No te lo quiero contar, no te lo
voy a decir. Es que el tiempo ha cambiado y yo ya había contado muchas
primaveras. Pero al final no han sido
tantas, quizás porque se mezclaron los otoños y no me había dado cuenta. Te lo quise decir antes, pero tu vida estaba
tan ocupada. No había espacio ni lugar,
entonces no te lo dije. Lo di por sabido, por vivido, por sentido. Y me puse a vivir por mi cuenta. Estabas y no estabas, y cuando estabas era
como entrar de nuevo a la primavera. Otra más. Pero te dije que no te lo diría,
así que no te lo diré.
Buscaste lo de siempre, no
cambiaste el menú. Te hundiste en el mismo mar mientras otros navegaban a
cualquier lugar. Y te lo quise decir, pero no podías escuchar, sabía que no
escucharías, escarbabas en el mismo agujero sin fondo, soñando con lo que no
está. Me puse a observarte y aprendí
cómo lo hacías, pero no me gustó. Conté
otra primavera y la dejé pasar, una más para la lista de estaciones dibujadas
en el cuaderno de ayer. El libro se fue
haciendo más interesante, a la vez que complejo y enigmático. Pero como ya no lo quiero contar, no te lo
diré.
Comencé a escribir una historia,
la que me dictaban por las noches los sueños que encargué en la tienda que
imaginé cuando viví las primaveras anteriores.
No me entendías, te parecía rara y desenfocada. Mientras tanto, con la inconformidad a
cuestas trazaste un camino torcido, distinto quizás. Tú en una sintonía y yo en otra, y te quise
contar de mi música y de mis flores. Pero esas letras no estaban en tu
historia. Entonces, no te lo conté y
ahora ya no lo quiero contar.
Ya te lo había dicho una
vez. Tú y yo lo sabemos, y es que hay cosas que por sabidas se callan
y por calladas se olvidan. Como lo di
por sabido, callé. Así que lo que callé,
por callado se olvidó, se llenó de tela de arañas y no subió hasta la siguiente
estación, donde aguardaba la siguiente primavera. Quizás allí comenzó el otoño, saltando
estaciones como si no existieran las demás.
Y llegó el siguiente otoño, y luego el siguiente, hasta que las
primaveras se quedaron aburridas y descoloridas. Nadie las vio. Bueno, yo sí, pero callé. No te lo conté y
ahora tampoco lo haré.
Si quieres saber lo no dicho,
busca una primavera e intenta tomar de sus flores el delirio que ellas esconden
debajo de sus colores. Si encuentras el pincel que dibuja sus trazos
seguramente entenderás lo que una vez te quise contar y que quizás también se
esconde debajo de las letras de alguna canción o detrás de las rejas de algún
pentagrama olvidado.
Te dije que no te lo contaría y
no te lo voy a contar…
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