Creo que no me sentó bien el
cuento de hadas que me tomé esa noche.
Lo serví en la copa más elegante que encontré. Alucinaba.
Veía flores y enanos gentiles por todas partes. Seguramente estaba adulterado o quizás, caducado. O tal vez la caducada era yo, en mi empeño en
tomarme en copas los capítulos de la vida, después de dejarlos fermentar para
hacerlos más gustosos, para suavizar su mosto y deleitarme con su sabor
embriagante.
Quizás me pasó como a
Alicia, cuando en medio de sus maravillas se volvió diminuta. Así estaba yo ante aquella copa
desproporcionada. Una talla poco apropiada, dirían algunos. Una sobredosis de sueños y de ilusiones, que
me dejaron un poco tocada, desvirtuada.
Allí me senté, en la
improvisada mesa, como improvisados son los momentos que avanzan con el reloj.
El sabor que cobijaba mi copa tenía una mezcla de rebeldía y picardía. Un sabor
añejo mezclado con el dulzor del beso más deseado y la amargura de un adiós
inesperado. Y el excitante sabor del membrillo en cucharilla de plata.
Demasiada dulzura, demasiada amargura, demasiada ilusión, demasiado
descuido. Todo en una misma mesa, una
misma tarde, una soledad embriagante, sueños escapados de cuentos, hadas
revoloteando la copa, plata empalagada de miel.
Cerré los ojos y el deseo se llenó de mí, o yo de él. Es que ya no sé
cerrar los ojos sin que su presencia se desborde. Como las burbujas de mi copa,
que saltan como estrellitas fugaces y van soltando deseos que respiro hasta
marearme. No sé si lo hago por amor, por
convicción, por deseo, por retar a mi corazón, o simplemente por querer vivir a
plenitud, por querer llenarme de su olor, de su presencia, de ese sueño que
transforma mi vida en un cuento.
Siete copas salieron de mi
botella. Siete: una por cada día que amanece y anochece, una por cada sueño que
me acompaña en la semana, una por cada ilusión convertida en ola, que se
desvanece cuando la atrapa la siguiente ola.
Una por los amores que me cuidan, una por aquellos que me piensan y me
piensan, una por aquellos en quienes pienso y pienso y la última copa, la que
me colapsaba y me llenaba de risas, por mi fantasía hecha realidad, esa que no
se piensa y al final ocurre, esa que embriaga mis placeres y me hace reír
mientras duermo. Así brindé con cada copa, por cada día, por cada sueño, por mi
ilusión, por mi fantasía escapada de un cuento.
Hay más botellas, todas
llenas de cuentos, algunos de hadas, otros de realidad. Ya me sentaré a embriagarme con realidad. Por
ahora me quedo en mi mesa de té, con mi botella de cuentos de hadas, mi copa y
mi dulce, mi elegante cucharilla de plata y el placer acaparando los poros de
mi piel mientras sigo sumergida en mi fantasía.
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