viernes, 19 de agosto de 2016

El miedo y el puente

Aquel puente regresó a sus sueños y decidió instalarse en su almohada para dominar las historias de sus noches.  Siempre había un puente que impedía que la historia continuara.  Sus sueños quedaban bloqueados cuando aquel puente aparecía en su camino sin dejarlo continuar. Entonces, decidió volver a ese lugar que en la niñez visitó tantas veces.  Ese puente que parecía mágico y que nunca pudo cruzar, era como si bailara entre los dos extremos del barranco, era un puente colgante y las enredaderas lo cubrían y ensombrecían.  Siempre le tuvo miedo y por eso nunca lo pudo cruzar.  Un riachuelo corría en la profundidad dejando en el ambiente el sonido suave y lejano del agua corriendo sin mayor prisa.  Era el mismo sonido que se colaba en su almohada acompañando cada historia desde las alturas de un puente misterioso que todo lo truncaba.

Allí estaba él, extasiado en el extremo de un lado del barranco, contemplando como lo hacía en su niñez, el estrecho y balanceante recorrido de un puente sin bases, sostenido por los hilos atados a los dos lados del camino.  Si tantos lo cruzaron, ¿por qué él no podía hacerlo? 


Ya no estaba envuelto por el manto verde que lo hacía tan misterioso y no estaba la neblina que solía pasearse por el lugar.  Decidido a acabar con su miedo, a quitar de sus sueños esa barrera inútil que no le permitía conocer los finales, se atrevió a dar el primer paso y luego otro.  Su corazón saltaba a punto de dolor.  Respiró lentamente buscando relajación.  Puso un pie y luego otro.  Su cuerpo comenzó a temblar y todo el puente tembló con él. Continuó a pesar de sus miedos.  Cuando cruzó la primera mitad estuvo tentado a dar media vuelta y regresar corriendo.  Pero a la vez pensó que correr hacia atrás tenía el mismo riesgo que hacerlo hacia adelante.  Entonces siguió, corrió hasta alcanzar el otro extremo y llegó aterrado y satisfecho.  Gritó al viento todo lo que pudo y luego rió sin control, no podía parar de reír.  Extasiado se rindió a los pies del cielo despejado, con sus brazos y piernas extendidos, aún temblorosos, buscando la calma en el aire que lo abrazaba.

Se sentó un rato observando el camino que había recorrido.  Era un camino frágil, sin soportes, colgado de hilos, que temblaba según lo hacían sus pasos y se balanceaba con el viento.  Pero tenía que regresar y para ello debía volver a cruzarlo.  De nuevo venció sus miedos y ya más tranquilo se detuvo un rato en el extremo del puente, observándolo todo. La sensatez doblegó al miedo y se atrevió a dar de nuevo el primer paso y otro y otro más, hasta que calmado llegó al otro extremo.  Al estar de nuevo en tierra sus piernas comenzaron a temblar debilitándolo hasta tumbarlo en el suelo, como antes, pero ya sin risas, relajado, pensativo, con una sensación de paz que abrazaba su aún tembloroso cuerpo.

Volvió a casa sintiéndose diferente, atrevido, contento consigo mismo.  Ahora pensaba en el puente, pero lo hacía de otra manera, lleno de valor, de seguridad.  Sentía que había superado su miedo.  Entendió por fin que el miedo no existe en realidad, que no hay miedo, que es algo que su mente inventa, pero que se puede apartar.  El miedo estaba en sus sueños, lo perseguían, lo asustaban, le restaban valor y seguridad.


Las historias de sus sueños dejaron de truncarse y con ello, liberó a su vida de obstáculos inventados por un puente que se había incrustado en su mente y del que no se había podido liberar.  Sólo con decisión y dando el primer paso pudo vencer el miedo, que se quedó en cinco pequeñas letras que ya no eran nada.  Cinco letras en minúscula que le robaban el final a sus sueños.  Aprendió que sólo dando pasos firmes hacia adelante podía triunfar y que el miedo solamente estaba en su imaginación.

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