  Lo serví en la copa más elegante que encontré.  Alucinaba.  Veía flores y enanos gentiles por todas partes.  Seguramente estaba adulterado o quizás, caducado.  O tal vez la caducada era yo, en mi empeño en tomarme en copas los capítulos de la vida, después de dejarlos fermentar para hacerlos más gustosos, para suavizar su mosto y deleitarme con su sabor embriagante.
Quizás me pasó como a Alicia, cuando en medio de sus maravillas se volvió diminuta.  Así estaba yo ante aquella copa desproporcionada. Una talla poco apropiada, dirían algunos.  Una sobredosis de sueños y de ilusiones, que me dejaron un poco tocada, desvirtuada.
Buscaba una explicación mientras me servía otra copa.  De la misma botella, el mismo cuento. Acerqué la pequeña mesa del té y la coloqué en la terraza, cerca de las flores, frente al mar inquieto.  Allí la botella y mi copa lucían más serenas, combinaban perfectamente con la soledad de ese día.  Pero faltaba algo elegante que acompañara a mi mesa, que además hiciera más dulce mi momento embriagante. Corrí hasta la despensa y sólo encontré un dulce de membrillo.  Ya está – pensé- lo hago lucir elegante en un plato de cristal, como el de la copa, y una cucharilla de plata. ¿Quién dice que un dulce de membrillo no pueda ser un buen acompañante para un cuento de hadas servido en una copa frente al mar?
Allí me senté, en la improvisada mesa, como improvisados son los momentos que avanzan con el reloj. El sabor que cobijaba mi copa tenía una mezcla de rebeldía y picardía. Un sabor añejo mezclado con el dulzor del beso más deseado y la amargura de un adiós inesperado. Y el excitante sabor del membrillo en cucharilla de plata. Demasiada dulzura, demasiada amargura, demasiada ilusión, demasiado descuido.  Todo en una misma mesa, una misma tarde, una soledad embriagante, sueños escapados de cuentos, hadas revoloteando la copa, plata empalagada de miel.  Cerré los ojos y el deseo se llenó de mí, o yo de él. Es que ya no sé cerrar los ojos sin que su presencia se desborde. Como las burbujas de mi copa, que saltan como estrellitas fugaces y van soltando deseos que respiro hasta marearme.  No sé si lo hago por amor, por convicción, por deseo, por retar a mi corazón, o simplemente por querer vivir a plenitud, por querer llenarme de su olor, de su presencia, de ese sueño que transforma mi vida en un cuento.
Siete copas salieron de mi botella. Siete: una por cada día que amanece y anochece, una por cada sueño que me acompaña en la semana, una por cada ilusión convertida en ola, que se desvanece cuando la atrapa la siguiente ola.  Una por los amores que me cuidan, una por aquellos que me piensan y me piensan, una por aquellos en quienes pienso y pienso y la última copa, la que me colapsaba y me llenaba de risas, por mi fantasía hecha realidad, esa que no se piensa y al final ocurre, esa que embriaga mis placeres y me hace reír mientras duermo. Así brindé con cada copa, por cada día, por cada sueño, por mi ilusión, por mi fantasía escapada de un cuento. 

Hay más botellas, todas llenas de cuentos, algunos de hadas, otros de realidad.  Ya me sentaré a embriagarme con realidad. Por ahora me quedo en mi mesa de té, con mi botella de cuentos de hadas, mi copa y mi dulce, mi elegante cucharilla de plata y el placer acaparando los poros de mi piel mientras sigo sumergida en mi fantasía.

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