jueves, 11 de agosto de 2016

Los balancines de mi ciudad

Siguen estando por todas partes, pero creo que ya nadie los ve.  Son tantos que al final pasan desapercibidos.  Se han metido en los escondites de la ciudad y allí están, con su parsimonia de siempre.  Parecen caballitos de metal regados de manera desordenada en una sala de juegos donde nadie los ve.  Es como si tuvieran alma y sólo hacen lo único que aprendieron a hacer: se balancean sin cesar, día y noche, año tras año.  Se han convertido en el compás de un tiempo que pasa y no los ve; y aunque hunden su batuta como queriendo presumir ante un reloj que ellos también marcan el tiempo, las agujas  vuelven a girar sin prestar atención a su aburrido vaivén.


Me asomé por la ventana de la habitación principal y busqué aquel que recordaba.  Allí estaba, el mismo de siempre, danzando a ver si alguien lo veía, pero ya se acostumbraron a él, ni lo sienten, ni lo escuchan, ni lo ven bailar.

Salí a recorrer la ciudad y los vi, seguían allí, imparables, incansables, exprimiendo el oro negro que desde el fondo sostiene a mi pueblo y se esconde en la profundidad de sus pies.

Subían y bajaban marcando un tiempo que sólo ellos saben entender.  No sabían que los miraba.  Ellos nunca lo supieron, pero siempre sentí que me saludaban, que se rendían a mi paso.  Había uno de camino a la escuela que todas las mañanas me saludaba al pasar.  Ése no lo volví a ver.

Ni el sol, ni el calor, ni la lluvia detienen su ritmo.  Una elegante parsimonia que atrapa al tiempo que se deja envolver por él.

Mientras contaba las horas en una sala de espera de un hospital, busqué un escape de luz en el cristal de una puerta. Allí estaba otro, como diciendo: “Ten paciencia, espera, que todo pasará ¿No ves que el tiempo pasa y yo aún sigo aquí?”


Así estaba él: aburrido, marcando los segundos a su manera, a su tiempo, mientras la ciudad seguía igual, sumida en sus propios laberintos y la gente yendo y viniendo de un lado a otro, queriendo escapar de sus prisas.  Así estaban todos, marcando el tiempo a la ciudad, marcando el tiempo de la gente, sin que nadie los viera.

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