Aquel puente regresó a sus sueños
y decidió instalarse en su almohada para dominar las historias de sus
noches. Siempre había un puente que
impedía que la historia continuara. Sus
sueños quedaban bloqueados cuando aquel puente aparecía en su camino sin
dejarlo continuar. Entonces, decidió volver a ese lugar que en la niñez visitó
tantas veces. Ese puente que parecía
mágico y que nunca pudo cruzar, era como si bailara entre los dos extremos del
barranco, era un puente colgante y las enredaderas lo cubrían y
ensombrecían. Siempre le tuvo miedo y
por eso nunca lo pudo cruzar. Un
riachuelo corría en la profundidad dejando en el ambiente el sonido suave y
lejano del agua corriendo sin mayor prisa.
Era el mismo sonido que se colaba en su almohada acompañando cada
historia desde las alturas de un puente misterioso que todo lo truncaba.
Allí estaba él, extasiado en el
extremo de un lado del barranco, contemplando como lo hacía en su niñez, el
estrecho y balanceante recorrido de un puente sin bases, sostenido por los
hilos atados a los dos lados del camino.
Si tantos lo cruzaron, ¿por qué él no podía hacerlo?
Ya no estaba envuelto por el
manto verde que lo hacía tan misterioso y no estaba la neblina que solía
pasearse por el lugar. Decidido a acabar
con su miedo, a quitar de sus sueños esa barrera inútil que no le permitía
conocer los finales, se atrevió a dar el primer paso y luego otro. Su corazón saltaba a punto de dolor. Respiró lentamente buscando relajación. Puso un pie y luego otro. Su cuerpo comenzó a temblar y todo el puente
tembló con él. Continuó a pesar de sus miedos.
Cuando cruzó la primera mitad estuvo tentado a dar media vuelta y
regresar corriendo. Pero a la vez pensó
que correr hacia atrás tenía el mismo riesgo que hacerlo hacia adelante. Entonces siguió, corrió hasta alcanzar el
otro extremo y llegó aterrado y satisfecho.
Gritó al viento todo lo que pudo y luego rió sin control, no podía parar
de reír. Extasiado se rindió a los pies
del cielo despejado, con sus brazos y piernas extendidos, aún temblorosos,
buscando la calma en el aire que lo abrazaba.
Se sentó un rato observando el
camino que había recorrido. Era un
camino frágil, sin soportes, colgado de hilos, que temblaba según lo hacían sus
pasos y se balanceaba con el viento. Pero
tenía que regresar y para ello debía volver a cruzarlo. De nuevo venció sus miedos y ya más tranquilo
se detuvo un rato en el extremo del puente, observándolo todo. La sensatez
doblegó al miedo y se atrevió a dar de nuevo el primer paso y otro y otro más,
hasta que calmado llegó al otro extremo.
Al estar de nuevo en tierra sus piernas comenzaron a temblar debilitándolo
hasta tumbarlo en el suelo, como antes, pero ya sin risas, relajado, pensativo,
con una sensación de paz que abrazaba su aún tembloroso cuerpo.
Volvió a casa sintiéndose
diferente, atrevido, contento consigo mismo.
Ahora pensaba en el puente, pero lo hacía de otra manera, lleno de
valor, de seguridad. Sentía que había superado
su miedo. Entendió por fin que el miedo
no existe en realidad, que no hay miedo, que es algo que su mente inventa, pero
que se puede apartar. El miedo estaba en
sus sueños, lo perseguían, lo asustaban, le restaban valor y seguridad.
Las historias de sus sueños
dejaron de truncarse y con ello, liberó a su vida de obstáculos inventados por
un puente que se había incrustado en su mente y del que no se había podido
liberar. Sólo con decisión y dando el
primer paso pudo vencer el miedo, que se quedó en cinco pequeñas letras que ya
no eran nada. Cinco letras en minúscula
que le robaban el final a sus sueños.
Aprendió que sólo dando pasos firmes hacia adelante podía triunfar y que
el miedo solamente estaba en su imaginación.
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