viernes, 31 de marzo de 2017

Esencia de inexpresión

Su presencia es como estar y no estar, ser y no ser ¿Acaso refleja en algún momento alguna expresión distinta a la del amanecer o el anochecer, a la de marcharse o quedarse, a la de rechazar o aprobar? Qué manera tan particular de verse siempre igual. No importa el lugar, ni su atuendo, da igual la circunstancia. Su cara parece una caricatura encima de su cuerpo, dibujada sobre un yeso inerte y desabrido. Mirada lánguida, inexpresiva, cejas inmóviles y párpados entristecidos. Su boca, un cajón de respuestas prepagadas, como anuncios de un periódico caducado y arrugado en una esquina a la espera de las gotas de pintura que seguro le han de caer. Una guarida de palabras encerradas que no atinan en la diana por falta de práctica y de confianza. Seguramente ha de tener un mar profundo ahogándole desde dentro, lleno de algas y de corales y de habitáculos con pececillos escondidos con ganas de revolotear entre sus aguas.  Pero todo lo inhibe y lo guarda en esa expresión de despensa vacía.  A veces parece miedo lo que se esconde detrás de su careta apagada, una manera tal vez de ahuyentar a los lobos de su conciencia, para que no aúllen y despierten las melodías ocultas de sus cantares peregrinos entre la carencia y el afecto.
Así lo veo al pasar cada día. Un quintal de disimulos abrazados, queriendo contagiarse de algún trémulo de inquietante cariño, ése que seguramente se desborda en el mar que lleva dentro y no para de ocultar tras ese muro de derrota opacante.

Ya quisiera decirle que no es derrota lo que le persigue, que ésa se la ha inventado para usarla de escudo y de coraza. Ya quisiera decirle que no hay miedo, que ése solo existe mientras lo piensa.  Que deje ya de pensar, que nadie lo está mirando, que nadie espera por él.  Que imagine que vive solo, que las calles son sólo suyas y que salte cuando le apetezca, que grite fuerte hacia el sol o hacia la luna y que aprenda por fin a diferenciar la alegría del amanecer, del letargo del atardecer.

Corro tras él mientras va con su cara de siempre, su andar de todos los días, su opacidad de nube gris posada sobre su espalda, su mirada de madrugada encandilada paseando a mediodía, sus pasos anticuados y caducados y su voz desencajada del gancho de su vida.

Me mira y no me ve, hace un gesto de sonrisa aprendida que parece de plastilina. No me escucha, no me siente, no me cree. Traspasa mi cuerpo y sigue su camino hacia cualquier lugar.  No parece sentir nada.  No es nada, se esfuma, desaparece.  Miro para todos lados y ya no está, o a lo mejor nunca ha estado. Sólo estuve yo.

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