Su
presencia es como estar y no estar, ser y no ser ¿Acaso refleja en algún
momento alguna expresión distinta a la del amanecer o el anochecer, a la de
marcharse o quedarse, a la de rechazar o aprobar? Qué manera tan particular de
verse siempre igual. No importa el lugar, ni su atuendo, da igual la
circunstancia. Su cara parece una caricatura encima de su cuerpo, dibujada sobre
un yeso inerte y desabrido. Mirada lánguida, inexpresiva, cejas inmóviles y
párpados entristecidos. Su boca, un cajón de respuestas prepagadas, como
anuncios de un periódico caducado y arrugado en una esquina a la espera de las
gotas de pintura que seguro le han de caer. Una guarida de palabras encerradas
que no atinan en la diana por falta de práctica y de confianza. Seguramente ha
de tener un mar profundo ahogándole desde dentro, lleno de algas y de corales y
de habitáculos con pececillos escondidos con ganas de revolotear entre sus
aguas. Pero todo lo inhibe y lo guarda
en esa expresión de despensa vacía. A
veces parece miedo lo que se esconde detrás de su careta apagada, una manera
tal vez de ahuyentar a los lobos de su conciencia, para que no aúllen y
despierten las melodías ocultas de sus cantares peregrinos entre la carencia y
el afecto.
Ya
quisiera decirle que no es derrota lo que le persigue, que ésa se la ha
inventado para usarla de escudo y de coraza. Ya quisiera decirle que no hay
miedo, que ése solo existe mientras lo piensa.
Que deje ya de pensar, que nadie lo está mirando, que nadie espera por
él. Que imagine que vive solo, que las
calles son sólo suyas y que salte cuando le apetezca, que grite fuerte hacia el
sol o hacia la luna y que aprenda por fin a diferenciar la alegría del amanecer,
del letargo del atardecer.
Corro
tras él mientras va con su cara de siempre, su andar de todos los días, su
opacidad de nube gris posada sobre su espalda, su mirada de madrugada encandilada
paseando a mediodía, sus pasos anticuados y caducados y su voz desencajada del
gancho de su vida.
Me
mira y no me ve, hace un gesto de sonrisa aprendida que parece de plastilina.
No me escucha, no me siente, no me cree. Traspasa mi cuerpo y sigue su camino
hacia cualquier lugar. No parece sentir
nada. No es nada, se esfuma,
desaparece. Miro para todos lados y ya
no está, o a lo mejor nunca ha estado. Sólo estuve yo.
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